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¡No sacrificarás a mi hija!

La imagen que Darío había proyectado en su cabeza, al escuchar a Darío, lo tenía intranquilo y, sabía, no dormiría esa noche, ni las noches siguientes, hasta no haber resuelto el tema de los activos congelados, un asunto que, a cada minuto, podía ser aprovechado por el conglomerado Troy de manera más destructiva. Su guerra o, mejor dicho, el comienzo de las acciones más destructivas de su campaña bélica, se estaban viendo no solo suspendidas sino que se ofrecía, como un perro de patas abiertas, a que el enemigo lo destripara. No lo consideró por más tiempo e hizo la llamada que, sabía, tendría que hacer tarde o temprano y, dadas las circunstancias, mejor temprano que tarde. 

—¡Señor ministro, qué gusto saludarlo! —dijo Fabricio cuando reconoció la voz q

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