La novia estaba hermosa, como no podía ser de otra manera, incluso cuando un hálito de tristeza enmarcaba su rostro, pero con un vestido de varios miles de dólares, la peluquería de un millar y el maquillaje de unos cientos, incluso su pena la hacía ver aún más hermosa.
Marcia no había ido a ver casarse a su única hija, aunque estuvo con ella la noche anterior y hasta la madrugada, en un intento poco efectivo por darle fuerzas para lo que le esperaba de por vida.
El novio no era feo, tampoco un derroche de belleza, más bien del tipo “cara de tonto”, de orejas saltonas, nariz algo prominente y ancha, boca grande y desproporcionada, por la que, cuando estaba distraído, se le salían los dientes superiores, pecas y el porte de un burro de carga. Sin embargo,
La hija de la exreina de belleza, modelo, presentadora y ahora imagen de una reconocida marca de cremas antiarrugas, Sandra Olivares, se presentó al edificio del ministerio de comercio pasadas las nueve de la mañana, para una entrevista a la que debía asistir a las siete.—Lo siento, señorita, ya las entrevistas terminaron —dijo la secretaria encargada de la dependencia a la que Fabiana se acercó.—¿No hay manera de que pueda hablar con la persona que las realizó?—No, señorita. La doctora Linares ya se fue.—Gracias.Fabiana sabía que la respuesta de la secretaria iba a ser negativa, pero ya tenía un nombre.
Las náuseas comenzaron a hacerse cada vez más frecuentes y, aunque todavía no le había empezado a crecer la barriga, ya todas las cuñadas en la mansión hablaban de organizar un baby shower.—Te verás aún más hermosa de lo que ya eres cuando se te empiece a notar la barriguita —dijo Andrea, la esposa de Víctor, mientras daba pecho a su hijo, un bebé de ocho meses, en el solar de su área privada.—Deberías empezar los chequeos médicos de una vez —opinó Rudy, la esposa de Fabio, uno de los medio hermanos de Víctor y León.—Yo creo que debería empezarlos cuando León pueda ir con ella —dijo, por su parte, Iris, esposa de Diego, otro de los med
Después de terminar su whisky, sentado en la barra del bar de un hotel, Mauricio tomó el celular y marcó el número del más reciente contacto que había añadido a su lista.—¿Cómo has estado, cuñadita? ¿Te sentó bien la pastilla que te di?La pregunta de Mauricio fue contestada con improperios que solo le causaron risa.—Como sea, no me importa lo más mínimo lo que pienses de mí, sino la manera en que vas a ayudarme a recuperar a mi legítima prometida.—No debería hacerlo, eres un cerdo —contestó Rosana, al otro lado de la línea—. Mi hermana está mejor con cualquiera que no seas tu.
Sentada en el sofá de la pequeña sala de su habitación, Helena veía a Andrés dirigirse a la barra sobre la que estaban enfiladas varias botellas. —Me gustaría solo una soda, con algunas gotas de limón —dijo Helena cuando Andrés le preguntó qué quería tomar. Las cejas de Andrés se fruncieron, extrañado por la inusual petición, pero no hizo ningún comentario y, luego de sacar una botella de soda del refrigerador, exprimió uno de los limones de la cesta de frutas. Regresó al lado de Helena con el vaso de soda y otro de Coca-Cola con hielo. —¿No vas a tomar ningún licor? —preguntó Helena al ver las chispas de gas que brotaban del vaso de su amigo.—Estoy manejando y no quiero ser el único que bebe.Helena levantó su vaso y brindaron.—¿Querías contarme algo? —preguntó Andrés después de un largo sorbo de gaseosa. Helena apoyó el codo contra el espaldar del sofá después de probar la soda.—Me gustaría que mi opinión fuera tenida en cuenta —dijo, sin dilaciones.Andrés volvió a entornar
León y Víctor coincidieron en la mansión durante los pocos días que iban a pasar antes de regresar a su itinerario de viajes por el mundo. Acordaron reunirse, primero en un almuerzo familiar, en el ala de la familia de Víctor, después en privado para comentar las últimas novedades. Desde su llegada, León notó el cambio en Helena. Estaba incluso más radiante que de costumbre, tenía un nuevo brillo y, en medio de la noche, se levantaba a vomitar. Cuando la sintió de nuevo entre las cobijas, se acercó a ella, con una gran erección bajo el boxer y ella dejó que él se frotase un poco contra su cola antes de girarse y dejar que la penetrara.—¿Estás embarazada? —preguntó cuando sintió que se aproximaba al clímax. Ella jadeaba y asintió al tiempo que abrió los ojos para ver su reacción. León no contuvo más lo que llevaba guardando por dos semanas para ella. Cuando estuvo fuera de ella, la besó y abrazó.—Hoy me has hecho, por tercera vez en mi vida, el hombre más feliz del mundo —susurró
Esa tarde, mientras trabajaba en su nuevo puesto en el ministerio de comercio, Fabiana pidió un bistec que comió con apetito frente al televisor de cincuenta pulgadas, al lado de su jefe que, desnudo, roncaba bajo las sábanas de la cama de la habitación del hotel en el que se hospedaban. Transmitían una novela en hindi, en la que Fabiana debía adivinar la trama según los gestos, acciones y reacciones de los actores.Antes de tener sexo, Fabiana y Rodolfo pasaron el día en una aburridísima convención sobre las nuevas tecnologías para la protección de datos en las entidades estatales. Aunque el tema no fue de su interés, Fabiana se entretuvo cazando las miradas que una mujer alta y morena, de pelo cortísimo y el cuerpo de una atleta olímpica, le dedicaba desde la mesa de panelistas.
Después de terminar su repaso de los activos del grupo Missos, Andrés se arrepintió por haberse enterado, hasta ese momento, de la oportunidad tan valiosa que tuvieron, hacía apenas unas semanas, de aprovecharse de la orden que el ministerio de comercio había dado para congelar los activos empresariales del conglomerado rival mientras realizaban una interventoría. Ya la medida había sido levantada, a solo veinticuatro horas de su imposición, y el ministro era el nuevo consuegro de Fabricio.«Quizá sí deberíamos ser más ofensivos», pensó Andrés Malagón; «de haberlo sido, no hubiéramos dejado escapar esa valiosa oportunidad, con la que, quizá, esta guerra ya se habría terminado».Por lo pronto, era mejor
De nuevo en el aire, León seguía preguntándose si sería cierto que los hermanos Urrutia se habían casado con dos gemelas idénticas, igual que ellos, y las razones detrás de esa extraña, y del todo inusual, unión.Los gemelos habían viajado al día siguiente del almuerzo con Víctor y, según lo acordado, debían estarlo esperando en el aeropuerto privado en el que aterrizaría el jet en el que León viajaba en ese momento.Su estadía en el condominio de los Urrutia no debía extenderse por más de un día. Viajaba con el objetivo de consolidar las relaciones con el nuevo aliado y ultimar algunos detalles sobre la manera en que colaborarían al esfuerzo en la guerra comercial contra Missos.