Thomas exhaló lentamente, frotándose la nuca mientras esperaba su café. Había pasado la noche en vela revisando una y otra vez los mensajes de Helena, buscando algún indicio de lo que planeaba. Estaba a nada de presentar la demanda por la custodia exclusiva de Xavier, y ahora lo que menos necesitaba eran distracciones innecesarias de su ex.El Café Lucca seguía igual que siempre. Un rincón discreto en el centro de la ciudad, lejos del bullicio y de las miradas curiosas. Durante años había sido su refugio, el único lugar donde podía respirar sin sentir el peso de la prensa sobre sus hombros.Fue entonces cuando la vio.Verónica.Estaba en la barra, de espaldas a él, inclinada ligeramente mientras recogía su café. Vestía un pantalón de lino beige y una blusa blanca de seda, sencilla pero impecable. Su cabello caía en ondas suaves sobre su espalda y cuando giró para tomar la tapa de su vaso, sus ojos se encontraron.Thomas sintió cómo un eco de memoria se desplegaba en su cabeza. Aquello
La casa de su padre estaba repleta. Música, risas, voces mezcladas en un bullicio constante. Zara brillaba en el centro de todo, rodeada de amigos y familiares que celebraban su vigésimo cumpleaños con la energía caótica que solo la juventud permite. Thomas estaba ahí por obligación. De verdad deseaba ver a su hermana, pero enterarse de que Verónica estaba invitada a esa fiesta era algo que lo ponía nervioso. Había inventado una excusa, aprovechando de que Sophia estaba con gripe y que posiblemente él también estaría incubando el virus; pero su padre había insistido, y Xavier había querido venir, aunque se mantenía pegado a él, incómodo entre tanta gente.—¿Seguro que no quieres quedarte con la abuela? —le preguntó Thomas en voz baja.Xavier negó con la cabeza.—Quiero ver a Zara.Lo entendía. Zara estaba demasiado ocupada para prestarle atención a su sobrino mayor, rodeada de muchachos guapos y amigas que seguramente envidiaban su belleza. Thomas, como buen hermano mayor, siempre la
Sophia envió el mensaje y apagó el teléfono antes de que pudiera ver si Thomas respondía. Lo dejó caer a un lado de la cama y se quedó mirando el techo, sintiendo cómo el peso del mundo se hundía sobre su pecho.El dolor era físico. Un puñal en el estómago. Un ardor en la garganta que no podía tragar.Había confiado en él.Había bajado la guardia, lo había dejado entrar en su vida, lo había dejado entrar en su corazón. Se había dejado desnudar, no sólo el cuerpo, sino el alma. Se había quitado su coraza sólo por él.Y él la había destruido.Las imágenes seguían grabadas en su mente, nítidas, crueles. Thomas besando a Verónica. Thomas tocándola como solía tocarla a ella. Thomas llevándola a los mismos lugares donde antes la había llevado a ella.La misma camioneta.El mismo maldito río.Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. Se había pasado los últimos dos días llorando. Se había enterado de la peor forma posible: Por un video en una de sus redes sociales que había
Gabriel se sirvió un trago, observando la pantalla de su teléfono con sonrisa triunfal. Se acercó a su ventanal y observó la ciudad a través del cristal. Desde ahí, todo parecía tranquilo. Pero sabía que, en algún rincón de la ciudad, había alguien al borde de la desesperación.Thomas.El sonido del elevador anunció que alguien había llegado. Sabía quién era, pues evidentemente iba a venir para celebrar con él.—¡Lo lograste, Gabriel! —dijo la voz de Lucas a su espalda—. ¡Por fin hiciste que esos dos se separaran!—Lo sé —reconoció el capitán de Los Romanos sin dejar de mirar la ciudad. Se llevó el licor añejo a sus labios y sorbió un poco—. Te dije que mis planes siempre funcionan.—¿Por qué no llamaste a Verónica desde un principio? Podrías haberte ahorrado meses, y quizás hasta ganarle el juicio a Thomas.—Lucas, Lucas… —el nombre de su amigo salió de sus labios con pena. Como quien suspira luego de explicarle a un niño una tarea muy sencilla que no pudo ser llevada a cabo—. Años a
Xavier nunca había pasado tanto tiempo lejos de su padre. No es que le molestara estar con su abuela, pero había algo extraño en todo aquello. Thomas le había dicho que se quedara con Claire porque estaba enfermo, que no quería que se contagiara la gripe que había tenido Sophia. Lo había despedido con un beso en la cabeza y le prometió llamarlo todos los días.Pero no lo hizo.Al principio, Xavier pensó que su padre estaría demasiado cansado. Luego, que tal vez se le había olvidado. La abuela insistía en que los adultos a veces estaban ocupados, que no debía preocuparse. Pero, aun así, no le gustaba aquella sensación en el pecho.Cuando finalmente volvieron a la casa de Thomas, Claire no dijo nada en todo el camino. Mantenía las manos firmes sobre el volante y su expresión era difícil de leer. Xavier no sabía si estaba enojada o solo pensativa, pero la sensación en su pecho se hizo más grande.—¿Papá ya estará mejor? —preguntó.—No lo sé —respondió ella sin mirarlo.El auto se detuvo
Las cajas iban y venían. Algunas cerradas con cinta adhesiva, otras abiertas a medio desempacar. Los empleados de la mudanza se movían con eficiencia, llevando muebles, acomodando estanterías y preguntándole a Sophia dónde debía ir cada cosa. Pero a pesar del bullicio, ella solo escuchaba el eco de su propia respiración.El apartamento era amplio, luminoso. Pisos de madera impecables, ventanales altos que ofrecían una vista panorámica de la ciudad y una cocina con electrodomésticos que todavía olían a nuevo. Una bonita terraza con un pequeño jardín y algunos macro bonsáis, excelente lugar para que Rex pueda hacer sus cosas, y una habitación amplia que recibía la luz del día. Una mejora evidente respecto a su antigua casa, más práctica, más segura… pero no la sentía suya. ¿La sentiría algún día? Había comprado ese departamento gracias a las ganancias de la primera edición de Milagro en la Yarda 22. Qué ironía… En gran parte su nueva casa era gracias a Thomas y su historia. La sola idea
Las puertas automáticas del supermercado se abrieron con un leve zumbido, dejando entrar la brisa fresca de la primavera. Sophia no había notado cuánto extrañaba la luz del sol hasta ese momento. Había pasado tanto tiempo refugiándose en su nuevo apartamento que cualquier salida, por mundana que fuera, se sentía extrañamente significativa.Empujó el carrito por los pasillos, revisando su lista mental mientras sus dedos rozaban los productos en los estantes. Té negro, canela, almendras. El departamento ya no olía extraño, pero todavía le faltaba algo. Un aroma propio. Un sello que lo hiciera suyo.Giró en la esquina del pasillo y, de repente, lo vio.Gabriel.Estaba de pie frente a la sección de especias, sosteniendo un frasco de comino en una mano y otro de cardamomo en la otra, con el ceño fruncido. Se veía más relajado que la última vez que lo había visto, cuando todo se derrumbaba. Llevaba una camisa azul remangada hasta los codos y un aire despreocupado que le resultó casi ajeno.
El aire nocturno era fresco y ligero, con ese aroma limpio que solo la primavera podía traer. Cuando salieron del restaurante, Sophia estiró los brazos y suspiró con satisfacción. La cena había sido sorprendentemente amena, y aunque no podía decir que todo estaba bien, al menos por unas horas no había sentido el peso de su propia historia sobre los hombros.—Definitivamente voy a repetir este lugar —comentó, palmeándose suavemente el estómago—. Aunque creo que comí demasiado rápido.Gabriel, que caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, soltó una risa leve.—Bueno, no sería una verdadera comida si no terminas arrepintiéndote un poco.Sophia rodó los ojos con diversión. Miró alrededor, notando que la noche estaba tranquila. Apenas había autos en la calle, y el bullicio de la ciudad parecía amortiguado, como si el mundo estuviera tomándose un respiro.—Hay un parque a unas cuadras de aquí —dijo de pronto—. ¿Quieres caminar un rato para bajar la comida?Gabriel la miró de reojo,