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Capítulo 23. Hogar nuevo hogar.

_Bueno tío, creo que por hoy ha sido todo, aprovecha lo que te queda de la tarde y parte de la noche para que empieces a ojear los archivos que llevas en tus manos, en cuanto menos tiempo te lleve interiorizar cada detalle ahí escrito será mejor para ti. –decía Káel mientras se daba vuelta y se introducía nuevamente en el coche.

Mi colega bajó la ventanilla del coche y me dio las últimas indicaciones antes de marcharse del lugar:

_¿ves esa maceta con las flores azules en la entrada? -preguntó Káel mientras señalaba la maceta con el dedo índice de su mano.

_Tendría que estar ciego para no verla. –respondí en tono jocoso.

_nunca se sabe tío –se defendió Káel.

_busca dentro de ella, ahí encontraréis las llaves de la casa, una vez adentro verás un pasillo principal, según me ha indicado Barclay hay tres recamaras en el primer piso, todas están abiertas, te puedes instalar en cualquiera de esas.

_Vale tío, me lo pones en bandeja, pues gracias eh.

_ah y una última cosa -decía Káel mientras empezaba a pisar el acelerador. _paso por ti a las cinco de la mañana, espero estés listo a esa hora capullo, os advierto que al general Carbel no le gusta la impuntualidad -no me dio oportunidad de responder, ya había pisado a fondo el acelerador y se había esfumado en la primera esquina del vecindario.

Caminé hasta la puerta y empecé a rebuscar en la maceta como me lo había indicado Káel, no me tomó mucho tiempo en dar con una pequeña llave color plateado, le removí la tierra de un soplido y la introduje en la cerradura, la puerta cedió sin resistencia alguna.

Si la vista de la casa desde afuera me había impresionado, cuando abrí la puerta quedé con la boca bien abierta de la sorpresa.

Me quedé parado por un par de minutos en la puerta mientras apreciaba cada detalle del interior de la casa, enormes cuadros decorativos adornaban las paredes, en sus lienzos, se podía apreciar varias flores que no recuerdo haber visto nunca antes, en colores tan exóticos que solo pudieron haber sido concebidas bajo las suaves caricias del pincel en mano diestra de un legítimo artista. También observé varios cuadros de dunas de arena en algún desierto desconocido para mí, hubo uno en especial que captó mi atención; se trataba de la imagen de un oasis en medio del gran desierto, había empezado a ponerse el sol, y a orillas del oasis se observaba una mujer esbelta de espaldas, vistiendo un tradicional y exótico traje árabe en color vino, dejando a la vista una hermosa cabellera negra que daba hasta el inicio de sus caderas, lo curioso es que la mujer tenía una mano levantada en un delicado gesto y una pierna ligeramente encogida, sin duda alguna danzaba algún tipo de melodía. 

La casa era bastante espaciosa, la sala principal contaba con un formidable juego de sofás y unas mesitas de sala a un costado, una televisión supremamente delgada pero de dimensiones considerables ubicada convenientemente en frente del sofá, el piso era en madera muy fina, se podía apreciar la elegancia en la elección del entablado.

Toda la casa por dentro y gran parte de afuera había sido bañada en un color crema que casi llegaba a blanco. En el costado derecho de la sala se ubicaba una pecera grande, abundante en vida marina, los pececitos dorados revoloteaban en su interior, dando la impresión de ser pequeñas luces artificiales. En el costado izquierdo divisé una grandiosa colección de bonsáis, los diminutos arbolitos orientales daban la sensación de haber entrado en una jungla miniatura. 

Una cocina bastante amplia y muy moderna se encontraba más al fondo. Cerré la puerta y decidí seguir ojeando el lugar. Crucé la sala principal y me adentré por el pasillo, efectivamente encontré las tres recamaras que me había indicado Káel, decidí seguir caminando a sabiendas de que en una de esas tres me alojaría, solo quería echar un vistazo a la casa. Seguí avanzando por el pasillo, al final encontré una escalera en forma de caracol que ascendía hasta el segundo piso, empecé a subir los escalones sin más, a medida que me acercaba al final de los escalones, un aroma a tierra húmeda irrumpió mi sentido del olfato, cuando subí por completo me quedé con los ojos bien abiertos de la sorpresa, no podía creer que fuera cierto lo que veía, hasta me di un pellizco para comprobar que no soñaba ese momento, lo que mis ojos habían descubierto era simplemente fascinante: un huerto, sí, un huerto donde pululaba una especie en concreto “tulipanes”, tulipanes de un color rojo vibrante, habían otras especies en alguno que otro rincón, pero, los tulipanes rojos ocupaban casi un 99 por ciento del huerto. 

Pasé caminando por el pequeño espacio que había en medio de las hermosas flores, maravillado ante tanta belleza, estiré mis manos con intención de rozar mis dedos en algunos de los inmaculados pétalos, pero, en el instante desistí a la idea, las sublimes flores se veían intachablemente hermosas que no me atreví a perturbar su encanto.

Las ventanas rectangulares del lugar permitían el ingreso a una suave brisa que acariciaba mi rostro, los últimos rayos de sol del día se colaban por los espacios de los ventanales, bañando con su esplendor cada pequeño pétalo, dando como resultado un rojo muy vivo y resplandeciente en cada tulipán.

Un sonido bastante peculiar llamó mi atención, seguí avanzando por el hermoso huerto hasta dar con la procedencia del característico e inconfundible sonido. <<lo sabía>> me dije para mis adentros, se trataba de una fuente, una muy peculiar; dos golondrinas de mármol ubicadas en el centro de la fuente se veían de forma diagonal mientras de sus picos salía expedido el preciado líquido, uniéndose ambos chorros en uno solo y produciendo el relajante sonido acuoso al caer al fondo de la fuente.

Seguí curioseando por el paradisiaco lugar, más al fondo divisé una llamativa puerta de fina madera color caoba, sin duda alguna era una cuarta recamara, deduje que se debía tratar de la recamara de la agente Barclay, sentí curiosidad por echar un vistazo en su interior pero… <<humm, tal vez no sea buena idea>>  pensé en el momento, así que me devolví al primer piso y escogí la primera recamara para instalarme. 

Una habitación bastante sencilla pero acogedora, una cama amplia y dos mesitas de noche, un closet en madera abierto de par en par sin ninguna prenda en su interior, una ventana que daba hacia la calle principal (era un vecindario bastante tranquilo), las casas en su mayoría eran de dos plantas y pululaban los colores claros, no se veían coches aparcados en las calles, la suave briza removía un par de hojas que caían de los árboles anunciando el inicio del otoño, la tranquilidad era inmutable, sin duda alguna era un buen lugar para vivir en armonía.  

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