Capítulo 1

Las sombras se alzaban entre las altas torres de piedra del castillo de Drakmoria, sus secretos insoldables ocultos a los ojos curiosos. En el trono de obsidiana, el Rey Thorian se erguía con su figura imponente a penas visible en la penumbra.

La sala del trono estaba silenciosa, solo interrumpida por el suave crujir de las antorchas. Thorian miraba fijamente un mapa desplegado ante él, sus ojos brillaban con una luz misteriosa mientras trazaba con los dedos los contornos del continente de Eldoriam. Había alcanzado un punto crucial en su reinado, una encrucijada de poder y ambición.

—Mi señor, el mensajero ha regresado. —anunció una voz desde las sombras.

Thorian asintió con la cabeza, sin apartar la mirada del mapa. El mensajero avanzó con pasos cautelosos, sus ojos nerviosos observando las sombras que se retorcían en la sala.

—Habla. —ordenó Thorian sin mirarlo.

El mensajero tragó saliva antes de dar su informe.

—Majestad, el reino de Celestria se ha fortalecido en las ultimas semanas. Sus alianzas se extienden por todo el continente, y su influencia se ha hecho evidente en los renios circundantes. Parece que han descubierto una antigua y poderosa fuente de magia.

—Celestria se ha vuelto demasiado audaz. —murmuró Thorian. —Su magia no puede igualar la oscuridad que yo domino. Pero deben recordar quien reina en Drakmoria.

Su acompañante asintió apresuradamente y retrocedió, sus pasos rápidos y alejándose del trono en penumbras.

Thorian continuó observando el mapa, trazando planes y estrategias en su mente. La ambición ardía en su corazón, y estaba dispuesto a todo para asegurar la soberanía de Drakmoria. La oscuridad de su reinado no sería eclipsado por ningún otro reino.

La noche avanzaba, pero Thorian sabía que en la negrura se encontraba su mayor fortaleza. La sombra era su aliada, la magia oscura su compañera y estaba decidido a defender su trono contra cualquier desafío que se interpusiera en su camino. Haría lo necesario para que su gente prosperara.

El Rey Thorian de Drakmoria había trazado su destino en la oscuridad de la noche y nada, ni siquiera la brillante luz de Celestria, podría apagar su fuego de venganza.

Al contrario, en el reino de Celestria la madrugada estaba impregnada de misterio y magia, pero Seraphina a penas y podía conciliar el sueño. Había estado dando vueltas en la cama desde que se hizo la hora de dormir y aun así continuaba completamente despierta en medio del silencio mortal que hacía en el templo.

Desde que su madre le había revelado el secreto de su “Sueño Oscuro” decidió junto con su padre que lo más conveniente era que se uniera a las sacerdotisas del templo dedicado a la diosa Solara, quien representaba la pureza y justicia.

Aquella era la única manera en que su habilidad continuaría siendo un secreto para el resto de los miembros de la familia real. Al menos, eso fue lo que dijeron.

Las estrellas brillaban en el cielo nocturno, iluminando su habitación, llevándose los últimos vestigios de sueño. Seraphina agotada, decidió salir a los jardines del castillo, donde la tranquilidad de la oscuridad la envolvía.

Mientras caminaba entre las flores primaverales y los senderos iluminados por antorchas cuya llama ardía con calidez, una sensación extraña la invadió. Se detuvo frente a una fuente en el centro del jardín, donde el agua fluía con patrones intrincados.

Cerró los ojos e inhaló profundamente, buscando la conexión con su don. Fue entonces cuando ocurrió. Una luz brillo en lo alto del cielo y de repente comenzaron a caer cientos de flechas, no paso mucho tiempo antes de que el suelo se incendiara.

Fuego por todos lados y flamas ardiendo delante sus ojos.

Los gritos no se hicieron esperar, después de todo sucedió tan rápido que a penas tuvo tiempo de procesarlo. Uno de los guardias del templo vino por ella, tomándola de un brazo. Seraphina lo reconoció, era el que le asignaron sus padres desde que puso un pie en aquel lugar, hace una década exactamente.

—Venga conmigo, su alteza. —pidió luciendo algo nervioso.

—¿Qué sucede, sir Gareth? —preguntó asustada.

—Estamos bajo ataque. —respondió ayudándola a ponerse de pie. —Debemos ir al castillo ahora mismo, aquí no es seguro. —señaló seriamente.

—¿Qué pasara con el resto de las hermanas? —interrogó alzando la falda de su vestido para poder caminar correctamente. El fuego continuaba expandiéndose.

Aquellas mujeres habían sido sus compañeras desde que era una niña. No, podía permitir que nada les sucediera. Se escuchaban los gritos a lo lejos, ellos estaban yendo por las escaleras, bajando hacía los pasadizos.

El lugar olía a humedad y las paredes goteaban cada tanto. Seraphina quería hablar, preguntar nuevamente qué estaba pasado. ¿Cómo demonios habían acabado en esta situación tan horrorosa?

¿Quién los estaba atacando y por qué precisamente el templo?

Tendría más sentido que el ataque fuese directamente a la ciudad capital o incluso en el palacio de cristal donde residían sus padres.

—Por favor Alteza, dese prisa. Debemos salir antes de que esto se complique aún más. —apremió Sir Gareth halándola del brazo.

Continuaron caminando por el túnel, el cual se le hacía cada vez más extenso a Seraphina. Después de lo que parecían minutos interminables, por fin lograron salir de aquellas paredes asfixiantes. Seraphina levantó la vista, sentía la necesidad de observar el que había sido su hogar durante diez años completos.

Un grito ahogado salió de sus labios al presenciar la infernal escena. El templo estaba ardiendo como una hoguera repleta de leña. Las llamas ardían de un color rojizo que le encandilaba la mirada y pedazos de madera caían del techo.

Su hogar, sus hermanas… Todo se reducía a nada más que hollín.

El olor a cenizas llenó sus fosas nasales, causándole nauseas repentinas y dolor de cabeza. Se había mareado, pero le era imposible apartar la vista de esa imagen.

—¡Alteza! —El grito de Sir Gareth la trajo de nuevo a la realidad. —Tenemos que continuar, sus padres estarán preocupados.

Seraphina asintió tratando de recomponerse y ambos siguieron su camino a través del bosque. Según Sir Gareth, era importante que evitaran las salidas principales. No mucha gente sabía que la Princesa de Celestria vivía con esas sacerdotisas y el resto debía seguir manteniéndose.

—Por aquí, algunos caballeros nos están esperando para escoltarla hasta el Castillo de Cristal. —explicó guiándola por medio de los cientos de árboles.

Quizás fuese el miedo de la joven, pero sentía que el ambiente se estaba volviendo calurosamente pesado. El bosque se sentía igual de asfixiante que el túnel.

—Sir Gareth, estamos aquí. —se anunció uno de los caballeros en medio de la maleza. —Debemos marcharnos ya.

Seraphina no había reparado en algo antes porque a penas y lograba ver algo con tanta oscuridad, pero lo que pensaba era maleza, era en realidad la parte trasera de un carruaje de la realeza. Lo reconocía porque lo usaba cuando requerían su presencia en el palacio, por lo tanto, no tenía escudos o algo que pudiese delatarla para evitar problemas.

—Venga por aquí, Alteza. —Uno de los guardias le ofreció una mano para ayudarla a subir al carruaje, ella aceptó y posó un pie en la escalera de la carroza.

Entró con cuidado y la puerta se cerró inmediatamente detrás de ella. Los caballeros tenían completamente prohibido y bajo ninguna circunstancia podían acompañarla en un espacio tan reducido. En realidad, no podía estar cerca de ningún hombre, a menos que se tratara de su padre, primos o hermano.

Y de este último prefería estar lo más alejada posible.

 —Vámonos, por favor. —Su voz era como un susurro y sonaba bastante áspera debido a la cantidad de humo que había inhalado.

Ya estaban en camino, con el sonido de los caballos galopando, cuando lo vio por la ventana. Un enorme dragón negro volaba a lo lejos, expulsando una línea de fuego por su boca, quemando todo a su paso. En medio de eso se escuchaban los gritos de las personas siendo carbonizadas por las llamas.

—No, no, no, no. —comenzó a negar golpeando la ventana del carruaje. Sentía como las lágrimas caían por su rostro. —¡Regresen ahora mismo, hay que ayudarlos! —gritó presa del depresivo llanto. No podía permitir tal masacre.

—Cálmese Alteza, no podemos volver por nadie. —dijo Sir Gareth por la ventanilla. Seraphina ocultó el rostro entre sus manos, acaba de ver una locura.

Lloró durante todo el camino hacía el palacio. Los rayos del sol iluminaban el firmamento, ya amanecía para cuando llegaron y a Seraphina ya no le quedaban más lagrimas para derramar. La visión del pulcro castillo familiar parecía el mismísimo paraíso comparado con la atrocidad que acaba de vivir.

—¡Princesa Seraphina! —La joven alzó la cabeza al escuchar que la llamaban. —Que bueno que ya está aquí. —Casi se echa a llorar nuevamente al ver a su nana en la ventana, a través de esta una mano callosa le acariciaba el plateado cabello con un cariño casi maternal. —Estaba muy preocupada por ti. —admitió tristemente.

—Nana. —pronunció lentamente con voz cansada. Le dolía la garganta.

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