KATIA VEGA —Tienes toda la razón… en mi vida vuelvo a tolerar a un hijo de puta como tú, en mi vida vuelvo a tener fe en alguien que solo sabe destruir todo lo que toca —contesté entre dientes y supe que no solo me sentía herida por haber perdido el negocio, sino que estaba sacando lo que había arrastrado por tanto tiempo, todo ese odio que contuve con cada bofetada que me dio, con cada humillación y burla, con cada momento en el que me sentí torpe o tonta a su lado. La bomba había explotado y ya no tenía tiempo de decirle lo que en verdad sentía por él, odio—. Eres malo, Marcos Saavedra… Eres… lo peor que me ha pasado en la vida, y espero que un día pagues por todo el daño que has causado, no solo a mí. —¿Abortar a ese niño te puso tan sensible? —preguntó, como si en verdad quisiera llevarme al límite. Le sonreí sintiendo lásti
KATIA VEGA Me levanté lentamente de la cama, evitando que los niños se despertaran. Era un consuelo ver que ese par de primos se llevaban tan bien, esperaba que su relación fuera tan dulce y sólida como la de Arturo y yo. Busqué en el clóset uno de los trajes sastres con los que personificaba a Eleonor. Limpié la máscara color vino y después de arreglarme el cabello, me la coloqué con sumo cuidado. Revisé que todo estuviera en su lugar, viéndome en el espejo con atención mientras pensaba en cómo abordaría el tema en la sesión de hoy. Tenía que saber por qué Marcos me había tratado de esa manera. ¿Había mentido durante la terapia o había mentido en la fiesta? ¿Quién era en verdad, el hombre herido que juraba extrañarme o el arrogante CEO que le encantaba torturarme? En caso de poder conseguir la respuesta, ¿qué haría? Suspiré apesadumbrada y salí de la habitación, dispuesta a ir a la casa de Marcos. Antes de llegar a las escaleras mi teléfono vibró con insistencia, había llegado un
KATIA VEGA—No… —contestó Arturo resoplando mientras examinaba su celular—. Lisa me dijo que solo había mostrado las anteriores fotos para sacarle dinero a Marcos, sabiendo que tal vez esta foto, yo se la pagaría mucho mejor.—¿Estás seguro? ¿Confías en ella? ¿Cómo sabes que lo que te dijo es cierto? —Sus palabras no me habían consolado para nada. Me sentía a punto de vomitar, el estrés y la incertidumbre me estaban matando.—Confío en ella, llevo años lidiando con su acoso. Ella no debería de llamarse reportera, más bien «vendedora de silencio» —contestó torciendo los ojos—. Si ella me juró que la foto no la vio Marcos, entonces le creo, per
ARTURO VEGAFrente a la entrada de la finca, caminé de un lado a otro, viendo mi celular, asegurándome de no recibir ninguna llamada o mensaje de Marcos.—Eres un idiota… —dijo Rosa recargada contra la pared.—¿Soy un idiota por exigirle a Marcos que no se acercara a mi hermana o por haberle dicho que Katia era su psicóloga enmascarada?—Mmm… ambas… sí, creo que ambas… —respondió fingiendo que lo había pensado mucho—. ¿Qué crees que te haga? —preguntó antes de que la puerta sonara con fuerza. Tres golpes fuertes que hicieron que ambos posáramos la mirada, temiendo que entrara por la fuerza—. ¿No piensas abrir?
MARCOS SAAVEDRA—¿Cómo has estado? Has crecido mucho —dije mientras acariciaba su espalda y le daba un beso en la frente.—Te extrañé —contestó Emilia sin dejar de sollozar.—Yo también te extrañé mucho, me hacían falta tus travesuras. —Tomé su rostro entre mis manos. Ya era una niña grande, sus mejillas regordetas comenzaban a desaparecer. Facciones más afiladas, de señorita, empezaban a aflorar. Sería una mujer hermosa, como lo fue su madre—. ¿Cómo te ha ido con tu nuevo padre?—Bien… —contestó con una sonrisa mientras se limpiaba las lágrimas—. Es muy bueno conmigo. Me cuida mucho y siemp
KATIA VEGA—¿Quién es este caballero tan guapo? —preguntó mi abuela pasando entre mi hermano y Rosa, dedicándole una sonrisa gentil a Marcos, gesto que no se merecía.—Marcos Saavedra… —contestó con elegancia y acercándose a ella de esa manera tan altiva.—Inclínate un poco, estás muy alto y no alcanzo a verte bien —pidió mi abuela y en cuanto Marcos siguió sus órdenes, tomó su rostro y lo miró con atención—. El padre de mi pequeño Samuel. No hay manera de ocultar el parentesco.»Ahora entiendo el revuelo que tiene, señor Saavedra. Es joven y atractivo, sin nombrar que es exitoso y adinerado. Todo un del
KATIA VEGAComo bien le había dicho, ante la mesa no solo estaba la familia, sino los peones, capataces y todo aquel que servía en la finca. Cocineros y conserjes, recolectores, jefes y empleados. El comedor estaba abarrotado. Sentado frente a mí, Marcos no dejaba de verme con intensidad, incluso sus ojos se veían más claros que de costumbre. Otra cosa de la que me percaté fue que Samuel no dejaba de aprovechar cada oportunidad para acercarse a él. La sangre llamaba y estaba segura de que mi pequeño no pasaba desapercibido el parecido entre él y ese hombre que apenas había conocido. Llegó un momento donde Marcos lo sentó en su regazo y juntos comieron del mismo plato en completa armonía. —Es curioso verlo así, ¿no? —preguntó Rosa—. No te imaginas que un hombre como él sea capaz de salir de su zona de confort. Como por ejemplo su pitbull amaestrado. Ambas volteamos hacia el licenciado Garza, quien comía en completo silencio, sin hacer gestos, pero con las miradas de cada fémina en
KATIA VEGACuando estuve casada con Marcos nunca lo visité en el trabajo, sabía que eso lo molestaría y significaría un castigo ejemplar, pero ya no estábamos casados y ya no me podía hacer nada. Aun así, al estacionarnos frente al edificio, no pude evitar que se me retorcieran las entrañas.—¿Estás segura? Podemos irnos y fingir que jamás se nos ocurrió regresarle una finca de cincuenta millones —dijo Rosa claramente preocupada.—¿Temes que no la acepte de regreso? —pregunté torciendo la boca.—¡Temo que sí la acepte! ¡Al diablo el orgullo! ¡Tú misma dijiste que ese hombre lo había pisoteado! ¡Quedémonos con la finca y ya! —exclamó con las manos aferradas al volante y dedicándome su mejor mirada de loca.Torcí los ojos y salí de la camioneta destartalada con los papeles en la mano. Llegué hasta la recepción con un nudo en el estómago y le ofrecí mi mejor sonrisa a la señorita del otro lado del mostrador. —¿En qué le puedo ayudar? —preguntó levantando una ceja mientras su mirada insp