CAPÍTULO 67

Los primeros rayos del amanecer se filtraban a través de las contraventanas de madera de la cabaña, proyectando un suave resplandor en el interior rústico. Me estiré lánguidamente, sintiendo el calor del cuerpo de Caleb a mi lado. Su brazo rodeaba protectora y cariñosamente mi cintura, mientras su pecho subía y bajaba contra mi espalda en un ritmo constante y reconfortante.

Los acontecimientos de anoche—las promesas, la pasión, los votos tácitos—flotaban en el aire como un perfume embriagador que no quería que desapareciera.

—Buenos días, mi reina —murmuró Caleb, con la voz aún ronca por el sueño.

—Buenos días, Rey Alfa —respondí, con una sonrisa suave en mis labios. Me giré para mirarlo y mis dedos trazaron las líneas afiladas de su mandíbula. Sus ojos grises, todavía nublados por el sueño, se suavizaron al encontrarse con los míos.

—Freya, necesito que sepas algo —comenzó, y su tono se volvió serio de repente—. Lamento mucho todo el dolor que te he causado. Por cada lágrima, por ca
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