—Como informé, el Rey Thorian está dispuesto a dar marcha atrás con su declaración de guerra y a cambio solo exige que se le envíe a la princesa Seraphina como concubina. —expresó elocuentemente.
La mencionada apretó los dientes para contener la respuesta sarcástica. Necesitaba escuchar atentamente la conversación.
—Obviamente tendría que mudarse al palacio de Eclipsa. —explicó. —Su alteza no sufrirá ningún daño y se le continuará brindando la calidad de vida que corresponde a su estatus. También contara con seguridad personal.
“O carceleros personales.” Pensó Seraphina, no engañaban a nadie con eso.
—Los preparativos para recibir a la princesa ya están listos, así que podemos marcharnos cuanto antes. —prosiguió el emisario. —Se le asigno una habitación exclusivamente para ella y no tendrá que compartir espacio con el resto. —afirmó.
Seraphina entendía que se refería a las demás de las concubinas y casi suspira de tranquila, al menos tenía un problema menos encima de sus hombros. Aunque algo le decía que el trato preferencial se los traería de todos modos.
—Tengo una condición más que agregar al acuerdo. —La tres personas que la acompañaban giraron inmediatamente, como si se hubiesen olvidado que ella estaba también presente. —¿Acaso creyó que no tendría nada que decir? —dijo.
El rostro del emisario adquirió un tono rojizo y se apresuró a negar.
—Por supuesto que no. —inquirió como si la simple insinuación le ofendiera. —Estaría encantado de escucharla. —Compuso el mismo gesto cortesano.
Seraphina suspiró y se levantó, con cuidado enderezo la espalda recta. Sentía la mirada cautelosa de su padre sobre ella, probablemente se estaba preguntando qué traía entre manos. Algo le decía que no estaría de acuerdo con lo que diría.
—El rey Thorian ya expuso sobre la mesa sus peticiones. —comenzó agradeciendo que su voz no temblara. —El reino de Celestria y yo estamos dispuestos a aceptarlas a cambio de una sola cosa. —dijo estirando los brazos.
—Con todo respeto, alteza. —inquirió el emisario interrumpiéndola. —No está en una posición en la que pueda negociar ahora mismo. —le recordó escuetamente.
La princesa le lanzó una mirada mordaz que lo hizo callar de inmediato.
—Con todo respeto. —dijo imitando sus palabras. —Le agradecería que no vuelva a interrumpirme; recuerde su posición en mi reino. —declaró seriamente.
El hombre lucía sorprendido, evidentemente no esperaba aquella respuesta. Había oído rumores sobre la hija mayor del reino de Celestria, la mayoría comentaban que era una jovencita débil y sumisa, cuyos padres habían alejado de la corte por ser demasiado sensible para tolerarla, la presión era bastante.
Sin embargo, la joven que tenía frente a él estaba lejos de ser alguien indefenso. Su actitud era la de un soberano orgulloso, le recordaba a su propio rey.
—Lamento mi impertinencia, alteza. No volverá a ocurrir. —se disculpó haciendo una reverencia. —Le ruego que por favor continue con su solicitud.
Thorian Drakmoria exigiría su cabeza si algo salía mal durante esta reunión.
—Mi petición es la siguiente. —continuó Seraphina. —Iré como concubina y mantendremos la paz entre ambos reinos si el rey Thorian acepta mi deseo. —dijo.
—¿Su deseo? —preguntó el emisario confuso. Seraphina asintió.
—Así es, pero es algo que solo hablare cara a cara con él. —afirmó tomando nuevamente asiento. —Quiero que me prometan llevarme a Drakmoria y si el rey rechaza mi deseo, sea enviada nuevamente a Celestria junto con el cese de guerra.
—¡Princesa Seraphina! —La mencionada giró la cabeza ante el llamado. —Creo que no sabes en lo que te estás metiendo, lo mejor es aceptar las expensas condiciones de Drakmoria. —su cara lucía sonrojada y bastante enojada con ella.
—Majestad, creo que deberíamos considerar la propuesta de la princesa. —intervino la reina posando su mano sobre el brazo de su amado esposo.
—Entonces mi señor. —dijo Seraphina. —¿Acepta? ¿Paz o guerra? —interrogó como si fuese ella que lo tuviese en sus manos y no totalmente al revés.
El emisario se mantuvo en silencio, meditando la respuesta que le daría.
—Acepto. —contestó por fin. —Agregaremos las nuevas clausulas al contrato para que sus majestades lo firmen dentro de unos minutos. —expresó sin más.
—El acuerdo se sellará de acuerdo a las leyes antiguas, con sangre. —declaró Seraphina, antes que nada. —Es la única manera en que tendrá absoluta validez.
Todos se mostraron de acuerdo y el emisario ofreció una disculpa para retirarse. Seraphina hizo los mismo y salió del comedor antes de que sus padres pudiesen interrogarla sobre lo que acaba de hacer.
Debía irse a empacar para marcharse esa misma noche, el camino hacía Drakmoria era bastante largo: Tres días acaballo y dos para atravesar el mar que los dejaría en el puerto de Eclipsa.
Al llegar a su alcoba vio que las sirvientas ya iban bastante adelantas, también se encontró con una visita indeseable, que la hizo fruncir el ceño: Lucien Celestria.
—Hermano. —saludó escuetamente. —Siempre es un placer verte. —mintió.
—Lo mismo digo, hermana. —aseguró haciéndole una rápida reverencia. —Aunque veo que tus modales siguen siendo deficientes. —cuestionó sonriendo.
—La reverencia solo es para el príncipe heredero o para alguien de mayor rango. En esta habitación soy la persona con el estatus más alto. —respondió.
Le complació ver como los ojos plateados de su hermano se oscurecían. Siempre disfrutaba de enojarlo y de recordarle su posición en el palacio.
Nunca se habían llevado bien, ni siquiera cuando eran niños. Las razones eran más que obvias: sus madres. A pesar de ello Seraphina lo intentó pues llevaban la misma sangre, pero simplemente no fue posible, eran como el agua y el aceite.
—Todo el mundo me considera el príncipe heredero y soy el más apto para dicho puesto, después de todo, soy el único hijo varón del rey. —contestó cizañeramente. —Algún día gobernare sobre toda Celestria. —insistió furioso.
—Y solo ese fatídico día tendrás una reverencia de mi parte. —contestó.
—¿Cómo te atreves? Pequeña Pe… —La mano de Lucien se alzó contra ella.
—Cuidado alteza, no olvide quién es quién. —dijo sosteniéndole la muñeca.
Lo que de verdad quería decirle era: Recuerda que aún no eres el príncipe heredo, solo el hijo de una concubina y yo soy la hija de la reina legitima.
Lucien la apartó de un manotazo, como si le diese asco que si quiera lo tocara. Seraphina suspiró, era una lastima que alguien tan guapa tuviese tal actitud.
Entre solo compartían el color de cabello y ojos, plateados como la luna, pero ahí terminaba el parecido, pues heredaron más de sus respectivas madres.
Solo había un año de diferencia de su nacimiento, pero mientras Lucien era un joven alto, de labios rojos y rizos suaves con espalda ancha y brazos fuertes; Seraphina poseía una apariencia menuda y delicada, como si pudiera romperse en cualquier momento. Incluso aparentaba menos edad de la que tenía.
—Por cierto, he oído que te marchas como concubina hacía Drakmoria. —comentó con una sonrisa socarrona. —Parece que aún te consideran lo suficientemente valiosa como para abrirle las piernas al enemigo. —dijo cruelmente.
—Lady Aveline me ha enseñado una o dos cosas. —contrataco mencionado a la madre de este. —Después de todo, ha logrado mantener el lecho del rey caliente durante mucho tiempo. —afirmó pasando por su lado hacía el tocador.
—¡Tu! —gritó Lucien nuevamente, Seraphina decidió que ya era suficiente.
—Le pido que se retire, alteza. Como usted bien lo ha expresado, debo prepararme para mi viaje. —le recordó señalando “amablemente” la salida.
Escuchó que su hermano chasqueaba la lengua y después el portazo al salir. Seraphina cerró los ojos y dejó caer el cuerpo sobre un sofá, fue entonces que recordó que las sirvientas también estaban allí y habían presenciado aquel teatro.
Lamentablemente ese era el rey que les esperaba cuando su padre falleciera. A pesar de todo lo que mencionó antes, jamás negaría la verdad evidente.
El sol ya empezaba a ponerse cuando las maletas estuvieron listas. Hacía unas horas que el emisario entregó el nuevo acuerdo y sus padres lo firmaron marcando una huella de sangre en el papel, solo faltaba el lado del rey Thorian.
—El coche la espera, alteza. —informó un sirviente. Seraphina asintió.
La princesa miró por ultima vez las paredes de su habitación y salió de allí, bajando las escaleras de dos en dos hacía la entrada del palacio. Fuera ya estaban el emisario, acompañado por sus padres y varios guardias que los custodiaban.
—La caravana estará compuesta tanto por hombres de Celestria como por Drakmorianos. —informó el emisario señalando a los hombres detrás de él.
Seraphina se fijó en que todos parecían poseer un tono de piel tostado, que contrastaba extremadamente con su piel pálida. Por un momento se pregunto si la de Thorian sería igual y luego se reprendió al tener ideas tan estúpidas.
Su madre la abrazó una ultima vez y su padre solamente la despidió con un asentimiento de cabeza. Nada era emotivo, ni siquiera había lágrimas de tristeza por su partida, igual que hace diez años. Con la ayuda de uno de los caballeros, subió dentro del carruaje y retiró la capucha de su enorme abrigo.
El emisario se subió detrás de ella y pronto el vehículo comenzó a moverse, dejando detrás la etérea apariencia de la capital. Seraphina contuvo el llanto.
El viaje fue estresante y tumultuoso, lo peor de todo fue el traslado por agua. Seraphina descubrió que se mareaba demasiado en un bote, ni siquiera podía estar más de unos minutos en la cubierta sin que las náuseas la golpearan, así que paso la mayoría del tiempo encerrada en su lujoso camarote solamente para ella.Por suerte le habían permitido traer algunas damas de compañía que se encargaban de mantenerla estable, lamentablemente ninguna era su nana. Agradecía a la diosa que pronto llegarían a las costas de Drakmoria, extrañaba dormir correctamente después te tener que estar casi una semana en el mar.Observaba como caía una gota por la hendija de madera que había en su camarote, cuando tocaron la puerta. Seraphina se puso de pie inmediatamente.—Adelante. —anunció cubriéndose con un chal color marrón.¿Quién diría que las noches podían ser tan frías?Uno de los miembros de la tripulación entró y le hizo una reverencia.—Alteza estamos cerca de la costa, Lord Emrys me ha pedido qu
—Su Majestad es un hombre inteligente y justo. Pasó muchos años con el ejército de Drakmoria, así que eso lo convierte en un estratega formidable. —comenzó a decir. —No he visto a un soldado como él en medio del campo de batalla, pero también es un compañero absolutamente leal. —Sus palabras eran tangentes.—Parece que lo admira mucho. —Ninguno de esos adjetivos coincidían con la imagen del hombre que se había formado en su mente. —¿Qué hizo para merecer tal deferencia? —preguntó con un toque de burla deslizándose por su lengua.Se detuvieron repentinamente, Seraphina lo observó sorprendida hasta que cayó en cuenta de que frente a ellos estaba un carruaje esperándolos. Era una carroza magnifica color negro, decorada con cortinas borgoñas; el logo de la familia real resplandecía en el mismo tono plateado del cabello de la princesa.—¿Me permite ayudarla? —Seraphina aceptó la mano que Lord Emrys le ofrecía y subió al carruaje, él lo hizo detrás. —Respondiendo a tu pregunta, el rey Thori
Seraphina salió de la sala del trono después de dicha conversación. Lord Emrys la guio hasta la habitación que le habían asignado en el palacio, tenía muchas ganas de preguntar por el resto de las concubinas, pero decidió esperarse. En Celestria las concubinas estaban separadas del castillo de la familia real, eso evitaba problemas, ella jamás había visitado dicho lugar porque lo tenía prohibido.Su padre las mantenía en un palacio aparte con todas las comodidades, incluso Lucien fue criado en ese espacio debido a quién era su madre; en cambio Seraphina vivía en el palacio principal. No conocía ninguna concubina, exceptuando a Aveline que al tener un hijo con el rey y eso le concedió otros beneficios.Ya estaba acostada en un intento de relajarse, cuando tocaron la puerta de repente. Les concedió la entrada y una sirvienta le hizo una reverencia.—Saludos alteza. —expresó de manera amable. —He sido enviada por la reina Alicia, su majestad desea que la acompañe para la hora del té. —in
—Del mismo modo en que el rey está dispuesto a comenzarla si no me vuelvo su concubina. —expresó con una sonrisa cortesana. —Aquí solamente vale la palabra de los que ostenten el poder, no somos más que peones. —inquirió.—En definitiva, somos peones. —aceptó la reina. —Por ello tenemos el poder de adaptarnos y transformarnos, convertirnos en cualquier otra pieza. —exclamó.—Las piezas ya están en el tablero, ahora veamos cual será el siguiente movimiento. —dijo Seraphina. —No pienso permitir que mi hijo sea un bastardo sin derecho a nada. —dijo entre dientes. —Tampoco que me humillen como a cualquier.—En su reino tampoco tendría derecho a nada. —le recordó la reina Alicent.—Pero al menos no serpia intercambiada como ganado en una transacción.La tensión podría sentirse en el ambiente, era tan densa que podrían cortarla con un cuchillo. Hacía tanto silencio que por un momento temió que sus damas no estuviesen respirando, sabía lo que le esperaba con la reina, lo que no esperaba es q
Tocaron la puerta mientras aún se preparaba, así que Emily fue a abrirla dejando a Seraphina con la anterior tarea. Lo más probable es que sus padres recibieran la carta y en algunos días el contrato entre ambos reinos estuviese listo.A partir de ahora ya no sería conocida como La princesa Seraphina, sino como la concubina del rey Thorian. Despojada de su nombre, titulo y raíces… ¿Existiría algo más humillante que eso? Ni siquiera tenía la oportunidad de llorar adecuadamente.—Alteza. —Seraphina giró al escuchar a la voz desconocida que la llamaba. —Saludos a la Estrella de Celestria. —saludó haciendo una reverencia. Vaya al menos alguien conoce la etiqueta apropiada; pensó con cierto sarcasmo.—Puedes ponerte de pie. —ordenó dándose la vuelta para continuar mirándose en el espejo. —¿A qué debo esta visita tan sorpresiva? —interrogó.La joven tuvo la decencia de lucir un poco avergonzada, le agradó de inmediato y eso que no existían muchas personas de las que pudiese decir aquello.
Ella negó con una mano, restándole importancia y fingiendo modestia.—Debería ser yo quien agradezca por honrarme con tal invitación. —declaró tomando unos de los dulces que se encontraban en la mesa. Estaba muy delicioso.—Es muy rico, ¿verdad? —preguntó la reina interpretando su reacción. —Come todos los que quieras y sí deseas más puedo ordenar que lleven a tu cuarto.—Es usted muy amable, le tomaré la palabra. —afirmó degustando el dulce.Seraphina observó a las demás concubinas, lucían algo suspicaces con ella.—Permítanme presentarlas. —anunció la reina. —Amara, Safiye y Miriam. —pronunció señalándolas en ese orden. Seraphina se fijó que eran: pelirroja, castaña y pelinegra. También que todas eran muy guapas. —La princesa Seraphina.Las cuatro se saludaron con asentimientos de cabeza, no podían hacer más.Se apreciaba que los gustos del rey Thorian eran bastante variados, ninguna de las presentes compartía el mismo color de pelo, ojos, ni siquiera el matiz de la piel. Aunque por
La luz de las antorchas iluminaba el pasillo por el cual transitaba, siendo acompañada por sus damas y un par de sirvientas del harem. La piel pálida de la princesa resplandecía suavemente en contraste con ligera claridad, dándole un aspecto como de otro mundo. Algo superior que no debía estar entre mortales.Muchos empleados la observaban fingiendo un muy mal disimulo. Era de esperarse, entre tantas pieles morenas y bronceadas pocas veces tenían la oportunidad de contemplar una tez blanca, mucho menos una tan pálida como aquella. A simple vista parecía suave y delicada, similar a la porcelana blanca.Habían oído que una princesa de otro reino había llegado para unirse al harén del su rey y señor. Sentía lástima por la delicada flor primaveral, sumida ahora en un fuego que quemaba con la misma fuerza que las llamas del infierno. Había sido condenada a un destino peor que la muerte si debía ir a los aposentos del rey.Un dragón devorando a un cordero, eso ocurría nada más caer la noche
La noche envolvía el reino de Celestria en su manto oscuro y estrellado. Seraphina una niña de cabello oscuro y ojos transparentes como el agua, se encontraba en su habitación, mirando por la ventana la luna que brillaba con un fulgor plateado en el cielo y las estrellas que centelleaban como diamantes en la negrura del universo infinito.La pequeña Seraphina había sentido algo especial en ella desde que tenía memoria. Un poder oscuro y misterioso, como sombras danzantes en su mente, la había acompañado desde su nacimiento. Las noches eran su refugio, cuando el “Sueño Oscuro” cobraba vida dentro de su pecho y salía de sus manos desesperada e incontrolablemente.En medio de esa densa noche, su madre, entró en la habitación, su vestido de seda y encaje resplandeciendo incluso en la penumbra. El semblante de la mujer se volvió pálido en cuanto observó el cuadro que estaba frente a ella. Una atrocidad similar a los habernos del mismísimo infierno.Seraphina se dio la vuelta nada más escuc