Sophia lo miró en silencio, analizando sus palabras. No sabía si creerle o si simplemente Gabriel era un experto en decir lo que las personas querían escuchar.—¿"Nuestro primer beso"? —repitió ella con una ceja arqueada—. ¿Te estás escuchando?Gabriel sonrió con esa arrogancia tan suya.—No estaría tan seguro si no notara cómo me miras cuando crees que no me doy cuenta.Sophia bufó y negó con la cabeza.—Por favor, Gabriel. Venías muy bien luego de haberme defendido de Thomas en la presentación de mi libro. No lo arruines ahora, ¿quieres? —murmuró, llevándose la botella de agua a los labios.Gabriel soltó una leve risa.—Puedo hacerlo mejor, y lo sabes.Sophia lo observó por un momento más, como si intentara descifrarlo, pero estaba demasiado agotada para seguir con aquella conversación.—Deberías irte —dijo al final, girándose hacia la cocina—. No tengo energía para seguir discutiendo contigo.Gabriel no discutió. Solo asintió levemente y se encaminó hacia la puerta.—Descansa, bruj
Con varias tazas de café fuerte en su torrente sanguíneo, Sophia se había pasado la noche en vela, releyendo los pasajes clave; aquellos que podrían relacionar con la historia de Thomas. Cada línea, cada palabra, cada detalle. Sabía que no había escrito su novela con segundas intenciones, pero también sabía que a la gente le encantaba encontrar conexiones donde no las había.Si iban a atacarla, si iban a cuestionarla, al menos se aseguraría de estar preparada.Anotó mentalmente los puntos que debía aclarar en la conferencia. No pediría disculpas por algo que no había hecho, pero sí dejaría claro que su libro era una obra de ficción, sin importar las coincidencias.Horas después, Sophia hacía su ingreso a la sala de conferencias de la editorial que había publicado su libro. Normalmente no usaba maquillaje, apenas un poco de base y máscara de pestañas. Pero en esa ocasión en particular, decidió planificar su atuendo con mucho cuidado y hacer uso de sus conocimientos en maquillaje para o
El imponente rugbier la miraba sin dejar de caminar. Era como enfrentar a un rinoceronte enfurecido. Sus ojos no demostraban piedad ni compasión, y sólo Thomas sabía lo que estaba a punto de suceder a continuación. Sophia sólo podía especular mentalmente.El sonido de los pasos de Thomas era lo único que rompía el silencio expectante de la sala.Sophia sintió cómo la tensión se condensaba en el aire mientras Thomas avanzaba con esa expresión indescifrable, con los ojos fijos en ella y en nadie más. Ahora entendía lo que debían sentir los rivales y adversarios de Thomas en el campo de juego al verlo llegar corriendo y listo para voltearlos con un tackle.Apenas fue consciente de cómo las cámaras giraban en su dirección, del murmullo contenido de los periodistas que parecían preguntarse lo mismo: ¿qué iba a hacer él?Thomas llegó hasta la mesa. Se paró justo a su lado. No se apresuró a hablar ni miró a la prensa. Solo la observó. Y mientras tanto, los flashes no paraban de enceguecerlos
Gabriel se inclinó sobre el escritorio, con la mandíbula apretada y los ojos fijos en la pantalla. Sus dedos tamborileaban impacientes sobre la mesa mientras el cursor parpadeaba sobre el campo de búsqueda.Verónica Bellido.El nombre no era desconocido. Verónica había sido más que una simple ex de Thomas; había sido la novia que la prensa adoraba, la imagen perfecta para los auspiciadores. Durante años, había sido el rostro publicitario de Thomas tanto en su carrera deportiva como en la vida privada ya que a Thomas la prensa lo despreciaba.Mientras estuvieron juntos, las oportunidades laborales le llovieron. Empresas de construcción, desarrolladores inmobiliarios y estudios de arquitectura querían trabajar con ella, más porque su nombre estaba ligado al de Thomas que por su talento en la arquitectura. Había diseñado los planos de la casa donde él vivía ahora y supervisado personalmente la construcción. Sabía cada detalle, cada rincón, cada decisión que él había tomado para convertir
Thomas exhaló lentamente, frotándose la nuca mientras esperaba su café. Había pasado la noche en vela revisando una y otra vez los mensajes de Helena, buscando algún indicio de lo que planeaba. Estaba a nada de presentar la demanda por la custodia exclusiva de Xavier, y ahora lo que menos necesitaba eran distracciones innecesarias de su ex.El Café Lucca seguía igual que siempre. Un rincón discreto en el centro de la ciudad, lejos del bullicio y de las miradas curiosas. Durante años había sido su refugio, el único lugar donde podía respirar sin sentir el peso de la prensa sobre sus hombros.Fue entonces cuando la vio.Verónica.Estaba en la barra, de espaldas a él, inclinada ligeramente mientras recogía su café. Vestía un pantalón de lino beige y una blusa blanca de seda, sencilla pero impecable. Su cabello caía en ondas suaves sobre su espalda y cuando giró para tomar la tapa de su vaso, sus ojos se encontraron.Thomas sintió cómo un eco de memoria se desplegaba en su cabeza. Aquello
La casa de su padre estaba repleta. Música, risas, voces mezcladas en un bullicio constante. Zara brillaba en el centro de todo, rodeada de amigos y familiares que celebraban su vigésimo cumpleaños con la energía caótica que solo la juventud permite. Thomas estaba ahí por obligación. De verdad deseaba ver a su hermana, pero enterarse de que Verónica estaba invitada a esa fiesta era algo que lo ponía nervioso. Había inventado una excusa, aprovechando de que Sophia estaba con gripe y que posiblemente él también estaría incubando el virus; pero su padre había insistido, y Xavier había querido venir, aunque se mantenía pegado a él, incómodo entre tanta gente.—¿Seguro que no quieres quedarte con la abuela? —le preguntó Thomas en voz baja.Xavier negó con la cabeza.—Quiero ver a Zara.Lo entendía. Zara estaba demasiado ocupada para prestarle atención a su sobrino mayor, rodeada de muchachos guapos y amigas que seguramente envidiaban su belleza. Thomas, como buen hermano mayor, siempre la
Sophia envió el mensaje y apagó el teléfono antes de que pudiera ver si Thomas respondía. Lo dejó caer a un lado de la cama y se quedó mirando el techo, sintiendo cómo el peso del mundo se hundía sobre su pecho.El dolor era físico. Un puñal en el estómago. Un ardor en la garganta que no podía tragar.Había confiado en él.Había bajado la guardia, lo había dejado entrar en su vida, lo había dejado entrar en su corazón. Se había dejado desnudar, no sólo el cuerpo, sino el alma. Se había quitado su coraza sólo por él.Y él la había destruido.Las imágenes seguían grabadas en su mente, nítidas, crueles. Thomas besando a Verónica. Thomas tocándola como solía tocarla a ella. Thomas llevándola a los mismos lugares donde antes la había llevado a ella.La misma camioneta.El mismo maldito río.Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Se había pasado los últimos dos días llorando. Se había enterado de la peor forma posible: Por un video en una de sus redes sociales que había
Gabriel se sirvió un trago, observando la pantalla de su teléfono con sonrisa triunfal. Se acercó a su ventanal y observó la ciudad a través del cristal. Desde ahí, todo parecía tranquilo. Pero sabía que, en algún rincón de la ciudad, había alguien al borde de la desesperación.Thomas.El sonido del elevador anunció que alguien había llegado. Sabía quién era, pues evidentemente iba a venir para celebrar con él.—¡Lo lograste, Gabriel! —dijo la voz de Lucas a su espalda—. ¡Por fin hiciste que esos dos se separaran!—Lo sé —reconoció el capitán de Los Romanos sin dejar de mirar la ciudad. Se llevó el licor añejo a sus labios y sorbió un poco—. Te dije que mis planes siempre funcionan.—¿Por qué no llamaste a Verónica desde un principio? Podrías haberte ahorrado meses, y quizás hasta ganarle el juicio a Thomas.—Lucas, Lucas… —el nombre de su amigo salió de sus labios con pena. Como quien suspira luego de explicarle a un niño una tarea muy sencilla que no pudo ser llevada a cabo—. Años a