Cornudo

Había amanecido hacía apenas unas horas y, pese a que la hora era inusual, Andrés estaba en la portería de la mansión de los Castiblanco preguntando por Helena. El celador lo dejó pasar sin siquiera revisar su vehículo, como era costumbre, pero esta vez, en su rostro, se dibujó una sonrisa pícara. Al regresar al kiosco de la portería, no pasó por alto comentar lo que su compañero también tenía en mente: la princesita de la isla ya se había conseguido un amante. 

Andrés estacionó con premura, sin siquiera dejar el carro encuadrado con las líneas del espacio de estacionamiento y subió a la habitación de Helena como si fuera el dueño de la casa. 

La servidumbre, que en ese momento iniciaba sus labores cotidian

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