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EL ESPEJO, LA CONFRONTACIÓN

EL ESPEJO

«En este lugar el tiempo y la distancia no existen. Es la quimera, pero también es la realidad».

Elena mira la horrible figura de su cuerpo desnudo en el espejo, y, aunque siente asco de sí misma, le es imposible desviar los ojos a otra parte, al menos, no de inmediato. Coge del tocador un peine de cerdas gruesas, y sin despegar la mirada del espejo, comienza a desenredar la cabellera rizada que cuelga sobre sus hombros. Da un fuerte jalón a la mecha enmarañada y con pánico la ve caer al piso. Al levantar la vista hacia su cabeza, se da cuenta de que sus rizos ya no son tan abundantes. Echa un vistazo al rostro regordete y no puede evitar llevar la mano a su mejilla para pellizcarla y medir su grosor. Tras un suspiro, se anima a bajar la mirada. Con la punta de los dedos recorre las estrías que adornan el vientre saturado de grasa. No le sorprende que Ethan, su esposo, ya no la ame. Elena es consciente de su apariencia monstruosa.

El dolor lacerante que se manifiesta en su estómago, a causa del hambre, se intensifica y su cuerpo se estremece con cada punzada; es la falta de nutrientes la que le provoca un vértigo. Se tambalea y trata de alcanzar el espejo para sujetarse, pero antes de lograrlo, pierde el equilibrio y finalmente cae al piso. El cepillo queda olvidado a un lado, mientras que ocupa sus manos en aferrar las piernas contra su pecho.

Se mantiene tan quieta, como una estatua. Apenas y se atreve a respirar, pues hacerlo le provoca más dolor. Y no es capaz de ponerse de pie, ya ni siquiera lo intenta, porque sabe que no podrá hacerlo hasta que el martirio disminuya. Solamente le queda esperar.

Cuando se levanta, no tiene conciencia de cuánto tiempo ha pasado. Con un par de pasos cortos se acerca a la báscula que está a un lado del espejo. Y con los nervios revolviéndole las entrañas, mira los números marcados. Su peso no disminuye, y lo detesta, porque eso significa que el esfuerzo por mantener la dieta ha sido inútil. Recoge del piso el albornoz que había llevado horas atrás y cubre su robusto cuerpo. Luego, abandona la habitación, pero no sin antes asegurar la puerta con llave en un intento por dejar atrapada a la sombra que se alimenta de sus inseguridades, y que goza martirizándola con aterradoras fantasías.

Sus pies descalzos la dirigen hasta la sala de estar, y al mirar la chimenea sin vida, un escalofrío recorre su cuerpo. Le ha dado frío, o tal vez, ya lo sentía y no se había dado cuenta. Se apresura a encender la chimenea, puesto que tiene la imperiosa necesidad de ver el fuego consumir los leños, a la vez que le brinda un poco de calor. Además, cree que el fuego también extinguirá su ira. Se sienta sobre la alfombra que una vez fue su lugar favorito para hacer el amor en los días fríos de invierno. Cuando la amaba y eran felices. Cierra los ojos mientras abraza sus rodillas e intenta poner su mente en blanco. Pero…

«¿Cómo eludir la verdad? —ya no puede engañarse más—. ¡Él está con su amante!», finalmente, lo reconoce.

Se imagina a una mujer de figura perfecta y andares elegantes. No se decide si ella es castaña o rubia, piensa que cualquiera es mejor siempre que no le recuerde a su esposa: La obesa. Tal vez es su homóloga o un cliente. No le importa de dónde viene, solamente que existe y que está robándole el tiempo con Ethan. La odia desde lo más profundo de su ser, porque sabe que la fulana no se detendrá hasta destruirlos.

«La primera señal de haber perdido el alma, es cuando te das cuenta de que, únicamente, tu felicidad es lo que de verdad te importa».

Ethan conduce el coche a alta velocidad, sus manos sujetan con fuerza el volante. Espera que Elena se encuentre dormida; pues está demasiado cansado para soportar los celos y lloriqueos de la deprimente mujer. Sí, cansado de eso y de que no entienda que nunca la perdonará por destruirlos a ambos; y que es por amor a otra mujer, que ha comenzado a desear su libertad. Ya no puede negarse a sí mismo sus verdaderos sentimientos: ama a Caroline.

¿Por qué Elena tiene que aferrarse a él como si fuera un salvavidas?, ¿por qué tiene que sentirse obligado a compartir su vida con alguien a quien ya no ama?, ¿por qué debería que renunciar a su felicidad por la de ella? ¿Acaso merecía menos que Elena? Esas son las preguntas que cada noche al volver a casa se hace.

Estaciona el coche y sale con su portafolio en mano. Toma el camino habitual al elevador y, al llegar, entra y marca el número de su piso. Más sosegado, cierra los ojos para revivir los deliciosos momentos con su amante: su maravillosa piel sedosa tan libre de imperfecciones y que amaba recorrer con caricias sutiles y sensuales. Luego, estaba su larga cabellera rubia que se mecía al ritmo de su cabalgata. Y qué decir de los labios carnosos y la lengua afilada que no nada más ocupaba para hablarle descaradamente, también, para rodear y succionar su miembro hasta dejarlo seco. Sus pechos eran, simplemente, un elixir adicional a tanta belleza.

«¡No puedo cansarme de su cuerpo!», piensa.

Las puertas de la caja metálica se abren y el sonido lo trae de vuelta. Recorre el pasillo con la mirada antes de avanzar lentamente a su aburrida vida marital. Saca las llaves del bolsillo de su pantalón y abre la puerta. Al cruzar el vestíbulo, la luz de la chimenea capta su atención, allí está ella: su mujer.

Elena lo enfrenta con la cabeza en alto. Nota con asombro que no lo agobia con interrogatorios ni lo amarga con reclamos. Pero su mirada habla más que mil palabras y puede escuchar su desprecio. Y lo detesta, porque no es su culpa. Entonces, ahora prefiere sus gritos y lloriqueos.

Toma asiento en el sofá frente a su esposa, cruza una pierna y estira los brazos en el respaldo. Tan soberbio e impasible, se halla con la mirada fija en el rostro de Elena; retándola. Quiere hacerla perder los estribos, enfurecerla, gritarle y lastimarla. Recordarle que tampoco es perfecta. No obstante, Elena se mantiene en silencio y sin caer en su juego.

—Fui a tomar una copa con Jonathan…

Es Ethan quien inicia la confrontación.

—¿Jonathan Wood? —pregunta entre dientes la irritada mujer.

—¿Acaso hay otro, Elena?

—Mi pregunta es, porque el único Jonathan Wood que conocemos, llamó hace un par de horas. Al no encontrarte en la oficina y con tu móvil apagado, intentó contactarte aquí.

Ethan la mira con dureza, pero ella parece adormecida ante su violencia pasiva; ya no la hace estremecer. Por lo que le lanza una mirada que le dice: «Sabes dónde y con quién estuve». Así, es como logra sobrepasar la valentía de Elena; y por un instante cree que logrará quebrarla, sin embargo, la ve caminar hasta la mesa del teléfono. Recoge la agenda y lo enfrenta de nuevo.

—Toma. Son los datos del hotel en Nueva York donde Jonathan se ha hospedado. Está esperando tus indicaciones, por favor, ya no lo hagas esperar. Es de madrugada y el pobre hombre necesita descansar, no todos encuentran tanto placer en el trabajo —explica, mientras le ofrece la agenda con la mano. El tono sarcástico no pasa desapercibido para Ethan, también, nota los nudillos blancos por la fuerza con la que sujeta la agenda. Tras un par de segundos más, estira la mano y se la arrebata de mal humor.

Elena asiente y tras darle un último vistazo lo deja solo.

Ethan lee el mensaje de Jonathan y maldice al hombre. Se levanta y toma el portafolio olvidado en el piso, lo coloca en la mesilla y después lo abre. Luego arranca la hoja del recado y la guarda en un compartimento. Pero sus dedos han notado algo extraño dentro. Al sacarlo ve que es una fotografía; es de Elena. No recordaba llevarla consigo. La foto era de sus primeros años de matrimonio. La pone de vuelta en el compartimento, más por no saber qué hacer con ella que por nostalgia. Cierra el portafolio y lo deja en el piso.

Se aproxima al ventanal y observa la luna, no se considera un hombre romántico, mas no puede evitar recordar la piel blanca de su amante y lo hermosa que es. No como Elena, una belleza clásica y que, al lado de Caroline, parece poca cosa. No es solamente la belleza física de su amante la que eclipsa a su esposa, es también su inteligencia y esa hambre por el conocimiento lo que lo mantiene siempre interesado en sus largas charlas. Con Elena no tiene nada de qué hablar, a pesar de compartir la misma profesión. Para él, es inevitable compararlas, así como desear estar muy lejos de ese lugar. Lamentablemente, no hay manera de reparar el daño, no existe nada en el mundo que pueda salvar su matrimonio, ni siquiera el amor verdadero que tanto se profesaron. No, no lo fue, ni es suficiente.

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