PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 2. Sin pudores estúpidosGigi no había saltado de alegría al conseguir aquel trabajo, primero porque le dolía no ser capaz de aspirar a más que ser la chica de las copias, porque no tenía dinero para continuar su educación; y segundo porque desde que era una niña había ap
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 3. Una chica bonitaLos dedos de Niko se detuvieron instantáneamente, como si una pequeña corriente eléctrica lo hubiera paralizado. A lo largo de su vida, y con treinta y seis años y sobrada experiencia a cuestas, había escuchado la falsa modestia de las mujeres muchas v
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 4. SobreviviendoLos labios de Gigi se abrían y se cerraban pero ningún sonido salía de ellos. Era evidente que estaba un poco aturdida, pero esa era una condición que su madre había alentado particularmente a lo largo de su corta vida.—Cariño, las dos sabemos que tienes
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 5. Una no tan mala orden—¡Ay, Jesús! —exclamó Gigi soltando temblorosa la manga de la camisa y Niko achicó los ojos con curiosidad.—Dudo que usted hubiera olido la túnica sagrada con tanta emoción, señorita Gigi —replicó entre dientes—. Ahora, ¿me quiere explicar qué de
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 6. Un jefe con falta de tactoEra así como un arma de destrucción accidental, como esas bombas que están enterradas por mucho tiempo y de repente empiezan a explotar en cadena. Justo eso era Gigi, Niko lo supo cuando pasó en la noche junto a su escritorio y la vio sonreír
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 7. Un Christian Grey desobedecidoHabía una razón para que Nikko se detuviera en seco y era que, por algo que ni siquiera entendía, estaba más que seguro de que Gigi jamás le diría si había algún problema.Así que carraspeó despacio, se abotonó el saco y se acercó a ella,
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 8: El volcán de la mala suerteQuería saltar sobre los muebles, sobre la cama, sobre la alfombra o esa cosa esponjosa que había a los pies de su cama… ¿Cómo era que se llamaba?¡No tenía idea! ¡No le importaba!¡Solo quería saltar! ¡Y gritar! ¡Y reír!—¡Gigi!Aquel grito
PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 9. Un castillo Niko Keller no era un hombre impresionable. Después de tantas mujeres que habían pasado por su vida sin causar impacto, desde modelos hasta actrices, no había mucho que lo enmudeciera… pero lo que tenían delante era otra cosa.Gigi tenía razón, no era herm