Esa tarde, mientras trabajaba en su nuevo puesto en el ministerio de comercio, Fabiana pidió un bistec que comió con apetito frente al televisor de cincuenta pulgadas, al lado de su jefe que, desnudo, roncaba bajo las sábanas de la cama de la habitación del hotel en el que se hospedaban. Transmitían una novela en hindi, en la que Fabiana debía adivinar la trama según los gestos, acciones y reacciones de los actores.Antes de tener sexo, Fabiana y Rodolfo pasaron el día en una aburridísima convención sobre las nuevas tecnologías para la protección de datos en las entidades estatales. Aunque el tema no fue de su interés, Fabiana se entretuvo cazando las miradas que una mujer alta y morena, de pelo cortísimo y el cuerpo de una atleta olímpica, le dedicaba desde la mesa de panelistas.
Después de terminar su repaso de los activos del grupo Missos, Andrés se arrepintió por haberse enterado, hasta ese momento, de la oportunidad tan valiosa que tuvieron, hacía apenas unas semanas, de aprovecharse de la orden que el ministerio de comercio había dado para congelar los activos empresariales del conglomerado rival mientras realizaban una interventoría. Ya la medida había sido levantada, a solo veinticuatro horas de su imposición, y el ministro era el nuevo consuegro de Fabricio.«Quizá sí deberíamos ser más ofensivos», pensó Andrés Malagón; «de haberlo sido, no hubiéramos dejado escapar esa valiosa oportunidad, con la que, quizá, esta guerra ya se habría terminado».Por lo pronto, era mejor
De nuevo en el aire, León seguía preguntándose si sería cierto que los hermanos Urrutia se habían casado con dos gemelas idénticas, igual que ellos, y las razones detrás de esa extraña, y del todo inusual, unión.Los gemelos habían viajado al día siguiente del almuerzo con Víctor y, según lo acordado, debían estarlo esperando en el aeropuerto privado en el que aterrizaría el jet en el que León viajaba en ese momento.Su estadía en el condominio de los Urrutia no debía extenderse por más de un día. Viajaba con el objetivo de consolidar las relaciones con el nuevo aliado y ultimar algunos detalles sobre la manera en que colaborarían al esfuerzo en la guerra comercial contra Missos.
Al llegar a la oficina, Patricia fue abordada por los tres vicepresidentes y nueve gerentes de la compañía, que la esperaban en la sala de juntas. No dilataron el motivo de su impaciencia: sus principales proveedores eran ahora parte del imperio empresarial de Andrés Malagón y acababan de recibir, como un torrente de agua fría que los sacudió en la mañana, la cancelación de los contratos de suministro a las que estaban comprometidas por los próximos dos años.Aunque prometían pagar las indemnizaciones y cláusulas correspondientes a la terminación unilateral, los valores que proponían estaban muy por debajo de lo señalado en los contratos (para obligaros a acudir a costosos y largos procesos judiciales, dijo el abogado de la compañía) y, aunque los pagaran en su totalidad y con alg&ua
Lo que no supieron las leonas, cuando se encaminaron a la habitación de León, fue el motivo real por el que él cerró las cortinas. Creyeron que se había tratado de un mensaje, del rechazo del macho, que deseaba conferirse el estatus de recompensa, no de recompensado, y no tenían forma de saber, cuando, desnudas, ingresaron a la casa y, a oscuras, subieron las escaleras hacia el pasillo que llevaba al cuarto del invitado de sus esposos, que León atendía, en ese momento, a la videollamada de Helena, su osita.—Estaba por llamarte cuando vi tus llamadas perdidas —dijo Helena, luego de saludar a su prometido y ver que estaba desnudo, preparado ya para ella. Tampoco forma de saber, o siquiera sospechar, las verdaderas circunstancias por las que León ya no ten&ia
Cuando Darío se enteró de la adquisición violenta de sus proveedores, recurrió a Akina. Aprovechó que estaba en un viaje de negocios por la India para avisar a su esposa que retardaría su regreso a casa para ver a la más valiosa de las aliadas del grupo Missos.—Debemos aprovechar a nuestros aliados para enviar un mensaje a Troy, que encienda sus alarmas y nos dejen en paz. —Le dijo a Patricia cuando le comunicó su decisión.Ya sabía que ella estaba a cargo, como presidente interina, de la compañía, lo mismo que de las decisiones que había adoptado y confiaba en su criterio para que pudiera mantener el barco a flote ante la adversidad.Cuando llegó a la casa de Akina, lo sorprendi&o
Había amanecido hacía apenas unas horas y, pese a que la hora era inusual, Andrés estaba en la portería de la mansión de los Castiblanco preguntando por Helena. El celador lo dejó pasar sin siquiera revisar su vehículo, como era costumbre, pero esta vez, en su rostro, se dibujó una sonrisa pícara. Al regresar al kiosco de la portería, no pasó por alto comentar lo que su compañero también tenía en mente: la princesita de la isla ya se había conseguido un amante.Andrés estacionó con premura, sin siquiera dejar el carro encuadrado con las líneas del espacio de estacionamiento y subió a la habitación de Helena como si fuera el dueño de la casa.La servidumbre, que en ese momento iniciaba sus labores cotidian
Al salir de la mansión, Andrés no dejaba de temblar y se pasaba la mano por el cuello, todavía enrojecido y con la marca de los dedos de León sobre la piel. Condujo prometiéndole que no volvería a ver a Helena, a la que tomaba por una loca ninfómana que utilizaba el exo para obtener lo que quisiera de los hombres. Ya hasta había convertido en un cornudo pasivo a su prometido, no se imaginaba lo que haría de él cuando estuvieran casados, si era que, después de lo que había pasado, se celebraba esa boda.Mientras recorría la carretera paralela a la playa, se cuestionó sobre cuánto de eso era culpa suya y, rememorando los hechos, se descubrió inocente. Él no había propiciado la seducción, sino al contrario. Fue Helena quien, días antes, lo había seducido para