Las pesadillas no habían dejado dormir a Helena. Se veía rodeada de personas que, como si fueran zombies, se abalanzaban sobre ella para escupirle improperios, llamarla perra, zorra, prostituta, vagabunda y otros adjetivos de igual o similar significado. Despertaba, agitada, deseando que León estuviera a su lado para consolarla y, después de confortarla, hacerle el amor. Pero no estaba y la cama asemejaba una inmensa planicie vacía en la que ella estaba sola, atrapada en medio de un océano de sábanas de algodón egipcio. Oía el mar, el oleaje al estrellarse contra la playa y el silencio de la noche, solo interrumpido por el canto de una cigarra que, igual de solitaria a ella, llamaba a un amor que quizá nunca llegaría.
Se levantó y caminó al refrigerador. Sacó un tarro de helado de pistacho y regres&oacut
Sandra no esperaba que sonara el citófono del apartamento a esa hora de la noche, aunque solo podía significar una cosa: Fabricio había llegado.—Sí, por favor, que pase. Gracias —dijo al celador cuando preguntó si autorizaba la entrada de su visitante.Fabricio subió por el ascensor privado, que daba directo a la habitación en donde Sandra lo esperaba, tumbada en la cama, con un gin tonic en la mano, y un whisky servido en la mesa de noche.—¿Por qué el celador me ha detenido? —preguntó Fabricio, molesto, pasando de largo por la cama para tomar el vaso que Sandra le había servido— Te dejé claro, la última vez, que no hicieras eso. Yo puedo entrar y salir de este apartamento sin estarm
Defender los almacenes de los papás de Helena no sería difícil, pensó León después de haber hablado con quien sería su suegro. Bastaba con una inyección importante de capital, que diera confianza a los compradores de las franquicias para que desistieran de su intención de dar por terminados los contratos invocando la ocurrencia de un caso fortuito que, según ellos, se veía reflejado en la ausencia de clientes debido a la mala imagen de Helena ante la opinión pública a raíz de su compromiso con él. Pasado un tiempo, consideró León, quizá uno o dos meses, el público habría olvidado el suceso y regresaría a los almacenes.—Pueden también, en unas semanas —dijo León al padre de Helena—, sacar una nueva colección de tempor
Atacar a su exnovia, casi prometida, era doloroso para Mauricio, pero Fabricio, su hermano, había insistido en que era lo mejor para recuperarla con prontitud.—Tú la conoces y sabes que sacudirá los cimientos del clan Castiblanco cuando vea que los almacenes de sus padres están en bancarrota —dijo Fabricio cuando Mauricio lo llamó, no muy convencido de lo que estaba por hacer—. Te prometo, hermano, que después de esto recibirás una llamada de ella, disculpándose por lo que hizo y prometiéndote que regresará.Pese a que no estaba muy convencido, Mauricio no veía otra alternativa y no le gustaba desobedecer o incumplir una orden de su hermano mayor. Siempre que se había arriesgado a hacerlo, o su incompetencia lo había llevado a no cumplir a cabalid
La novia estaba hermosa, como no podía ser de otra manera, incluso cuando un hálito de tristeza enmarcaba su rostro, pero con un vestido de varios miles de dólares, la peluquería de un millar y el maquillaje de unos cientos, incluso su pena la hacía ver aún más hermosa.Marcia no había ido a ver casarse a su única hija, aunque estuvo con ella la noche anterior y hasta la madrugada, en un intento poco efectivo por darle fuerzas para lo que le esperaba de por vida.El novio no era feo, tampoco un derroche de belleza, más bien del tipo “cara de tonto”, de orejas saltonas, nariz algo prominente y ancha, boca grande y desproporcionada, por la que, cuando estaba distraído, se le salían los dientes superiores, pecas y el porte de un burro de carga. Sin embargo,
La hija de la exreina de belleza, modelo, presentadora y ahora imagen de una reconocida marca de cremas antiarrugas, Sandra Olivares, se presentó al edificio del ministerio de comercio pasadas las nueve de la mañana, para una entrevista a la que debía asistir a las siete.—Lo siento, señorita, ya las entrevistas terminaron —dijo la secretaria encargada de la dependencia a la que Fabiana se acercó.—¿No hay manera de que pueda hablar con la persona que las realizó?—No, señorita. La doctora Linares ya se fue.—Gracias.Fabiana sabía que la respuesta de la secretaria iba a ser negativa, pero ya tenía un nombre.
Las náuseas comenzaron a hacerse cada vez más frecuentes y, aunque todavía no le había empezado a crecer la barriga, ya todas las cuñadas en la mansión hablaban de organizar un baby shower.—Te verás aún más hermosa de lo que ya eres cuando se te empiece a notar la barriguita —dijo Andrea, la esposa de Víctor, mientras daba pecho a su hijo, un bebé de ocho meses, en el solar de su área privada.—Deberías empezar los chequeos médicos de una vez —opinó Rudy, la esposa de Fabio, uno de los medio hermanos de Víctor y León.—Yo creo que debería empezarlos cuando León pueda ir con ella —dijo, por su parte, Iris, esposa de Diego, otro de los med
Después de terminar su whisky, sentado en la barra del bar de un hotel, Mauricio tomó el celular y marcó el número del más reciente contacto que había añadido a su lista.—¿Cómo has estado, cuñadita? ¿Te sentó bien la pastilla que te di?La pregunta de Mauricio fue contestada con improperios que solo le causaron risa.—Como sea, no me importa lo más mínimo lo que pienses de mí, sino la manera en que vas a ayudarme a recuperar a mi legítima prometida.—No debería hacerlo, eres un cerdo —contestó Rosana, al otro lado de la línea—. Mi hermana está mejor con cualquiera que no seas tu.
Sentada en el sofá de la pequeña sala de su habitación, Helena veía a Andrés dirigirse a la barra sobre la que estaban enfiladas varias botellas. —Me gustaría solo una soda, con algunas gotas de limón —dijo Helena cuando Andrés le preguntó qué quería tomar. Las cejas de Andrés se fruncieron, extrañado por la inusual petición, pero no hizo ningún comentario y, luego de sacar una botella de soda del refrigerador, exprimió uno de los limones de la cesta de frutas. Regresó al lado de Helena con el vaso de soda y otro de Coca-Cola con hielo. —¿No vas a tomar ningún licor? —preguntó Helena al ver las chispas de gas que brotaban del vaso de su amigo.—Estoy manejando y no quiero ser el único que bebe.Helena levantó su vaso y brindaron.—¿Querías contarme algo? —preguntó Andrés después de un largo sorbo de gaseosa. Helena apoyó el codo contra el espaldar del sofá después de probar la soda.—Me gustaría que mi opinión fuera tenida en cuenta —dijo, sin dilaciones.Andrés volvió a entornar