XIII

Sekhmet.

Los brazos fuertes de Júpiter me acurrucan contra su pecho, nuestras iris brillan por el reflejo del fuego que miramos como si fuese la solución a todos los problemas que cargamos encima.

Hace frío, pues es noviembre, no hace falta casi nada para que el invierno comience a enfriár todo a su paso.

Una de sus manos acaricia mi brazo por encima de mi suéter y con la otra me sujeta las piernas para asegurarse de que mi cuerpo no caiga de su regazo.

Hace unas horas logramos construir dos paravientos con palos de bambú y hojas de palmeras, donde yace Graham inconsciente aún. Sigo pensando en qué tan duro pudo haber sido el golpe que le di como para que no haya despertado todavía.

Cuando caímos al agua, estuvimos a punto de ahogarnos. Su peso dobla al mío, las posibilidades de separarlo de mi cuerpo eran escasas. Estaba sola, y la vida de ambos dependiendo únicamente de mí.

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