-XXXVII-

A la mañana siguiente, el cuerpo seco de Gerrick fue retirado y enterrado.

La condena seguiría hasta estando muerto.

El quemar al difunto significaba purificar el alma y el maldito no la limpiaría nunca.

Unos golpes en la puerta despertaron a Keerd e hicieron removerse a Daylhan.

-Mmmm, ¿Quién es?- bostezó.

-Sigue durmiendo- pidió Keerd besando la mejilla del castaño, abandonó el lecho conyugal, agarró unos calzones y tras ponérselos bajó las escaleras.

Al abrir la puerta se encontró con un joven hombre.

-Qué pasa Eska- gruñó Keerd.

-¿Molesto?-

-Naaa-

-¿Seguro?- indagó el tal Eska .

-Solo iba a darle un poco de amor a mi esposo- desdeñó Keerd cruzándose de brazos y mirandole de mala manera.

-Lo siento-

-Habla-

-Es con respecto a uno de los...reos-

-A partir de ésta noche los vais matando-

-Claro, como tú digas pero quisiera comentarte algo acerca de uno de ellos-

-¿El qué?- resopló

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