Por unos minutos, ambos se quedaron en silencio, solo escuchando la música que sonaba y respirando el aire fresco de la noche que entraba acariciándolos desde la ventana. No había gente ni autos en esa parte de la costanera, más alejada de la ciudad, y por ende de cualquier simpático que pueda reconocerlos y sacarles otra foto para ser vendida. Había una sensación de paz en el aire, pero también una tensión palpable, como si hubiera algo más que necesitara ser dicho, algo que flotaba entre ellos, pero que aún no podía salir a la luz.Sophia finalmente se atrevió a romper ese silencio.—Thomas… —comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. No sé lo que estás enfrentando exactamente, pero quiero que sepas que no tienes que hacerlo solo.Él giró ligeramente la cabeza para mirarla, sus ojos marrones buscaron los suyos.—Sé que prefieres cargar con todo tú mismo, pero no siempre tiene que ser así.Thomas no respondió de inmediato, solo la miró durante lo que parecieron largos segundos
Thomas sonrió de manera casi imperceptible al escucharla, pero sus ojos revelaban una mezcla de admiración y reflexión. Volvió la vista al río, dejando que las palabras de Sophia se asentaran en su mente.—Eso suena... poderoso —dijo finalmente, con un tono bajo, casi como si hablara consigo mismo.Sophia lo observó en silencio, notando cómo su postura se relajaba un poco más, aunque aún conservaba esa intensidad que siempre lo caracterizaba. Había algo en ese momento que lo hacía vulnerable de una manera que rara vez mostraba.—¿Alguna vez sentiste eso por alguien? —preguntó Thomas de repente, volviendo a mirarla.La pregunta la tomó por sorpresa. Sophia no sabía si se refería a lo que había dicho sobre el arte o a lo que implicaba esa cita. Sintió su corazón acelerarse, no tanto por la pregunta en sí, sino por la forma en que Thomas la miraba, como si su respuesta fuera crucial para él.—Sí. Dos veces —respondió ella, siendo honesta consigo misma por primera vez en mucho tiempo—. Un
Thomas rio ante esa muestra de espontaneidad. Ambos compartieron una sonrisa, como si ese momento de ligereza hubiese disuelto algo en el aire, algo que había estado tensando la noche. Thomas la miró un segundo más antes de tomar su mano, apretándola suavemente, pero con una firmeza que hacía que Sophia sintiera la calidez de su piel.—Mucho gusto, Sophia —respondió él, con una sonrisa que rara vez se veía en su rostro, casi infantil por un instante—. Soy Thomas.Ambos rieron suavemente, disfrutando de ese pequeño intercambio como si fuera una broma secreta entre los dos. La brisa nocturna se coló de nuevo por la ventana, trayendo consigo el susurro del río que seguía su curso.—¿Sabes? —dijo Thomas después de un momento—. Hay algo en esta noche que me recuerda a los tiempos en que todo era más sencillo. Antes de todo... —confesó, mientras se acomodaba en el asiento, su mirada fija en las estrellas que empezaban a aparecer tímidamente en el cielo oscuro.Sophia, intrigada, ladeó la ca
Thomas mantuvo a Sophia en sus brazos por un rato, inmóvil, como si ese instante pudiese detener el flujo del tiempo. El calor del cuerpo de ella contra el suyo le transmitía una sensación que hacía mucho tiempo no sentía: paz. El aroma a flores de su cabello lo envolvía, recordándole por un breve momento lo que significaba sentirse en casa.—Gracias —susurró Thomas, apenas audible.Sophia levantó la mirada, todavía abrazada a él, y encontró sus ojos oscuros, cargados de una intensidad que ella apenas podía descifrar. Quiso decirle algo, cualquier cosa que pudiera aliviar esa tristeza que parecía colgar como una sombra sobre él. Pero no lo hizo. No quería llenar el silencio con palabras vacías.Finalmente, Thomas se separó con suavidad, pero no rompió el contacto del todo. Siguió sosteniéndola por los hombros, sus ojos recorriendo el rostro de Sophia como si intentara memorizar cada rasgo. La calidez que compartían hace unos minutos seguía latente, pero había algo más que ambos podían
La ciudad se vistió de naranja, negro, verde y violeta. La temporada de sustos estaba por dar inicio y todos se preparaban para la noche de Halloween, especialmente porque la ciudad tenía la fiesta de disfraces más grande del país.Las tiendas que rentaban disfraces, atuendos y cosplay de todo tipo tenían lista de espera para los que querían rentar uno, o directamente ya tenían absolutamente todo alquilado, o reservado.Todos los negocios que se dedicaban a la venta de golosinas llenaron hasta el techo sus stocks de todo tipo de dulces, y las grandes tiendas ya estaban reponiendo, por segunda vez en la temporada, el inventario de Halloween.Sophia nunca recibía visitas de los niños en su casa. A pesar de que todos los años cambiaba la temática de la decoración, y que todos y cada uno de los adornos que colocaba eran hechos a mano con material reciclado, su casa no formaba parte de lo que ella llamaba “la ruta de los dulces”. Siempre compraba chocolates, golosinas, paletitas y algunos
Sophia se enterneció con ese plan tan disparatado como inocente.—Eres muy amable, Xavi. Pero tú viste que mi casa no está precisamente muy cerca de nada. Dudo que, a tus amigos, o a los padres de tus amigos, les parezca buena idea conducir hasta tan lejos sólo por unos cuantos dulces, mi cielo —le explicó con calma y paciencia.Xavier pareció evaluar la situación. Miró a su padre, como buscando apoyo.—¿Y si venimos aquí en la noche de Halloween para hacer compañía a Sophie? —le preguntó el niño a su progenitor—. Debe sentirse muy sola, sin ningún niño que la visite. Podríamos pedir una pizza y ver películas de terror.—A menos que pase otra cosa, recuerda que tu madre siempre te tiene en Halloween para ir a buscar dulces —le recordó Thomas.—¡Nunca vamos a buscar dulces! ¡Ella simplemente los compra, me los da y me pone alguna película! ¡Ni siquiera le importa decorar o repartir caramelos! —dijo muy molesto Xavier. Sophia miró a Thomas, evaluando la reacción en el hombre.Thomas obs
Mientras Sophia y Xavier se dedicaban a armar y pintar calabazas de papel maché, cortar guirnaldas de murciélagos y hacer otros adornos, Thomas estaba afuera, en el jardín de atrás, frente a la parrilla de Sophia, disfrutando de la fresca mañana que se transformaba poco a poco en mediodía. El sol empezaba a ascender en el cielo despejado, y envuelto por los cantos de los pájaros, el perfume las flores y hierbas aromáticas, y el olor a hierba húmeda, Thomas empezó a preparar el fuego. Era un día perfecto para una buena barbacoa. La casa de Sophia le transmitía paz y serenidad, y la presencia de la mujer entreteniendo a su hijo le sumaba un plus, puesto que, cuando él tenía que hacer las parrilladas y su hijo lo acompañaba, siempre tenía que estar con un ojo en la carne y otro en su hijo. Pero con Sophia presente, por primera vez en mucho tiempo podía concentrarse únicamente en hacer la mejor parrillada que haya probado su anfitriona jamás.—¡Sophie, ya pegué el papel celofán a la lampa
Sophia, Thomas y Xavier disfrutaron de una deliciosa parrillada al aire libre. Se habían sentado en la mesa del jardín, y la luz de sol con el fresco viento le daba un toque especial al gusto salado de la carne y las ensaladas. Y como no podía ser de otra manera, un delicioso cheesecake de frutos patagónicos fue el protagonista en el postre, cerrando con broche de oro una tarde muy especial.Aunque tanta comilona surtió su efecto en Xavier, quien estaba acostumbrado a terminar de comer e ir a dormir la siesta. Su estado de somnolencia le impedía mantenerse despierto, y se caía del sueño sentado en la silla del jardín.—¿Quieres dormir en mi cama? —le ofreció Sophia a Xavier, quien miraba a todos sin mirar.—Creo que ya sería un abuso por parte de nosotros, Sophia. Tampoco es cuestión de usar tu casa como si fuese nuestra. —Thomas intentaba que Xavier se mantenga despierto, pero no podía conseguirlo.—Nada que ver, Thomas. No me molesta para nada. Además, aún no puedes conducir. Esas c