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5 - Una bonita amistad.

El trabajo resultó ser incluso mejor de lo que esperaba, a pesar de que mi jefe, Borja, fuese un carca y un mujeriego empedernido. Mi labor era sencilla: llevar su agenda como su secretaria y ocuparme de la contabilidad de nuestro departamento, además, de aguantar sus desplantes y su mal humor. Pero no me importaba, porque estaba aprendiendo mucho en aquel lugar, incluso tenía los fines de semana libres, y cobraba 900 euros por ir 8 horas al día.

Mis días pasaron rápidos, pues iba a trabajar de 9:00 a 14:00, volvía a casa para almorzar, pues no estaba lejos de la oficina, y luego volvía a entrar de 17:00 a 20:00. Es cierto, que algunas tardes salía un poco más tarde, pero bueno, no podía quejarme, me encantaba mi trabajo. Y cuando volvía a casa, la mayoría de los días, solía cenar con los chicos y hablar de nuestro día, excepto los viernes, que Alfonso utilizaba la casa de picadero, y teníamos que irnos a nuestro club particular, a esperar su llamada.

Ya casi me había acostumbrado a ello, y cuando quise darme cuenta habían pasado dos meses y lo dominaba mejor de lo que esperaba, pues ya conocía a mi jefe lo suficiente como para saber cómo manejarlo. Como en aquel momento, que, tras una extensa reunión en la sala de juntas, llegó al despacho con cara de malas pulgas, tirando su chaqueta y su maletín a mi mesa, para luego tirar de su corbata hacia abajo, aflojándola un poco.

Permanecí calmada, mientras agarraba la agenda y visualizaba las citas que teníamos pendientes para ese día, aún quedaban dos reuniones más a las que Borja no podía faltar.

Me levanté del escritorio, admirando como él caminaba a paso decidido a su despacho, molesto con el mundo, para luego dar un fuerte portazo. Seguí sus pasos, abrí la puerta, con la botella de agua en la mano, para luego levantarla hacia él. La cogió sin tan siquiera preguntar nada y bebió todo su contenido, para luego volver la vista hacia mí, lucía aún más molesto.

  • ¿Por qué nunca se toman en cuenta mis putas ideas? – preguntó, para luego tirar la botella vacía al suelo, y observarme allí, calmada, mientras abría la agenda y volvía a ojearla, esperando sus palabras, que no tardaron en llegar – programe una cita con Vanessa para las cuatro, necesito descargar toda esta frustración en algo útil – insistió, mientras yo asentía, sacaba el bolígrafo de mi bolsillo y apuntaba esa nueva tarea en la agenda. Por supuesto sabía a lo que se refería con aquella orden, quería que llamase a su prostíbulo habitual para encargar una puta. Ya estaba acostumbrada a ello, así que ni siquiera me impresioné.

  • La señorita Palma llegará en diez minutos – le informé para luego hacer una leve reverencia con la cabeza, girar sobre mis pasos y abandonar el despacho.

Borja era un hombre más o menos de mi edad, que había tenido la gracia de nacer en  una familia rica que se lo pusiese todo por delante, pues tenía aquel negocio con su hermano, casi desde que terminó la carrera de leyes. Podría haber sido un buen partido para cualquier chica, un tipo de bien, pero al contrario, a pesar de ser un excelente abogado, en lo personal era un capullo, el típico playboy que adora jugar con las mujeres, tener cada noche a una nueva en su cama, uno de esos chicos que a todas nos vuelve loca, a pesar de no ser excesivamente apuesto.

Lo cierto es que a mí no me llamaba la atención, seguramente porque sabía cómo era, lo conocía bien, pues era su secretaria y conocía todos sus trapos sucios. Así que, como es obvio, no estaba en lo absoluto interesada.

Hablemos de su aspecto: era guapo, aunque no excesivamente, no estaba especialmente delgado, pero tampoco era gordo. Era uno de esos tipos en los que no te sueles fijar a primera vista, pero a causa de su desparpajo y su chulería, tenía luz propia a la hora de ligar.

Su temperamento era una m****a, eso es cierto. Era un tipo que parecía tener un afán propio en alejar a todas las personas de su lado, era borde, prepotente, idiota y creído. Tenía el pack completo, el premio gordo para que las mujeres huyesen de él, pero sorprendentemente, lograba el efecto contrario, y eso es algo que nunca entenderé. ¿Por qué las mujeres le suplicaban y se dejaban humillar de esa manera tan ruin?

Cómo veis ya me había acostumbrado a aquel lugar, y a mi vida en la ciudad. Pues mi relación con mis compañeros de piso se había convertido en excepcional en poco tiempo. Lo cierto es que hacía bastante que no me sentía tan bien con otras personas, de aquella manera. Una parte de mí sentía que había encontrado su lugar, pero, aun así, no quería hacerme demasiadas ilusiones, ya me había llevado demasiados palos en mi vida, al menos en ese aspecto.

Alfonso era un encanto como amigo, aunque no podía decirse lo mismo de él en las relaciones amorosas. Era todo un picaflor en esas. Pero no me importaba, porque yo no tenía ningún interés en él de esa forma.

Y si mi anterior compañero era un encanto, Salva era una completa maravilla. Podía hablar con él de cualquier tema y era un tío totalmente válido para hacerlo, no te criticaba o te ponía mala cara cuando le hablabas de fricadas, solía ser todo un payaso a veces, cosa que jamás esperé que fuese, pues no parecía ser su estilo para nada, pero ya se sabe lo que dicen “las apariencias engañan”.

Dejé de montarme películas en la cabeza, sobre cómo sería mi vida viviendo con dos chicos, y decidí arriesgarme, ser un poco más positiva y contagiarme de la alegría que ambos me transmitían.

Y así, lo conseguí, la relación con Salva, llegó a ser única. Se sentía como un buen amigo, como mi mejor amigo, mi otra mitad, con él podía ser yo misma sin miedo al rechazo, y eso se sentía genial. No sé si alguna vez os ha pasado, que conectáis con una persona de una manera, que es mágico. Con tan sólo una mirada ya sabíamos lo que queríamos en un momento determinado, sin necesidad de palabras. Era mágico. Pocas veces he sentido algo así por alguien, quizás por la que fue mi mejor amiga una vez, con ella tenía una relación parecida, pero no igual.

En todo ese tiempo, Juan vino a visitarme dos o tres veces, cosa totalmente comprensible, pues el viaje era caro, y al estar ambos trabajando, apenas coincidíamos. Pero eso era algo que yo ya sabía cuándo acepté el trabajo, que mantener una relación a distancia en aquellas circunstancias sería difícil, aun así, acepté, tenía que seguir con mi vida, no podía frenarme sólo porque mi pareja viviese en otro lugar.

Con otra con la que me llevaba genial, y a la que he estado a punto de no mencionaros, es a mi compañera de trabajo Marta, la cual tenía como función ser la secretaria de Manu, el hermano de mi jefe. Ella era un verdadero encanto y me ayudó mucho en mis primeros días allí, se podría decir que gracias a eso no me vine abajo los primeros días, ante los desplantes de mi jefe. Quizás fuese por eso que nos volviésemos inseparables.

Cuando salí del trabajo aquel día, cansada de los gritos de mi jefe, después de un largo día, en los que tuve que disimular y poner música para que los clientes no se percatasen de que mi jefe se estaba tirando a una puta en su despacho, tan sólo quería llegar a casa y acostarme, pero Marta tenía otros planes para mí, pues nada más que nos cruzamos en la puerta, me obligó a ir al bar de enfrente a cenar algo ligero, para después arrastrarme a la discoteca del final de la calle.

Esa fue la razón por la que me levanté tan tarde al día siguiente, mucho más tarde de lo habitual, y con una resaca de mil demonios. ¡Por el amor de Dios! ¡Qué mal me sentaban las copas últimamente! Seguramente sería por la edad, me estaba haciendo mayor.

Arrastré los pies y llegué a la cocina, con el pelo aleonado y una cara de muerta que me llevaba hasta el suelo. Salva estaba allí, preparando el desayuno, su especialidad, tostadas con aguacate, atún y tomate.

  • Se te han pegado las sábanas ¿no? – preguntó, mientras me daba su zumo de naranja, y comenzaba a prepararse otro para él – No te oí llegar a noche, ¿saliste?

  • Marta me obligó a ir a la discoteca – acepté, haciéndole negar con la cabeza.

  • Esa chica te va a llevar por el mal camino.

  • Yo soy justo como ella, eres tú el que me tiene sobrevalorada – le dije, haciéndole sonreír, para luego mirarme, ignorando las tostadas y el zumo – adoro bailar.

  • Bailar es una cosa y beber es otra. El alcohol es malísimo para el cuerpo – y ahí estaba de nuevo, el señor nutricionista. Lo cierto es que comía mucho mejor gracias a él, incluso me había apuntado al gimnasio por él.

  • Eres un aburrido – bromeé, sacándole la lengua, haciéndole reír.

  • Un día vamos a salir tu y yo a bailar – desdeñó, haciéndome reír a mí – te voy a enseñar lo que es bailar.

  • Cuando quieras – acepté, mientras él volvía a poner atención al desayuno, y ponía las tostadas frente a mí, para luego proseguir preparando lo suyo - ¿qué tal esta noche?

  • Una gran idea, porque esta noche viene Lorena a cenar – dijo, haciéndome sonreír. Pues sabía perfectamente lo que eso quería decir, Alfonso y ella volverían a acostarse, y nosotros tendríamos que subir a la azotea a hablar sobre chorradas - ¿quieres que se lo diga a Rafa? – Preguntó, con malicia, haciéndome reír, de nuevo.

  • Tengo novio – le dije, haciéndole sonreír, como veis, nos pasábamos el día feliz, todo el tiempo riéndonos y haciéndonos sonreír, el uno al otro.

  • A veces lo olvido, que tienes novio – bromeó, sentándose, junto a la mesa, listo para desayunar – nunca le ves – insistió, para luego dar un sorbo a su zumo, sin dejar de observarme - qué relación más aburrida – prosiguió, provocando que le diese un manotazo en el hombro, y el pusiese una cara de dolor, fingida.

  • A veces olvido que eres idiota – respondí, haciéndole reír con ello – Si se lo dices a Rafa, se lo digo a Marta.

  • No me gusta Marta, demasiado superficial para mí – bromeó, dando un par de bocados a su tostada, después.

  • A mí tampoco me gusta Rafa – espeté, terminando mi tostada.

  • Pero si me dijiste que te parecía atractivo – se quejó.

  • Y me lo parece – acepté, al mismo tiempo que él terminaba su tostada y me miraba sin comprender a lo que me refería - pero te repito, tengo novio.

  • Él está allí, tú aquí, aprovecha, mujer – volvió a bromear, haciéndome negar con la cabeza.

  • Yo no soy así, ya lo sabes – le dije, al mismo tiempo que me ponía en pie, llevaba el plato y el vaso al fregadero.

  • Lo sé – aceptó, poniéndose en pie, al mismo tiempo que yo me daba la vuelta, quedándonos el uno frente al otro – sólo bromeaba. - aseguró, sin moverse ni un palmo, haciéndome sentir un poco incómoda, por primera vez en mucho tiempo - ¿Nunca le has tenido la tentación de serle infiel? – pregunto, obligándome a mirarle

  • Muchas veces – contesté, dejándole sorprendido – pero una cosa es la tentación y otra muy diferente hacerlo.

  • ¿Sabes que eres de las pocas mujeres fieles que conozco? – Aseguró con aquella especie de pregunta, mientras yo reía y sonreía por el tono tan peculiar que había utilizado – Juan es un tipo afortunado.

  • Te pones tan ñoño a veces – bromeé, haciéndole sonreír, como un idiota, para luego dejar su plato y su vaso en el fregadero y volver la vista hacia mí – lo digo en serio, has echado por tierra tu pose de chulo de m****a, ahora mismo – concluí, consiguiendo hacerle reír, a carcajadas.

  • No soy tan chulo como parezco – aseguró, para luego seguirme hasta el salón, donde nos sentamos y pusimos la tele, nuestro programa favorito “La Voz”, sobre todo los castings, eran súper divertidos - ¿Por qué hay gente con tan poco sentido del ridículo en este mundo? – preguntó, divertido, haciéndome reír con ello, porque estaba totalmente de acuerdo con él.

Y así nos pasamos el resto de la tarde, los veíamos todos juntos, éramos unos enganchados a ese programa. Cenamos algo liviano, sobre las nueve, y luego nos marchamos a arreglarnos, pues habíamos quedado en salir a bailar.

A las once terminé de arreglarme, estaba más que lista para salir, llevaba un vestido negro, ajustado, por encima de la rodilla, pero tenía la manía de subirse un poco cuando caminaba. Habría estado lista mucho antes, si no hubiese sido por Juan, que me llamó y me pasé más de media hora discutiendo con él, sobre lo tremendamente inocente que era, “que no debía confiar tanto el Salva” – decía – “que él sólo quería llevarme a la cama”. Odiaba cuando se ponía así de celoso.

Así que, como podéis ver, ya no tenía ganas de salir, ni de bailar, ni de ir a ninguna parte. Sólo quería tele transportarme a Sevilla y pegarle una buena bofetada a mi novio, a ver si así se le quitaban las tonterías.

  • ¿Ya estás lista? – preguntó Salva, al verme aparecer por el pasillo, hacia su habitación - ¡Guau, estás increíble! – aseguró, haciéndome sonreír, haciendo que me olvidase por un momento de Juan, dejándome embaucar por sus hermosos ojos azules. Eran preciosos, era difícil no quedar hipnotizada por ellos.

  • Me ha hablado Marta – le dije, intentando olvidarme de Juan y de sus sospechas, porque era totalmente una idiotez, si de algo estaba segura, en aquel momento, era de que Salva no tenía el más mínimo interés en mí, no de la forma en la que mi novio creía, al menos. Seamos sinceros, él no era el típico tío que se habría fijado jamás en alguien como yo. Lo sabía bien, tenía una más que larga experiencia en ello. Cómo os he dicho en alguna ocasión, los chicos guapos acaban fijándose en mis amigas, y no en mí. Ya lo había superado, o al menos, eso intentaba hacerme creer – ella también va a salir esta noche.

  • Rafa también – bromeó, haciéndome reír, porque era más que obvio lo que pretendía, quería liarme con su amigo – y tú y yo también saldremos.

  • ¡Tonto! – le dije, en tono broma, dándole un manotazo en el brazo.

¡Qué tonta por mi parte! Ni siquiera os he hablado de lo apuesto que él estaba aquella noche, ¿verdad? Pues estaba guapísimo, así que fue fácil que las chicas de los pubs no le quitasen ojo.

Llevaba una camiseta blanca y unos pantalones vaqueros, algo simple, sí, pero a él le quedaban de miedo. Se había echado ese perfume suave, pero al mismo tiempo varonil, que tanto me gustaba.

  • ¿sabes que es lo peor de salir contigo de fiesta? – preguntó él, cuando íbamos por la tercera cerveza – que todas las chicas van a pensar que eres mi novia – rio después, me agarró de la mano, y tiró de mí hacia la pista de baile (estábamos en la barra).

En aquel momento, estaban poniendo una canción de reguetón muy bonita titulada “Baby”

Ambos bailamos al ritmo de la canción, haciendo bromas cada vez que la canción se ponía intensa, poniendo incluso caras de situación.

En cuanto al baile, él tenía razón, bailaba realmente bien, incluso mejor que yo. Era totalmente comprensible que las tuviese a todas loquitas.

  • Estás muy guapo hoy – le dije, cerca de su oído para que pudiese escucharlo. Rió al escucharme decir aquello, pues yo nunca solía decir cosas como aquella – tienes a toda la discoteca pendiente.

  • Yo creo que te están mirando a ti – aceptó, haciendo que negase con la cabeza, en señal de que no estaba de acuerdo con él – te tienen envidia, porque has conseguido un novio tan genial como yo – bromeó, haciéndome reír con fuerza, al mismo tiempo que negaba con la cabeza, y le daba un manotazo en el pecho.

  • ¡Eres un creído! – espeté, haciéndole reír, al mismo tiempo que me agarraba de la cintura, atrayéndome a él un poco más, acercándose a mi oído antes de hablar, dejándome sorprendida con ello.

  • Seamos sinceros, estoy bueno – aseguró, haciéndome reír, de nuevo. Él era todo un caso – y sí, me lo creo, es una realidad – insistió, separándose entonces. Me acerqué a él, dispuesta a hablar yo, pero él se me adelantó – tú también estás buena, ¿por qué no te lo crees? Si te lo creyeses un poco más…

  • ¿Qué? – espeté, en señal de que quería que me lo contase.

  • Si te lo creyeses un poco más los tendrías a todos loquitos – aceptó, haciéndome reír de nuevo, al mismo tiempo que terminaba esa canción y empezaba otra – aunque creo que ya estás comenzando, te lo habré pegado.

Reí a carcajadas al escucharle decir aquello. Lo cierto es que me lo estaba pasando en grande, ni siquiera me acordaba ya de la pelea que había tenido con Juan, ni de Juan, el trabajo o Alfonso. Con él era fácil olvidarse de todo lo demás.

Me fijé en mi alrededor, mientras seguíamos bailando el uno frente al otro, fijándome en que era cierto, aquellas chicas que me miraban recelosas, se pensaban que había algo entre nosotros.

  • Creo que tenías razón antes, todas piensan que estamos juntos – acepté, haciéndole reír, con mi comentario. Di un sorbo a mi cerveza, observando como él también lo hacía, al mismo tiempo que la canción llegaba a su fin, y comenzaba otra, esta vez era una mucho más comercial, y no era de reguetón, parecía como pop mezclada con rock, me gustaba. Era muy cañera.

  • ¿Deberíamos de darle un poco de espectáculo? – preguntó, mientras yo le miraba sin comprender, no entendía que era lo que quería decir con aquello. Acercó su rostro al mío, dejándome helada. Es una de esas cosas que suelen pasarme a veces, que ante las situaciones que escapan a mi comprensión me quedo estática, sin reaccionar. Me besó suavemente, sobre la mejilla derecha, y luego sobre la izquierda – un par de besos de amigos – admitió, para luego rozar su nariz con la mía y hablar de nuevo – un beso esquimal – bromeó, haciéndome reír, mientras él lo hacía también, para luego seguir bailando aquella nueva canción que acababa de empezar, de nuevo el rock era el protagonista de la noche, pero antes de que me hubiese preparado para bailar aquella canción, él ya me había besado, directamente en los labios, dejándome sorprendida con ello – un pico de mejores amigos.

Sentir sus labios sobre los míos, en un roce suave y rápido fue raro, pero se sintió terriblemente bien. ¡Por Dios! No podía dejar de pensar en Juan, en sus palabras de alerta sobre Salva. Él pareció darse cuenta de que algo me pasaba, pues en ese momento dejó de bailar, agarró mi mano y tiró de mí hacia la puerta del garito, pues era imposible hablar dentro.

Respiré aire limpio, frío y puro, nada más salir, haciendo que él se rascase la cabeza, preocupado de haberlo estropeado conmigo.

  • Sólo ha sido un pico, incluso las madres les dan picos a sus hijos – se explicaba – no te lo tomes como algo que no es, sólo bromeaba.

  • ¿te pegas picos con todas tus amigas? – pregunté, intentando entender su punto de vista. Él negó con la cabeza.

  • ¿Te apetece ir a dar una vuelta? – preguntó, intentando cambiar de tema.

Fuimos a pasear al parque, y acabamos sentados en el césped, hablando sobre tonterías, sobre todo sobre amigos que se dan picos, sin que necesariamente tengan una relación. “siempre que se tengan claros los sentimientos no hay problema” Eso decía él.

  • Así que si de repente un día te doy un pico… - comenzó, agarrándome de la barbilla, para que me acercase a él - … no te asustes – concluyó, para luego unir sus labios a los míos, fue corto, suave y raro. Pero no se sentía mal.

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