Andrés Malagón había quedado fascinado con Helena y, aunque quiso, no pudo disimular la obsesión que crecía en él. Todos los días pasaba a visitarla y, complacida por su multimillonario admirador, Helena no se negaba a recibirlo.
Sus visitas eran, además, un distractor para los largos días que pasaba en la mansión. Aunque salía “al pueblo”, como también comenzó a decirle a la pequeña metrópoli de multimillonarios, recorría las playas y jugaba al golf con León, sentía que le empezaba a faltar su habitual vida social. No la del atosigamiento de las redes y las constantes interrupciones para que firmase un autógrafo o se tomase una selfie con un admirador, sino la de conocer a alguien interesante, tomarse un café entre amigos, visitar un museo o una gale
El jardín trasero de la mansión Castiblanco vestía su mejor gala. Una treintena de meseros se afanaba en extender los pliegues de los manteles blancos que cubrían las noventa mesas que, pronto, serían ocupadas por casi cuatro centenares de invitados. La cocina había estado activa desde la noche anterior, en donde tres chef, igual cantidad de sous chef y veinte cocineros se esforzaban por preparar sus mejores platos, sopas, entradas, ensaladas, postres y confites. La cava de licores estaba a rebozar, igual que las reservas de hielo, sodas y gaseosas, jugos y otros refrescos, que serían servidos por galones para calmar la sed y ambiente de festividad que antecedía este tipo de eventos aunque, para esta ocasión, el motivo de la reunión fuera la incertidumbre por lo que sucedería en los próximos meses. —Parece una boda millonaria preparada en el último minuto —dijo Andrea, esposa de Víctor, a sus diez cuñadas, incluida Helena. También estaba presente, para extrañeza de quienes la conocí
Los hermanos Urrutia fueron llamados, con carácter urgente, a la empresa, en donde debían atender un asunto que requería de su presencia. Ofrecieron a Mauricio el uso de su campo de golf, la piscina, las canchas deportivas y las áreas de sauna y jacuzzi para que pasara la tarde.—Cuando hayamos atendido este asunto, hablaremos —dijo uno de los gemelos antes de salir.Después del reciente incidente con la pelirroja del bar, Mauricio se había prometido ser el hombre que Helena se merecía y comportarse, en consecuencia, para reconquistar su corazón. En verdad estaba arrepentido por lo que estuvo por suceder y no quería verse inmiscuido, de nuevo, en un escándalo semejante.—Uno más, Mauricio, y te puedes olvidar no solo
El matrimonio con León implicaba romper, de manera definitiva, cualquier relación entre Helena y la familia Menón, presidida por Fabricio. También quedarían desechas sus relaciones con quienes, hasta hacía una semana, habían sido su círculo de amistades, pero, en la primera persona en la que pensó Helena cuando sopesó la propuesta de Pedro Castiblanco, no fue Mauricio, sino Darío, su padrino de bautismo. Era la única persona por la que sentiría una enorme e irreparable pena si no volvía a ver, o sentir su confianza y cariño.—¿Qué piensas, Helena? —preguntó Pedro.La voz del patriarca de los Castiblanco regresó a Helena al estudio de la mansión, al lado de León y a la presencia de Andrés, que
Mauricio huyó en uno de los vehículos de las gemelas de la venganza que estaban por servirse los esposos de las “hadas” que lo habían asaltado en el bosque. Puestos al tanto de lo que había ocurrido durante el juego de golf, los esposos bajaron a cenar con una pistola en la mano cuando el hermano de Fabricio esperaba la respuesta.—¿Quieres saber lo que hemos decidido? —preguntó uno de los hermanos, desde las escaleras de la casa, con el arma apuntando a Mauricio.El disparo rozó su costoso traje de seda a la altura del hombro, arruinándolo. Entre risas, Janett arrojó las llaves de su convertible al galán que, pálido, corrió a refugiarse de la segunda detonación, que pasó sobre su cabeza, quebrando el ventanal que le sirvió para
Las redes sociales estaban sacudidas con el anuncio de la boda de Helena. Los comentarios iban tanto de parte de la novia, felicitándola por el nuevo compromiso, como en su contra, culpándola por dejar a Mauricio Menón, pese a su arrepentimiento.—Diría que están muy a la par, Helena —dijo Andrés cuando la más bella entre las bellas le preguntó por el porcentaje de comentarios positivos y negativos—. Así como hay quienes te defienden y felicitan, los hay que te atacan por considerar que te has comprometido demasiado rápido con un nuevo pretendiente.Era de esperarse, pensó Helena, aunque le hubiera gustado, como siempre sucedía ante una noticia sobre su vida íntima, que los comentarios positivos fueran los que arrasaban. Era la primera vez qu
Fabricio viajaba en el vehículo que recogió a su hermano, Mauricio, en el aeropuerto. Estaba contento no solo por haber puesto a Darío en su lugar (todavía se reía cuando recordaba la cara que puso cuando le dijo que sabía que él había tramado lo de la pelirroja en el estacionamiento), sino también por el reciente ataque de su última y más importante adquisición, Akina, al prestigio de la persona que tanto daño le había causado al corazón de su hermano.—Apestas a clase turista, hermano —saludó Fabricio cuando su hermano se subió al auto. Sudaba, estaba despeinado y hasta algo agitado—. ¿Qué pasó que no regresaste en el jet privado de la compañía?Fabricio sabía la re
Fabricio llegó a casa de Darío sobre las ocho de la noche, con una botella de vino en la mano. Saludó a Patricia y después a su anfitrión. Cuando pasó al comedor, no pudo evitar mirar hacia la cocina y recordar la historia que Darío había inventado sobre la pelirroja, de cómo la había visto, con el culito al aire, esculcando en su refrigerador. Imaginó la supuesta escena y sonrió.Olía a comida de mar y, después de compartir un vaso de whisky, pasaron a la mesa, en donde estaba servida una cazuela de mariscos, arroz con coco y aguacates.—Un menú caribeño —dijo Fabricio al tomar asiento—. Me encanta.—Es la especialidad de Patricia —contestó Dar&
La imagen que Darío había proyectado en su cabeza, al escuchar a Darío, lo tenía intranquilo y, sabía, no dormiría esa noche, ni las noches siguientes, hasta no haber resuelto el tema de los activos congelados, un asunto que, a cada minuto, podía ser aprovechado por el conglomerado Troy de manera más destructiva. Su guerra o, mejor dicho, el comienzo de las acciones más destructivas de su campaña bélica, se estaban viendo no solo suspendidas sino que se ofrecía, como un perro de patas abiertas, a que el enemigo lo destripara. No lo consideró por más tiempo e hizo la llamada que, sabía, tendría que hacer tarde o temprano y, dadas las circunstancias, mejor temprano que tarde.—¡Señor ministro, qué gusto saludarlo! —dijo Fabricio cuando reconoció la voz q