Mauricio huyó en uno de los vehículos de las gemelas de la venganza que estaban por servirse los esposos de las “hadas” que lo habían asaltado en el bosque. Puestos al tanto de lo que había ocurrido durante el juego de golf, los esposos bajaron a cenar con una pistola en la mano cuando el hermano de Fabricio esperaba la respuesta.
—¿Quieres saber lo que hemos decidido? —preguntó uno de los hermanos, desde las escaleras de la casa, con el arma apuntando a Mauricio.
El disparo rozó su costoso traje de seda a la altura del hombro, arruinándolo. Entre risas, Janett arrojó las llaves de su convertible al galán que, pálido, corrió a refugiarse de la segunda detonación, que pasó sobre su cabeza, quebrando el ventanal que le sirvió para
Las redes sociales estaban sacudidas con el anuncio de la boda de Helena. Los comentarios iban tanto de parte de la novia, felicitándola por el nuevo compromiso, como en su contra, culpándola por dejar a Mauricio Menón, pese a su arrepentimiento.—Diría que están muy a la par, Helena —dijo Andrés cuando la más bella entre las bellas le preguntó por el porcentaje de comentarios positivos y negativos—. Así como hay quienes te defienden y felicitan, los hay que te atacan por considerar que te has comprometido demasiado rápido con un nuevo pretendiente.Era de esperarse, pensó Helena, aunque le hubiera gustado, como siempre sucedía ante una noticia sobre su vida íntima, que los comentarios positivos fueran los que arrasaban. Era la primera vez qu
Fabricio viajaba en el vehículo que recogió a su hermano, Mauricio, en el aeropuerto. Estaba contento no solo por haber puesto a Darío en su lugar (todavía se reía cuando recordaba la cara que puso cuando le dijo que sabía que él había tramado lo de la pelirroja en el estacionamiento), sino también por el reciente ataque de su última y más importante adquisición, Akina, al prestigio de la persona que tanto daño le había causado al corazón de su hermano.—Apestas a clase turista, hermano —saludó Fabricio cuando su hermano se subió al auto. Sudaba, estaba despeinado y hasta algo agitado—. ¿Qué pasó que no regresaste en el jet privado de la compañía?Fabricio sabía la re
Fabricio llegó a casa de Darío sobre las ocho de la noche, con una botella de vino en la mano. Saludó a Patricia y después a su anfitrión. Cuando pasó al comedor, no pudo evitar mirar hacia la cocina y recordar la historia que Darío había inventado sobre la pelirroja, de cómo la había visto, con el culito al aire, esculcando en su refrigerador. Imaginó la supuesta escena y sonrió.Olía a comida de mar y, después de compartir un vaso de whisky, pasaron a la mesa, en donde estaba servida una cazuela de mariscos, arroz con coco y aguacates.—Un menú caribeño —dijo Fabricio al tomar asiento—. Me encanta.—Es la especialidad de Patricia —contestó Dar&
La imagen que Darío había proyectado en su cabeza, al escuchar a Darío, lo tenía intranquilo y, sabía, no dormiría esa noche, ni las noches siguientes, hasta no haber resuelto el tema de los activos congelados, un asunto que, a cada minuto, podía ser aprovechado por el conglomerado Troy de manera más destructiva. Su guerra o, mejor dicho, el comienzo de las acciones más destructivas de su campaña bélica, se estaban viendo no solo suspendidas sino que se ofrecía, como un perro de patas abiertas, a que el enemigo lo destripara. No lo consideró por más tiempo e hizo la llamada que, sabía, tendría que hacer tarde o temprano y, dadas las circunstancias, mejor temprano que tarde.—¡Señor ministro, qué gusto saludarlo! —dijo Fabricio cuando reconoció la voz q
Las pesadillas no habían dejado dormir a Helena. Se veía rodeada de personas que, como si fueran zombies, se abalanzaban sobre ella para escupirle improperios, llamarla perra, zorra, prostituta, vagabunda y otros adjetivos de igual o similar significado. Despertaba, agitada, deseando que León estuviera a su lado para consolarla y, después de confortarla, hacerle el amor. Pero no estaba y la cama asemejaba una inmensa planicie vacía en la que ella estaba sola, atrapada en medio de un océano de sábanas de algodón egipcio. Oía el mar, el oleaje al estrellarse contra la playa y el silencio de la noche, solo interrumpido por el canto de una cigarra que, igual de solitaria a ella, llamaba a un amor que quizá nunca llegaría.Se levantó y caminó al refrigerador. Sacó un tarro de helado de pistacho y regres&oacut
Sandra no esperaba que sonara el citófono del apartamento a esa hora de la noche, aunque solo podía significar una cosa: Fabricio había llegado.—Sí, por favor, que pase. Gracias —dijo al celador cuando preguntó si autorizaba la entrada de su visitante.Fabricio subió por el ascensor privado, que daba directo a la habitación en donde Sandra lo esperaba, tumbada en la cama, con un gin tonic en la mano, y un whisky servido en la mesa de noche.—¿Por qué el celador me ha detenido? —preguntó Fabricio, molesto, pasando de largo por la cama para tomar el vaso que Sandra le había servido— Te dejé claro, la última vez, que no hicieras eso. Yo puedo entrar y salir de este apartamento sin estarm
Defender los almacenes de los papás de Helena no sería difícil, pensó León después de haber hablado con quien sería su suegro. Bastaba con una inyección importante de capital, que diera confianza a los compradores de las franquicias para que desistieran de su intención de dar por terminados los contratos invocando la ocurrencia de un caso fortuito que, según ellos, se veía reflejado en la ausencia de clientes debido a la mala imagen de Helena ante la opinión pública a raíz de su compromiso con él. Pasado un tiempo, consideró León, quizá uno o dos meses, el público habría olvidado el suceso y regresaría a los almacenes.—Pueden también, en unas semanas —dijo León al padre de Helena—, sacar una nueva colección de tempor
Atacar a su exnovia, casi prometida, era doloroso para Mauricio, pero Fabricio, su hermano, había insistido en que era lo mejor para recuperarla con prontitud.—Tú la conoces y sabes que sacudirá los cimientos del clan Castiblanco cuando vea que los almacenes de sus padres están en bancarrota —dijo Fabricio cuando Mauricio lo llamó, no muy convencido de lo que estaba por hacer—. Te prometo, hermano, que después de esto recibirás una llamada de ella, disculpándose por lo que hizo y prometiéndote que regresará.Pese a que no estaba muy convencido, Mauricio no veía otra alternativa y no le gustaba desobedecer o incumplir una orden de su hermano mayor. Siempre que se había arriesgado a hacerlo, o su incompetencia lo había llevado a no cumplir a cabalid