Fabricio viajaba en el vehículo que recogió a su hermano, Mauricio, en el aeropuerto. Estaba contento no solo por haber puesto a Darío en su lugar (todavía se reía cuando recordaba la cara que puso cuando le dijo que sabía que él había tramado lo de la pelirroja en el estacionamiento), sino también por el reciente ataque de su última y más importante adquisición, Akina, al prestigio de la persona que tanto daño le había causado al corazón de su hermano.
—Apestas a clase turista, hermano —saludó Fabricio cuando su hermano se subió al auto. Sudaba, estaba despeinado y hasta algo agitado—. ¿Qué pasó que no regresaste en el jet privado de la compañía?
Fabricio sabía la re
Fabricio llegó a casa de Darío sobre las ocho de la noche, con una botella de vino en la mano. Saludó a Patricia y después a su anfitrión. Cuando pasó al comedor, no pudo evitar mirar hacia la cocina y recordar la historia que Darío había inventado sobre la pelirroja, de cómo la había visto, con el culito al aire, esculcando en su refrigerador. Imaginó la supuesta escena y sonrió.Olía a comida de mar y, después de compartir un vaso de whisky, pasaron a la mesa, en donde estaba servida una cazuela de mariscos, arroz con coco y aguacates.—Un menú caribeño —dijo Fabricio al tomar asiento—. Me encanta.—Es la especialidad de Patricia —contestó Dar&
La imagen que Darío había proyectado en su cabeza, al escuchar a Darío, lo tenía intranquilo y, sabía, no dormiría esa noche, ni las noches siguientes, hasta no haber resuelto el tema de los activos congelados, un asunto que, a cada minuto, podía ser aprovechado por el conglomerado Troy de manera más destructiva. Su guerra o, mejor dicho, el comienzo de las acciones más destructivas de su campaña bélica, se estaban viendo no solo suspendidas sino que se ofrecía, como un perro de patas abiertas, a que el enemigo lo destripara. No lo consideró por más tiempo e hizo la llamada que, sabía, tendría que hacer tarde o temprano y, dadas las circunstancias, mejor temprano que tarde.—¡Señor ministro, qué gusto saludarlo! —dijo Fabricio cuando reconoció la voz q
Las pesadillas no habían dejado dormir a Helena. Se veía rodeada de personas que, como si fueran zombies, se abalanzaban sobre ella para escupirle improperios, llamarla perra, zorra, prostituta, vagabunda y otros adjetivos de igual o similar significado. Despertaba, agitada, deseando que León estuviera a su lado para consolarla y, después de confortarla, hacerle el amor. Pero no estaba y la cama asemejaba una inmensa planicie vacía en la que ella estaba sola, atrapada en medio de un océano de sábanas de algodón egipcio. Oía el mar, el oleaje al estrellarse contra la playa y el silencio de la noche, solo interrumpido por el canto de una cigarra que, igual de solitaria a ella, llamaba a un amor que quizá nunca llegaría.Se levantó y caminó al refrigerador. Sacó un tarro de helado de pistacho y regres&oacut
Sandra no esperaba que sonara el citófono del apartamento a esa hora de la noche, aunque solo podía significar una cosa: Fabricio había llegado.—Sí, por favor, que pase. Gracias —dijo al celador cuando preguntó si autorizaba la entrada de su visitante.Fabricio subió por el ascensor privado, que daba directo a la habitación en donde Sandra lo esperaba, tumbada en la cama, con un gin tonic en la mano, y un whisky servido en la mesa de noche.—¿Por qué el celador me ha detenido? —preguntó Fabricio, molesto, pasando de largo por la cama para tomar el vaso que Sandra le había servido— Te dejé claro, la última vez, que no hicieras eso. Yo puedo entrar y salir de este apartamento sin estarm
Defender los almacenes de los papás de Helena no sería difícil, pensó León después de haber hablado con quien sería su suegro. Bastaba con una inyección importante de capital, que diera confianza a los compradores de las franquicias para que desistieran de su intención de dar por terminados los contratos invocando la ocurrencia de un caso fortuito que, según ellos, se veía reflejado en la ausencia de clientes debido a la mala imagen de Helena ante la opinión pública a raíz de su compromiso con él. Pasado un tiempo, consideró León, quizá uno o dos meses, el público habría olvidado el suceso y regresaría a los almacenes.—Pueden también, en unas semanas —dijo León al padre de Helena—, sacar una nueva colección de tempor
Atacar a su exnovia, casi prometida, era doloroso para Mauricio, pero Fabricio, su hermano, había insistido en que era lo mejor para recuperarla con prontitud.—Tú la conoces y sabes que sacudirá los cimientos del clan Castiblanco cuando vea que los almacenes de sus padres están en bancarrota —dijo Fabricio cuando Mauricio lo llamó, no muy convencido de lo que estaba por hacer—. Te prometo, hermano, que después de esto recibirás una llamada de ella, disculpándose por lo que hizo y prometiéndote que regresará.Pese a que no estaba muy convencido, Mauricio no veía otra alternativa y no le gustaba desobedecer o incumplir una orden de su hermano mayor. Siempre que se había arriesgado a hacerlo, o su incompetencia lo había llevado a no cumplir a cabalid
La novia estaba hermosa, como no podía ser de otra manera, incluso cuando un hálito de tristeza enmarcaba su rostro, pero con un vestido de varios miles de dólares, la peluquería de un millar y el maquillaje de unos cientos, incluso su pena la hacía ver aún más hermosa.Marcia no había ido a ver casarse a su única hija, aunque estuvo con ella la noche anterior y hasta la madrugada, en un intento poco efectivo por darle fuerzas para lo que le esperaba de por vida.El novio no era feo, tampoco un derroche de belleza, más bien del tipo “cara de tonto”, de orejas saltonas, nariz algo prominente y ancha, boca grande y desproporcionada, por la que, cuando estaba distraído, se le salían los dientes superiores, pecas y el porte de un burro de carga. Sin embargo,
La hija de la exreina de belleza, modelo, presentadora y ahora imagen de una reconocida marca de cremas antiarrugas, Sandra Olivares, se presentó al edificio del ministerio de comercio pasadas las nueve de la mañana, para una entrevista a la que debía asistir a las siete.—Lo siento, señorita, ya las entrevistas terminaron —dijo la secretaria encargada de la dependencia a la que Fabiana se acercó.—¿No hay manera de que pueda hablar con la persona que las realizó?—No, señorita. La doctora Linares ya se fue.—Gracias.Fabiana sabía que la respuesta de la secretaria iba a ser negativa, pero ya tenía un nombre.