Cuando recibió el tiquete a la isla, junto con una invitación a una de las fiestas que se llevarían a cabo en uno de los clubes más grandes de la “ciudad oculta”, Martina no podía dar crédito a su suerte, aunque también dudó. Aún con los documentos en su mano, no estaba segura de que fuera real y, si lo anunciaba en su canal de Youtube y redes sociales, se arriesgaba a quedar en ridículo en caso de que todo fuera una mentira.
Optó por lo más sencillo, y hasta efectivo: generar hype.
Si funcionaba en la industria de los videojuegos, y hasta había conseguido un ingreso millonario para promocionar una fiesta que, al final, nunca se llevó a cabo, ¿por qué no aprovecharlo en su canal?
Em
Cuando vio al hombre que lo esperaba en la pista de aterrizaje, Andrés creyó que debía tratarse de una broma de mal gusto. No solo era un sujeto con un traje ordinario, despeinado y con apariencia de no haber tomado un baño en una semana, sino que lo saludó, agitando su mano, como si se conociesen de toda la vida, cuando lo cierto era que se veían por primera vez.Se detuvo frente al extraño sujeto, esperando que, en ese momento, le dijera que todo era una broma, incluida la caída de su criptomoneda. No fue así. El hombre saltó y cayó en el asiento.—Darío Echandía —dijo, extendiendo su mano—. De la constructora Echandía, la empresa a la que le quitaste sus principales proveedores.An
Reunidos en el salón de conferencias de la mansión, Víctor, León, Fabio y su padre, Pedro Castiblanco, esperaban a que terminaran de conectarse los otros ocho hijos, mediante una teleconferencia privada.—He querido que esta reunión la llevemos a cabo sin la presencia de otros miembros del conglomerado —dijo Pedro a sus hijos presentes y aquellos que estaban ya conectados—, porque me temo que las decisiones que hoy tomemos, serán exclusivas, solo conocidas por nosotros y, por tanto, ejecutadas de esa manera.Los rumores eran conocidos por todos los hermanos, pero esperaban su confirmación, que solo la daría el padre.—En un arrebato de emociones, provocado por no sé qué causa —continuó Pedro—,
El pie de Natasha no dejaba de rozar la pantorrilla de Darío, por debajo de la mesa del restaurante al que habían ido a almorzar, y él, como el caballero que era, no iba a negarse a un simple coqueteo de la hermosa dama, mientras explicaba, untando caviar a su pan, la manera en que Andrés Malagón podía recuperar el valor de su criptomoneda en los mercados internacionales.—No tienes más alternativa que hablar con Akina y pedirle clemencia.Esa era la parte que Andrés quería evitar. Su ego se había ido agrandando con los años, en la medida en que tenía éxito en donde otros fracasaban o en los momentos de crisis, cuando otros más le hablaban de abandonar sus esfuerzos.—Pierdes el tiempo y los a&nt
Cuando bajó del jet privado, lo primero que pidió fue una tarjeta sim para su celular. Necesitaba empezar a transmitir su llegada a la isla. El piloto del avión se encargó, de manera personal, de conseguirla.—Ten cuidado —advirtió el piloto a Martina cuando le entregó la tarjeta para su celular—. Si ven que estás grabando para un canal de Youtube o Tik Tok, puedes tener problemas. Martina asintió, pero no se explicaba cómo era posible que las autoridades de la isla, cualesquiera que fueran, porque no policía parecía haber, controlaban que las personas no filmaran, tomaran videos, fotos o realizaran cualquier tipo de captura que revelara la existencia de la isla al mundo. —¿Vamos? —preguntó Rosana a la joven, indicándole el vehículo que las estaba esperando— Recuerda, vienes como una amiga mía —dijo mientras caminaban por la pista, en dirección al carro—. Ahora vamos a visitar a mi hermana y, después de que hayamos salido, puedes recorrer la isla a tu antojo.Martina asintió antes d
Cuando escuchó su celular, Helena no pudo creer que la estuviera llamando el número que apareció en pantalla. —¿Andrés? —preguntó, incluso antes de saludar. No podía ser que quisiera verla de nuevo, sabiendo que León estaba en la isla y que dormiría con ella esa noche. No podía ser tan descarado.—Sí, ¿cómo has estado?—Oye, lo siento, estoy ocupada, hoy no podemos vernos…—No, escúchame, no llamo por eso.—Ah.—¿Puedes salir esta noche a la ciudad? —Acabo de estar allá, ¿qué ocurre?—Hay alguien que quiere verte y hablar contigo. —Andrés, no estoy para esto, ¿quién es?—Tu padrino.Andrés sintió el silencio al otro lado de la línea.—Salgo para allá —dijo Helena después de unos segundos— ¿En dónde nos vemos?Andrés le indicó la dirección. Era un hotel algo modesto, en donde estaba seguro de que no los verían. —Tardará al menos 45 minutos —dijo Andrés a Darío.—¿Vendrá sola? No le dijiste que lo hiciera. Andrés levantó los hombros. —Siempre sale sola.Los dos hombres esperaron
El club desde el que empezó a transmitir Martina albergaba a no menos de tres mil personas, según dijo la Youtuber en el stream que ya contaba con más de un millón de visitantes, y seguía aumentando a cada segundo.—Esto es la locura, chicos y chicas —decía Martina, a gritos, intentando que el celular no se le cayera de los dedos y esquivando golpes a la vez que enfocaba su cara y la multitud que la rodeaba—. Ya ven que todas las personas aquí visten Prada, Versace, Chanel, Gucci, entre otras grandes marcas, o vestidos exclusivos de diseñadores. No les mentí, estoy en la Atlántida, la mítica ciudad en donde todo era perfecto, no existía el hambre, todos eran ricos y las calles estaban hechas con oro ¿O era El Dorado? No importa cómo la quieran llamar, lo cierto es que existe y estoy en
Cuando Fabiana le avisó quién acababa de llegar, Akina no pudo creerlo y pensó que la joven se había equivocado de persona. Se acercó a la sala con prevención y cuando sus ojos se cruzaron con la mirada de Andrés Malagón, gritó, llamando a Mibu. El inmenso hombre llegó en pocos segundos, decidido a batirse con quien hubiera asustado a su jefa.—Lo siento —dijo Akina cuando vio al gigante con los puños cerrados y acercándose a grandes zancadas—. No reconocí a nuestro visitante, pero ya está todo claro.Sentado frente a Andrés Malagón, estaba Darío y, sentada entre los dos, Fabiana. Mibu no dijo nada, asintió con la cabeza y regresó a lo que fuera que estuviera haciendo.
Después de regresar a la mansión e instalar a su hermana en una habitación contigua a la suya, Helena se enfrentó a León, que no le hablaba desde que hubiera encontrado a Andrés con su pene insertado en la vagina de su prometida.—Tienes dos alternativas, leoncito —dijo Helena, sentada en la sala de su alcoba con una copa de vino blanco en la mano—. Aceptas que no eres el único con derecho a cornear, o te olvidas de mí y de nuestro compromiso.León se había servido un vaso de Cuba Libre y bebía con indiferencia, apoyado en la barra del minibar.—Son tantas las cosas que no sé de ti —dijo después de lo que a Helena le pareció una eternidad—. ¿Qué más de