—¿Examen? ¡Por favor! Solo eres una más entre todas las secretarias inútiles que pasan por aquí con sueños imposibles. ¡Sé realista! —le espetó con desprecio—. ¿De verdad crees que alguien como tú puede llegar tan alto? ¡Eso es absurdo! A Andrea le tembló el piso, no se había atrevido a pensar que
—No... no quiero ser esa clase de persona —balbuceó mientras ya no podía contener las lágrimas. —Entonces te despediré —sentenció Trembley sin una gota de compasión—. Esas son las opciones. O te acuestas conmigo y puedes estar segura de que tendrás un futuro prometedor aquí, o te niegas y esta cart
Andrea se abrazó el cuerpo, intentando espantar el frío mientras lloraba al verse contra la espada y la pared. Su corazón latía aceleradamente, su mente estaba confundida en muchas cosas menos en la principal: no podía perder a su hija. Miró a Adriana, dormida en su bambineto en aquel colchón y sol
—¡Esa es una mujer! ¡Una que no quiere acostarse contigo! ¿O es que ese vaso de vómito no te dijo nada? —replicó Zack con sorna, porque Andrea había tenido la reacción más honesta del mundo. —¡Ella quiere subir de puesto! Los ascensos cuestan, eso no es una novedad. Ella vino por sus propios pies,
Si la tierra se hubiera abierto a sus pies y hubiera tenido la delicadeza de tragárselo, Zack probablemente se habría sentido mejor. Jamás había visto tanta carencia junta y lo único que podía pensar era que al ritmo al que trabajaba aquella mujer y el esfuerzo que le ponía, aquella falta de... todo
Para el momento en que se separaron a los dos les latía muy fuerte el corazón, pero era por cuestiones muy diferentes. Andrea puso la alarma de su teléfono media hora antes, y Zack tomó el suyo para llamar a su mejor amigo. —Ben, necesito verte ahora mismo, es urgente. Diez horas después, mientras
Andrea no era capaz de explicar la sensación de vértigo que la había invadido al estar frente a frente con Zack, y más al escucharlo decir que era el dueño de la empresa. La costumbre era una cosa muy dura, porque su primer pensamiento fue: "¡Dios, le eché veinte cafés encima al dueño de la empresa
Andrea trastabilló tras él, entró en aquella oficina sin miedo por primera vez en meses y Ben, el socio de Zack, le sonrió con amabilidad, guardándose su impresión de que era la mujer más desarreglada que había conocido. —¿Estás bien? —le preguntó Zack y ella dijo que sí con voz temblorosa. —Parec