Tras el Adiós
Tras el Adiós
Por: kesii87
PRÓLOGO.

Rosaura:

Aún no estaba segura de la decisión que me había obligado a tomar. No fueron mis padres, ni los insistentes ruegos de mi hermana o mi mejor amiga, los que me hicieron llegar a ese punto. Era yo misma, yo y mis constantes exigencias que me negaba a abandonar.

Miré por la ventanilla, observando aquel cielo despejado que me dejaba ver el intenso azul que adornaba la isla. Un atisbo de tristeza inundó mi alma, que estaba rota y llena de cicatrices, un dolor que nunca se fue del todo, aún seguía dentro, podía sentirlo con cada idea, cada recuerdo, cata atisbo de esperanza …

Apreté mis puños, haciéndome daño con las uñas en las palmas, clavándolas tan fuerte que creí que sangraría. Pero aquella vez tenía el control, no podía volver a perderme en mí misma, porque sabía que Carmen jamás me lo perdonaría. Era difícil, llegar a las expectativas que ella tenía de mí, más cuando ya no estaba para calmar aquella realidad que me asfixiaba día a día.

Ni siquiera podía refugiarme en el trabajo, como hacía antaño, pues ya no ejercía. Era incapaz de sujetar un bisturí, mis manos temblaban, no me veía capaz de salvar la vida de nadie, cuando había perdido a mi propia hija. Impotente, sin poder hacer nada para retenerla a mi lado.

Estaba enfadada, con Dios, por arrebatarme lo único bueno que había en mi vida, lo único por lo que siempre valió la pena luchar.

Mis lágrimas se precipitaron al vacío, y yo me enfadé tanto conmigo misma, por volver a permitir que algo sucediese, que las limpié con rapidez, percatándome entonces, de que habíamos llegado.

El taxi se detuvo frente al complejo, en aquella isla tan conocida por sus ensaimadas, un lugar de ensueño que no iba buscando. Sólo quería paz, tranquilidad y recuperarme de un duro golpe, nada más.

Bajé del auto, tras pagar la carrera al taxista, dejé la mente en blanco y saqué las maletas, adentrándome en aquella pequeña aventura. Aún podía recordar a mis padres, con el pasaje comprado y el sobre con el programa al que me habían inscrito. De nada sirvieron mis persistentes “No quiero ir”, ellos sólo querían alejarme de todo aquello, del dolor. Y en cierta forma los comprendía, por esa razón estaba allí, a pesar de que ya no creía en nada, todas las esperanzas para ser feliz habían terminado con la muerte de Carmen.

  • Bienvenida al Balneario Eterno Paraíso, ¿Qué puedo hacer por usted? – preguntó la chica de recepción, haciéndome salir de mis pensamientos. Metí la mano en el bolso, rebuscando, hasta que logré encontrar el sobre con la reserva. La coloqué sobre la mesa antes de hablar.

  • Tenía reserva para el programa “Dulce Paraíso” – explicaba – soy Rosaura Mejide – observé como hacía comprobaciones en su ordenador, tecleando aquí y allá, antes de entregarme el itinerario de las instalaciones, la guía del programa, la pulsera para acceder a todo el complejo y la llave de mi habitación.

  • Siguiente – Agarré el sobre, volviendo a meterlo en mi bolso, y posteriormente las maletas, adentrándome más y más en aquel complejo turístico, admirando la hermosura del lugar.

  • Hola buenas tardes – saludó, un hombre alto, fuerte y atractivo – vengo al programa.

Llegué a mi habitación, la 56, dejé las maletas en la entrada, admirando maravillada cada rincón de aquel lugar: el baño era espacioso, tenía una bañera de jacuzzi junto a una ducha de estilo árabe, en el suelo, directamente, el lavabo era tan amplio que cabrían todos los cosméticos de mi hermana Susana, que era una fanática del maquillaje. El váter era de esos que cuando pulsabas un botón salía agua para que te limpiase el trasero, y el espejo era tan grande que reflejaba cada rincón del baño. Se podría decir que las paredes eran espejo. Pero … ¿quién querría mirarse al espejo mientras se duchaba? Negué con la cabeza, saliendo del baño, observando el enorme armario que había en el pasillo, ahí cabría toda mi ropa, sin necesidad de usar el de la habitación. La cama era muy amplia, había una chocolatina sobre la almohada, y toallas a los pies de la cama, el armario de esa zona también era enorme, en su interior tenía una caja fuerte y un montón de perchas. Al otro lado, junto a un balcón con unas excelentes vistas al mar, había una televisión de plasma incrustada en la pared y en el mueble de debajo un frigorífico y una colección de bebidas en mini talla.

Dejé aquello y me marché a admirar las vistas, sobrecogida, nunca esperé ver algo tan bonito. Mis padres tenían razón, hacía mucho que no salía de la ciudad, cinco años para ser exactos, desde que Carmen empeoró. Necesitaba algo como aquello.

Aquella escapada me hacía falta, desconexión total, sin teléfono, sin llamadas del exterior dándome el pésame por la muerte de mi hija, sin preguntas constantes sobre dónde estaba mi esposo, sin que Susana me recordase a cada rato que tenía que ir al sicólogo para recomponerme por la pérdida tan trágica, sin que mi jefe me llamase para preguntarme cuándo iba a volver al trabajo. Era normal, era la mejor neurocirujana del país, era normal que la gente quisiese que volviese a operar, pero yo no podía, no después de haber despedido a mi hija de la forma en la que lo hice.

Carmen tenía tan sólo 12 años cuando se fue, era una niña con un futuro por delante, con miles de experiencias que vivir, y ni siquiera tuvo esa oportunidad, aquella maldita enfermedad la venció, y murió de forma prematura.

Recuerdo que nunca se enfadó por lo que le había tocado vivir, aunque yo me viniese abajo, ella siempre estaba ahí para recomponerme, para darme ánimos y ayudarme a seguir. Se suponía que debía de ser al revés ¿no?, era ella la que estaba enferma, y yo era su madre. Pero al final, esa niña sacaba el coraje de dónde no lo había, y seguía luchando. Lo hizo por 5 años, 5 duros años, en los que los médicos no nos daban mucha esperanza de vida, según ellos a mi pequeña no le quedaba más de 1 año, quizás 2. Pero ella les demostró que se equivocaban, aguantando más tiempo que ningún otro niño en su estado.

Recuerdo… Recuerdo cuando se fue, aquella noche de luna llena, con sus ojos clavados en los míos, dedicándome la mejor de las sonrisas, después de haberse tomado sus doce uvas, y haber dado la bienvenida al año nuevo, mi sol se marchó, sus pulmones dejaron de respirar, y su mirada se quedó vacía.

El dolor que sentí en aquella noche es indescriptible, no se lo deseo ni al peor de mis enemigos. Una hija, perder a una hija es lo peor que a uno le puede pasar. Una madre nunca debería sobrevivir a una hija.

Sola, completamente sola, sin el apoyo de su padre, que se marchó al segundo año, sin poder aguantar su caída del cabello, los duros tratamientos, sus llantos en la noche por el dolor que sentía dentro, un dolor que ni siquiera los calmantes o relajantes musculares podían aliviar.

Mi pequeña se levantaba con dolores, y a veces eran tan fuertes que rompía a llorar en mitad del almuerzo, suplicándome que parasen. Impotente, intentaba consolarla, le cantaba una canción de cuna y la acurrucaba entre mis brazos, hasta que se quedaba dormida. Sabiendo que eso era lo único que podía hacer por ella, porque el dolor no se marcharía jamás.

Pero eso terminó, quizás era lo mejor, ya no sufriría más, la que lo haría a partir de ese momento sería yo, por no volver a ver su maravillosa sonrisa o sus ojos sobre los míos.

Noah:

Escuchaba la monótona voz de mi hermano, hablándome sobre las maravillas del programa Dulce Paraíso, del que no dejó de hablar desde que salimos del aeródromo hasta que llegamos al complejo turístico. Fue agotador, os lo aseguro, apenas había dormido por el maldito jet lag, las fiestas y el chute de alcohol que me pegué la noche anterior.

No tenía ganas de ir a un balneario, quería seguir con mi maravillosa vida de lujos y excesos, pero mi mánager opinaba distinto, por supuesto. Y no era para menos, en los últimos meses, reconozco que se me estaba yendo un poco de las manos, incluso el presidente del club estaba pensando en prescindir de mí. Era normal, le estaba costando demasiado dinero cubrir todos mis escándalos.

El teléfono comenzó a sonar, haciendo que saliese de mis pensamientos, lo descolgué y lo llevé a mi oreja, pero antes de responder Kylian me lo quitó y lo guardó en el bolsillo interno de su chaqueta.

  • Nada de móviles – penalizó. Le lancé una mirada de pocos amigos, sin tan siquiera rechistar, sabía que era imposible con él – al lugar al que vas no lo vas a necesitar, tienes que relajarte y …. – de nuevo mi mente desconectó. Era todo un engorro, si no fuese porque era mi hermano pequeño, ya lo habría despedido hacía tiempo.

El camino se me hizo eterno, y al llegar lo agradecí bastante, pues tras un fuerte abrazo por su parte, y mis continuos intentos por alejarle de mí, se marchó en el coche, dejándome a mi suerte en aquel complejo.

Entré en el amplio recibidor, dejando atrás la cristalera de la entrada, deteniéndome detrás de una joven que no me pasó desapercibida. Sin lugar a dudas, en otras circunstancias habría intentado ligármela, pero aquel no era el momento ni el lugar.

La chica era guapa, rubia, ojos azules, y tenía pinta de tener un cuerpazo, a pesar de ir bien tapada y con una coleta sujetando su cabello.

  • Siguiente – llamó la recepcionista, mientras la rubia se marchaba a su habitación, dejé de prestarle atención y miré hacia la chica del mostrador, su cara se iluminó en cuanto me vio – Señor Hazard, no le esperábamos hasta las ocho.

  • Se adelantó el vuelo – contesté, sin más, saqué la documentación de la maleta, y me preparé para mostrársela. Hizo varias averiguaciones en el ordenador, y luego, sin más, me dio el pack de bienvenida – gracias por su discreción – agradecí aceptando la documentación, marchándome después a mi habitación. Era la 55.

Entré en ella, dejé las maletas junto al baño, sin tan siquiera poner mucho empeño en mirar hacia ninguna parte, tumbándome sobre la cama, boca arriba, cansadísimo. Quizás podría echarme una cabezadita antes de empezar aquella aventura, quizás…

Dejé de pensar en cuanto miré hacia el techo. Había un espejo en el techo. ¿Para qué coño habían puesto un puto espejo en el techo? No podía entenderlo. ¿Quién coño querría mirarse en el espejo mientras dormía?

Si Kylian estuviese allí le parecería de lo más osado dormir en aquella cama con un espejo en el techo. Me reí al imaginar la cara que pondría, durante un buen rato.

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