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ABATIDA, MAESTRO

ABATIDA

«Si te das cuenta de que dormir es mejor que vivir, es porque todo está mal».

Elena se despierta con el sonido de alerta del reloj de su buró, todavía en sueños, apaga el despertador, y luego trata de aferrarse a los días felices sin éxito. Abre los ojos y mira a su lado izquierdo solo para encontrarse que Ethan ha pasado la noche en la recámara aledaña. Pero, tal y como el primer día de su ausencia —hace meses—, no pierde la esperanza de hallarlo dormido a su lado.

La tristeza la asfixia un poco más cada día. El dolor que experimenta en el pecho le hace preguntarse si vale la pena seguir en una batalla, en donde no solamente debe pelear en contra de su fealdad y el desamor, sino que también, tiene que enfrentarse a la sombra de la mujer que está destrozando su matrimonio. Y es triste para ella darse cuenta, de que únicamente puede retenerlo provocándole lástima.

«¿Qué hago si no puedo darle el hijo que tanto desea?», se pregunta.

La parte egoísta de su corazón se niega a perderlo. La que lo ama, la tortura con remordimientos y pide a gritos liberarlo.

Elena presta atención a los ruidos fuera del dormitorio, es hora de iniciar con sus labores de esposa perfecta. Se levanta y se cambia la ropa de dormir. Nota que los sonidos amortiguados en el corredor han cesado. Sale de la habitación y se detiene un momento detrás de la puerta, que es donde se encuentra Ethan. Por un segundo desea entrar y suplicarle que la ame de nuevo, pero es tan cobarde que mejor se dirige a la cocina.

Para entretenerse, enciende la radio y escucha un poco de noticias al mismo tiempo que prepara el desayuno. Realmente no está prestando atención, su mente todavía se halla adormecida con la bruma del pasado.

Al terminar su tarea espera sentada frente a la mesa, Ethan aparece minutos más tarde y sin echarle un breve vistazo, bebe de pie un par de tragos de café. Con tristeza lo ve partir sin mirar atrás, sin dirigirle una sola palabra, ni siquiera de repulsión a su horrible aspecto. Nada más existe su indiferencia.

La ira la recorre y envenena cada parte de su cuerpo luchando por salir. Sujeta su cabeza, grita y después arroja al piso el plato con el cereal. El dolor en el pecho en esta ocasión es insoportable. Desea el regreso de los días felices donde todo era más fácil.

«¿Qué hice mal?, ¿acaso amarlo ha sido mi error? ¿Evitarle la pena?».

 Llora con amargura y de impotencia; se siente traicionada y perdida. No puede hallar una solución al problema, ni la manera de acercarse a Ethan.

Camina de regreso a la habitación sin fuerza, ya no quiere continuar con esa horrible vida; la carga que lleva sobre los hombros, desde hace algunos años, cada día es más pesada. Se recuesta en la cama abatida, llora, golpea la almohada y ahoga los gritos de agonía en ella, ruega por despertar de esa pesadilla, pero es inútil. En cambio, continúa llorando hasta que ya no tiene lágrimas para derramar, y el agotamiento la entumece. Sus ojos mantienen la mirada perdida en la pared.

«Cuando el ego no te permite escuchar, no eres más que un idiota».

Ethan no puede definir la sensación que invade su cuerpo cuando sale del departamento. Huir como lo hace cada mañana, no lo considera cobardía. Es que no tolera la mirada de Elena, llena de tristeza e impotencia, por no poder recuperar lo que han perdido. Ella se aferra cada día más a un pasado que no volverá. Que ya ni siquiera él desea.

Antes de arribar al elevador escucha su grito de ira. Puede decir sin remordimiento que no le afecta, tal y como debería de hacerlo. Es decir, no le nace ofrecerle consuelo ni hacerle promesas de amor que no podrá cumplir. Otra señal de que Elena ya no es su prioridad. Sube y marca el botón para el estacionamiento. Se recarga en una pared y cierra los ojos.

«Entonces, ¿por qué debería continuar con ella? ¿Por qué seguir dañándonos?», se pregunta.

Mientras maneja intenta ponerse en contacto con Jonathan. Lo maldice, todavía quiere dejar caer su furia en el hombrecillo. Por idiota e indiscreto. Era cierto que ya no amaba a Elena, pero eso no quería decir que quisiera enfrentarse a ella todo el tiempo. Mucho menos, cuando todavía podía sentir el calor de su amante y el aroma almizclado de su sexo en la piel. Al aparcar el coche en el estacionamiento de la oficina, golpea el volante. Está frustrado y cansado de sentirse asfixiado. 

Al llegar a su piso, no hay señales de su secretaria. Por lo que supone está dentro de su oficina. No se equivoca, ella se encuentra encendiendo su equipo de cómputo, sentada en su silla, vestida con un traje negro de diseñador y una blusa blanca. Puede ver por debajo del escritorio que sus largas y bellas piernas están cruzadas impidiéndole echar un vistazo debajo de la falda. Ella mantiene un semblante tranquilo en el rostro. La luz de la mañana, le sienta bien a su piel blanca; puede decir que se le hizo tarde pues sus mejillas están sonrojadas por haber corrido. Al ver que ella no levanta la mirada para reconocerlo, toma la iniciativa.  

—¡Buenos días, Caroline! —Nota su voz más ronca de lo habitual. ¿Cómo no? Ella está bellísima con ese maquillaje tenue y los labios pintados de color melocotón.

—¡Señor!

—Ve a la sala de juntas y comunícame con Jonathan en videollamada. ¡Es urgente! —le ordena, mientras que le entrega los datos que Jonathan dejó a Elena.

—¡Por supuesto, señor! —Caroline, sale de la habitación no sin antes regalarle una sonrisa que él responde con facilidad.

Y es que la mujer sabe las cosas que le provoca con ese tono de voz, casi arrastrando las palabras, como si ella quisiera borrar cualquier recuerdo de su esposa desde el momento que lo veía. Realmente no tenía necesidad de hacerlo. Elena estaba fuera de su corazón y su intimidad.

Se sienta en su escritorio y antes de comenzar el día piensa en como sería su vida si dejara a Elena. Supone que todo sería más fácil para ambos. Aunque para ella al principio sería doloroso, sabe que, al final, obtendría la paz que necesita para continuar. Ambos lo superarían. Y, por supuesto, él sería feliz.

Entra a su cuenta de email y en la bandeja de entrada, un mensaje le llama la atención; es de su hermana Quella. Se da cuenta de que no puede seguir evadiéndola. Ella está amenazándolo con ir a buscarlo a la oficina. Por ese motivo le responde el email y la invita a comer. Ha tomado una decisión y Elena necesitará de su apoyo.

—Señor, ya está todo listo.

—Gracias, y asegúrate de que nadie me interrumpa.

—Sí, señor.

Ethan se levanta dos minutos después y camina hacia el elevador, su secretaria está inclinada guardando documentos y ordenando el archivero. Su falda recta abraza sus curvas, y él quisiera tener un poco más de tiempo.

Sentado en la sala de juntas con la pantalla encendida observando al hombre que había sido su maestro, Ethan se percata de los cambios estéticos en su rostro, y piensa que, realmente no importa a cuántas cirugías estéticas se someta, su rostro, está lleno de arrugas y sus rasgos físicos ya están un poco cambiados. El hombre es vanidoso en extremo, pero sus canas delatan su avanzada edad; su mente un poco más lenta que antes y ni qué decir, de sus ideas pasadas de moda. El hombre es senil. Ethan se pregunta: «¿Por qué no se retira de una vez?».

—¡Ethan! ¿Cómo está Elena? A Julia, le encanta pasar el tiempo con tu esposa. ¡Ya sabes! La considera una hija —Jonathan habla en ese tono paternal que no engaña a Ethan. El hombre, no tenía buenas noticias.

—Sí, claro. Sin embargo, no estoy aquí para hablar de mi esposa, Jonathan. —Ethan, está aburrido del hombre.

—Lo sé muchacho, lo sé. No deberías tomarte la vida tan en serio, eres joven al igual que ella y, ¡mira que si la descuidas…! podrías arrepentirte.

—Con el debido respeto, Jonathan… —declara subiendo el tono de voz—, eso es algo que no es de tu incumbencia. Por lo tanto, la próxima vez que no me encuentres en la oficina o por el móvil, espera mi llamada.

—Lo siento Ethan, no sabía que anoche habías desviado tu camino.

Ethan suelta una carcajada cínica antes de responder:

—¿De qué hablas? Estaba revisando el expediente de Jean Carlo, aquí, en la sala de juntas, y apagué el móvil para no tener interrupciones.

—Ethan, te diré esto como un amigo: hay rumores y no quisiera pensar que son reales… porque si lo son, entonces, creo que estás cometiendo un grave error.

—No sé de lo que estás hablando —intenta negarlo todo, aunque sabe que es inútil—. ¿Qué es de lo que hablan a mis espaldas?

—Que tienes una amante.

—¡Qué idiotez! Y en todo caso mi vida personal no es de la incumbencia de nadie.

—Ahora te hablo como socio y en representación de los otros, te pido que seas discreto y si ella es quien dicen quien es, Ethan, no te compliques la vida y finaliza ese romance antes de que Elena te descubra y arme un escándalo que pueda afectar a nuestra imagen.

—Elena no hará nada y ninguno de ustedes tiene la facultad de darme órdenes. O, tal vez necesitan que les recuerde todas y cada una de sus indiscreciones.

—Discúlpame, pero lo tuyo no es una indiscreción, amigo, es un error.

—Error o no, no es asunto suyo y les pediré a ti y a los otros que no interfieran en mis asuntos.

Jonathan suspira fuerte. Sabiendo que no obtendrá nada más de Ethan.

—Lo siento, Ethan. Espero no haber preocupado a Elena.

—Por supuesto que no, Jonathan. Ahora, respóndeme: ¿conseguiste al testigo?

—No, se niega a participar. Al principio, no quería ni siquiera escucharme. Solo quiere que tú te dirijas a él.

Ethan niega con la cabeza.

—Es tu trabajo convencerlo, Jonathan, no el mío. Así, que no regreses hasta conseguirlo.

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