CAPÍTULO 39

—Hola Steve.

Abro los ojos, repentinamente despierto y alerta, respondí a la llamada mecánicamente, sin comprobar el indicativo en la pantalla, y ahora estoy pagando caro este descuido porque estoy atascado, congelado, sin poder emitir nada.

Me levanto de un salto de la cama y peino el mechón de pelo rubio que me ha caído en la frente, con el corazón galopando como una manada de sementales.

—¿Qué quieres? —logro articular, esforzándome por sacar estas dos simples palabras de mi boca.

—¿Te he despertado? Perdone la hora, pero...

—¡Qué quieres! —repito, esta vez con más énfasis, mi proverbial frialdad sale por la ventana al tratar con ella.

—Necesito hablar contigo de algo... Sé que no está bien hacerlo por teléfono, pero no tengo otra alternativa —su voz tiembla y trago con fuerza, tratando de sofocar la ola de emoción que, a pesar de todo, se acumula en mi interior como un tsunami.

—¡Habla! —le ordeno.

—Mira, Steven... entiendo que despertarte a las seis de la mañana puede haberte cau
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