37. El Amanecer de la Decisión

Los últimos vestigios de luz en su mundo se desvanecían, reemplazados por la sombra de Noah y el infierno que había prometido crear para ella.

En ese momento, Clara se dio cuenta de que estaba verdaderamente sola. No había nadie que pudiera salvarla de la oscuridad que Noah había desatado, y su corazón, roto y herido, solo podía prepararse para soportar el tormento que estaba por venir.

Heinst se encontraba en una situación desesperante, atado a una silla en una celda oscura y opresiva. La cinta adhesiva cubría su boca, impidiéndole emitir cualquier sonido que pudiera alertar a alguien de su paradero. Cada vez que intentaba moverse, las cuerdas que lo sujetaban se clavaban más en su piel, haciéndole sentir el frío metal de las esposas en sus muñecas. Sus ojos recorrían el lugar en busca de alguna posibilidad de escape, pero todo parecía en vano. La desesperación comenzaba a asentarse en su pecho, mezclada con una creciente rabia.

Román Russo, un antiguo enemigo de Heinst, había orques
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