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1-Charla de bienvenida.

Noah.

 Me di una ducha a eso de las ocho, porque a las nueve de la noche, según la guía del programa, sería la presentación del monitor en el salón Flamenco.

Ni siquiera quería pensar en qué significaba aquello de “Salón Flamenco” ¿Qué iba a ponerse a bailar un fandango andaluz? Lo cierto, es que, en aquel momento, me había quedado algo flipado, porque el baño estaba rodeado de espejos por todas partes, las paredes estaban llenas de ellos. Pero … ¿qué demonios estaba sucediendo en esa habitación? ¿Por qué había tantos espejos?

El tipo que diseñó aquella habitación estaba obsesionado consigo mismo, no había otra explicación, porque no se me ocurría otra razón para querer poner espejos en el baño. ¿Quién coño iba a querer mirarse mientras se estaba duchando? Si tienes una verruga en el culo no quieres estar mirándotela mientras te duchas ¿no?

Me puse algo casual, no quería ir demasiado arreglado, y luego me arrepentí de ello, al ver a casi todo el mundo bien acicalado.

Comprendí en seguida por qué lo llamaban el Salón Flamenco. No tenía nada que ver con el fandango ni nada por el estilo, si no con el ave de este nombre. La sala entera estaba ambientada en tonos rosas y había varias figuras con su forma, decorando el lugar.

Me tocó sentarme en la mesa 6, que estaba formada por 6 personas. Aquello fue incluso más raro que lo de la habitación y los espejos, o la sala de los flamencos. Cada mesa tenía un número, y en cada una estaban sentado el número de personas que representaba la mesa. Es decir, en mi mesa había 6 personas, y era la 6, pero en la 1, sólo había una persona.

¿Qué sentido tenía aquello? Me parecía de lo más estúpido.

Un tipo apareció sobre el escenario que teníamos en frente, mientras yo daba un sorbo a la copa de vino que acababan de servirme, y picoteaba un poco de queso. El hombre en cuestión era alto, con cejas pobladas, con el cabello abundante y desordenado, ojos negros y con cierto acento argentino.

“Buenas noches a todos. Antes de nada, quería daros la bienvenida a este programa, llamado Dulce Paraíso. Yo soy Benjamín Casas, y seré vuestro profesor en el programa. Les enseñaré a reconducir la ira, olvidar los problemas del exterior, conoceros a vosotros mismos, y sobre todo a estar en paz con vuestro yo interior. Después de terminar este programa de 4 semanas, les aseguro que aprenderán a canalizar sus problemas, y a convertir lo malo en algo positivo”

Pasaba de aquel idiota, sólo estaba allí porque me habían obligado, ni siquiera me importaba toda aquella m****a.

“Vamos a empezar por conocernos todos un poco mejor, y para ello vamos a hacer un ejercicio, porque es mejor hablar de uno mismo sin palabras”

¿Hablar sin palabras? Aquello era incluso más absurdo que el tema de los espejos.

“Nos vamos a colocar por parejas, y vamos a dejar que hablen nuestros cuerpos, en este baile tan bonito, de mi tierra”

Los primeros acordes de un tango se escucharon en el lugar. Una a una, las personas se fueron levantando y colocándose en parejas, por supuesto yo pasaba de toda aquella m****a, y por eso me quedé a solas con una ancianita de 90 años, a la que parecía que de un momento a otro le daría un infarto. Aun así, la mujer bailó como una verdadera profesional, arrastrándome por toda la pista.

Después de la canción nos detuvimos en la pista, en círculos, con las manos levantadas, concentrándonos en nuestra respiración, tal y como nuestro profesor nos indicaba.

  • Relajad el diafragma – nos pedía – sentir como el aire fluye por vuestro cuerpo, e id relajando este poco a poco – el sonido de un instrumento de viento, una tuba parecía ser, se escuchó por el lugar, junto a sonidos de pájaros, muy relajante, tanto que comencé a quedarme medio dormido de pie – ahora necesito que penséis en algo que os calme, un recuerdo que os transmita paz – pidió, haciendo que toda la clase siguiese sus indicaciones.

¿Algo que me trajese paz?

No había nada en absoluto, mi vida era demasiado estresante, solía vivir al límite. Así que… no había nada… Aunque, si me paraba a pensar en ello, quizás podía recordar un momento.

  • Hablemos ahora de esos momentos. Vamos a empezar por la habitación 5, dinos, ¿en qué piensas?

  • Estoy en la bahía, pescando con mi padre – aseguraba el joven muchacho de no más de 20 años de edad – acabamos de pescar un buen ejemplar y él me está dando la enhorabuena.

  • Estupendo, eso es – agradeció el profesor, poniendo entonces la mano sobre otro – habitación 6, por favor, continúa tú.

  • Estoy con mi hermana pequeña en el cine, es increíble lo bien que me siento cuando ella se siente bien – explicaba una mujer de unos 65 años.

  • Habitación 15 continúa tú.

Pude darme cuenta en poco tiempo, que habían colocado a las personas de dos en dos, en las distintas plantas del hotel. Es decir, la habitación 5 y la 6 estaban ocupadas en la planta cero, la 15 y la 16 en la primera planta, la 25 y la 26 en la segunda planta, y así sucesivamente, hasta llegar a la planta sexta. ¿Por qué habían ocupado las habitaciones terminadas en 5 y en 6? ¿Por qué era todo tan raro?

  • Habitación 55 – llamó, poniendo su mano sobre mi hombro, haciéndome salir de mis pensamientos – es tu turno.

  • Estoy en casa de mis padres, en navidad, y tengo doce años – contesté. El hombre asintió, dándome un breve apretón en el hombro, antes de continuar al siguiente.

  • Habitación 56.

  • Estoy en la playa, hace unos ocho años, con mi hija y mi esposo, bañándome en el mar. Carmen, mi hija, está sonriendo, y rompe a reír cuando comienzo a perseguirla por la orilla. Pablo, mi esposo, sólo nos mira con una enorme sonrisa en su rostro.

Lo que viene siendo una familia feliz. ¿Por qué coño se ha apuntado alguien feliz a ese muermo de terapia?

  • Bien grupo – terminó aquel martirio chino. Abrimos los ojos y esperamos las instrucciones de nuestro profesor – lo habéis hecho muy bien. Habéis dado el primer paso hacia el espíritu. Ya podéis ir a cenar. Recordad que mañana a primera hora tenemos clase de meditación en la Sala Cisne.

Rosaura:

Después de aquella extraña presentación y bienvenida nos marchamos a comer. Era un bufet libre y podías sentarte donde quisieras, aunque las mesas eran largas y los lugares en los que sentarse bancos igual de largos, por lo que al final compartías mesa con mucha gente que ni siquiera conocías.

La comida estuvo rica, cené verdura a la parrilla y un poco de arroz en blanco, de postre una manzana. Me la tomaba, despreocupada, observando como los demás entablaban conversación, mientras yo me mantenía al margen, no había ido a ese lugar a hacer amigos, sólo quería pasar mi dolor, aceptar la muerte de mi hija y seguir adelante.

“Eres una chica joven” – resonó la voz de Graciela en mi cabeza, mi mejor amiga – “tienes toda la vida por delante, seguro que encuentras pronto el amor, y te olvidas del capullo de Pablo. Quizás con el tiempo tengas otra hija, y así Carmen se sentirá feliz, por tener una hermanita” – sonreí.

Carmen siempre me dijo que quería una hermanita, incluso me obligó a prometerle que cuando ella ya no estuviese me animaría a tenerla. Mi hija era un encanto, no estaba enfadada conmigo por nada, ni siquiera se enfadó con Dios o con la vida que le tocó vivir. Solía decir a menudo que Dios la había elegido a ella, que podría ver el cielo antes que mucho de nosotros, y que podría conocer información importante, que nadie más conocía.

“Te estaré protegiendo desde el cielo” – me decía, en aquella tarde gris, justo cuando llegué más temprano de la cuenta a cuidarla – “te ayudaré a encontrar un buen hombre” – rompí a reír.

“¿y qué pasa con papá? – me quejé”

“Papá no te merece. Así que tienes que prometerme que cuando yo ya no esté le pedirás el divorcio y reharás tu vida con alguien que si merezca la pena

“Sólo si me guías hacia él” – sonrió, levantando el dedo meñique para sellar el pacto.

Sonreí al pensar en ello, dejando el tenedor sobre la mesa, agarrando el vaso de agua para dar un largo sorbo, levantando la vista mientras lo hacía, observando algo que me sacó de mis propios pensamientos, incluso me olvidé de tragar, comenzando a toser, sofocada, mientras él sonreía, al otro lado, al darse cuenta de lo que había logrado.

Era un chico alto, fuerte y guapo, moreno de ojos grises.

Bajé la vista con rapidez, porque me intimidaba completamente su forma de mirarme, como si estuviese interesado en mí. No, yo no estaba preparada para algo así, no cuando tenía tan poca confianza en mí misma, no cuando sentí el abandono 3 años atrás, ya no quería volver a confiar en nadie, porque siempre era traicionada. Las únicas personas que siempre habían estado ahí, hasta el final, eran mi familia, y mi mejor amiga, esa que consideraba como una hermana para mí.

Tan sólo pretendía pasar desapercibida, por eso me arreglaba tan poco últimamente, usaba mayas y sudaderas anchas, con una coleta a todos lados, sin maquillaje, ni sello de identidad. Como si mi vida se hubiese detenido hacía mucho, incluso antes de que Carmen se fuese. Me sentía atrapada en el pasado, en mis recuerdos, y tan sólo quería existir, nada más. Porque una parte de mí aún tenía miedo a vivir, a sentir algo que Carmen nunca volvería a sentir. Era injusto, que yo pudiese seguir viviendo mientras su corazón dejaba de latir. ¿Por qué Dios no me eligió a mí en vez de a ella? Lo hubiese dado todo por cambiar los papeles, por estar en su lugar, por salvarla de aquella muerte tan horrible.

Creo que cuando se es madre esa parte inherente está dentro de ti, y harías cualquier cosa por proteger a tu hija, por mantenerle a salvo. Yo fallé en ese cometido. Y eso me tenía terriblemente devastada.

El banco tembló cuando alguien se sentó a mi lado, pero ni siquiera miré hacia él, sólo me centré en agarrar el tenedor y dar vueltas sobre el calabacín que había sobrado.

  • Hola – saludó. Le ignoré, por completo, y eso sólo le hizo gracia, por lo que sonrió – no muerdo – bromeó, mientras metía las manos en los bolsillos de su sudadera, y miraba hacia mí, estudiando bien mi rostro, como quien estudia un experimento que le apasiona – te prometo que no estoy desequilibrado, así que … habla conmigo – me atreví a mirarle, porque su ruego casi parecía desesperado - ¿no te parece que todo esto es un muermo? Porque si no es así… creo que soy el único raro de este programa, el único que no encaja – no dije nada, me limité a observarle. Tenía a más personas a las que hablar, ¿por qué me elegía a mí? ¿Por qué elegir a una persona que está rota y no quiere ser salvada de su abismo? - ¿y qué me dices del tema de los espejos? – insistió. Estaba decidido a sacarme una palabra, quizás quería escuchar mi voz, no lo sé – No es normal que haya espejos en el baño – puso una cara divertida, muy similar a la que habría puesto Carmen en su misma situación, y supongo que … simplemente… no pude evitarlo. Solté una risotada y él sonrió.

  • Es raro – le dije. Asintió.

  • ¿Y qué me dices del que hay sobre la cama? – Le miré sin comprender - ¿no lo has visto? Hay un puto espejo en el techo – sonreí, sin poder evitarlo, porque su forma de hablar, con tanta intensidad me recordaba a mi hija, aunque sin tantas palabrotas - ¿En qué habitación estás? – Dudé antes de contestar, no estaba acostumbrada a socializar, no lo había hecho en tres años, después de que Pablo se fuese me cerré como una concha, incapaz de volver a confiar en nadie. Apenas le contaba nada sobre mí misma a Gabriela o a mi hermana.

  • En la 56 ¿y tú? – parecía sorprendido, incluso lo forzó más, haciéndome sentir bien. Sin lugar a dudas su forma de ser era muy parecida a la de mi hija, no me cabía ninguna duda, a medida que iba conociéndole un poco más, todo lo que se puede conocer a alguien en una conversación inocente.

  • Entonces somos vecinos, yo estoy en la 55. Soy Noah, por cierto.

  • Yo soy Rosaura.

Él era simpático, se pasó el resto de la noche hablando sobre lo extraño que era el complejo. Todas las salas tenían nombre de pájaros, había espejos en el baño y en el techo, nos habían colocado de dos en dos, por parejas, en cada planta, y las habitaciones terminaban en 5 y en 6, estaba obsesionado, eso, o es que era muy observador.

  • Tienes que cerciorarte – me decía, justo en la puerta de nuestras habitaciones – luego sal al balcón y me lo dices – asentí.

Entré en la habitación, mirando hacia el techo al llegar junto a la cama. Tenía razón, había un espejo enorme sobre la cama.

Me asomé al balcón, observándole a él allí, en el suyo.

  • Tenías razón – le dije – hay un espejo en el techo.

  • ¿No te parece raro? – sonreí, asintiendo después – Eres de pocas palabras ¿no?

  • Hace mucho que no socializo – contesté. Se sorprendió al respecto, apoyándose después en la barandilla, mirando hacia mí – tú si pareces normal, ¿qué haces aquí?

  • Se podría decir que tengo problemas de autocontrol – contestó – me cuesta bastante portarme bien, y estoy a punto de perderlo todo, así que … mi hermano me apuntó a este programa, para intentar reencauzar mi vida. ¿y tú?

  • Mis padres me apuntaron al programa, porque no querían que me viniese abajo después de la muerte de mi hija – solté, sin filtro alguno, esperando que se alejase de mí. Si mis pocas palabras no lo habían logrado, quizás aquello lo haría.

  • ¡Oh! Lo siento muchísimo, no lo sabía… - él no sabía dónde meterse, estaba incómodo. Era demasiado directa, siempre lo fui, y ello me trajo malas consecuencias con mi esposo durante mucho tiempo.

  • No importa – le calmé, sonriendo ligeramente, antes de mirar hacia la espesura de aquella noche, donde podían escucharse las olas del mar chocar contra las rocas.

La brisa nocturna movía mis cabellos, acariciando mi rostro, los agradables sonidos de la noche era lo único que podía escuchar, una terrible paz me embargó, incluso sonreí, pensando en que estar fuera de la ciudad, en un lugar como aquel, al final no era tan malo.

  • ¿De qué murió? – quiso saber, tras largo rato en silencio. No contesté, primero abrí mis ojos, tomándome todo el tiempo del mundo, dando una gran bocanada de aire, expulsándola después, y entonces… lo hice.

  • Tenía cáncer – contesté. Hacía mucho que no hablaba sobre ello, tener que explicar que mi preciosa Carmen se fue la última noche del año, era muy duro.

  • ¡Qué m****a! – se quejó – Puta enfermedad de m****a – giré la cabeza para mirarle, porque su reacción me había parecido demasiado intensa. Estaba allí, de pie, mirando hacia la oscuridad de la noche, agarrando con fuerza la barandilla de metal - Mi padre murió hace unos años, de lo mismo – volteó la cabeza, cruzando nuestras miradas entonces, sorprendiéndome. Él era guapo, pero en aquella ocasión sólo podía apreciar las extrañas sombras que los árboles dibujaban en su rostro – no tienes que decir nada – comenzó, bajando la cabeza, perdiendo el contacto visual – ya lo tengo casi superado – aunque no parecía ser cierto, aún se ponía tenso al hablar sobre él – Supongo que no es igual que perder a una hija… pero sé lo que es perder a un ser querido – volví a mirar hacia la espesura de la noche, volviendo a respirar con normalidad. Él era diferente a cómo pensé que sería. Pensé que en cuanto conociese la situación saldría corriendo, que sólo querría acercarse a mí por un propósito oculto, un encuentro causal, tal vez, algo que yo no necesitaba… Pero … a veces las apariencias engañan – Dicen que con el tiempo te olvidas, pero es mentira, nunca la olvidarás… sólo que con el tiempo el dolor se hace más llevadero, al final sólo recuerdas los buenos momentos, y sonríes al hablar de él.

  • Gracias – le dije, fijándome entonces en la luna. Miré hacia ese punto, percatándome de que estaba llena, justo igual que cuando ella se fue.

  • Bueno, será mejor que nos vayamos a dormir. El profesor quiere levantarnos mañana a las seis de la mañana a meditar.

  • ¿A las seis? – pregunté, sorprendida.

  • ¿No te has leído el programa? – negué con la cabeza – pues léetelo, que vas a flipar. Si pudiese huir, lo haría con gusto – sonreí.
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