Cindy apresuró el paso, sus tacones resonando en el pasillo con una urgencia que reflejaba su estado de ánimo. La anticipación de una confrontación la había hecho vestirse con especial cuidado esa mañana, eligiendo un atuendo que la hacía parecer más una dama de sociedad que una estudiante universitaria. Al llegar al aula, su mirada se dirigió directamente hacia Hans, y sin vacilar, se sentó a su lado.Hans la observó, sus ojos recorriendo la figura de Cindy antes de hacer un comentario mordaz.—Vaya, si hasta pareces una señorita de la alta sociedad —dijo con sarcasmo, una sonrisa burlona asomando en sus labios.—Hans, no estoy para tus cosas. ¿Fue a ti que vino a ver Carlos? —preguntó Cindy con una mezcla de impaciencia y preocupación, ignorando su comentario.—¿Carlos? No, no lo he visto. ¿Dónde está? Me ofreció algo que me interesa —respondió Hans, su interés despertado al mencionar el nombre de Carlos.Cindy frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad mientras consider
Nina mantenía la mirada fija en la pantalla del teléfono, el brillo de la notificación recién llegada iluminaba sus ojos, que destilaban vacilación. El mensaje, sencillo y directo, desataba en su interior un torbellino de dudas y emociones contradictorias."Espero que te haya ido bien en tu examen. ¿Te gustaría que nos conociéramos en persona?"El remitente no era un desconocido cualquiera; era su prometido, que solo conocía más por conversaciones compartidas. El compromiso había sido más una cuestión de acuerdos familiares que de elección personal, y aunque la correspondencia entre ellos había suavizado su inicial reticencia, la idea de un encuentro cara a cara sembraba en ella una inquietud profunda.¿Cómo sería él en persona? Las letras en la pantalla no transmitían el calor de una voz ni el brillo de una mirada. ¿Y si la realidad no estuviera a la altura de las palabras intercambiadas? Nina temía que la química que parecía surgir en los mensajes se disipara en el aire al primer e
El trayecto hasta el aeropuerto internacional se desplegó ante Lianet como un camino sin fin, su corazón latiendo al compás del tic-tac de un reloj que parecía correr más rápido de lo normal. La ansiedad tejía una telaraña en su pecho, cada hilo vibrando con la promesa de un reencuentro largamente esperado. Después de tanto tiempo de separación, la idea de ver a su madre le llenaba el alma de un cálido resplandor que no podía ser oscurecido por ninguna sombra de duda. Mientras tanto, Nadir se debatía en un mar de incertidumbre, su mente agitada al ver como ella repetía como una mantra:—Veré a mamá al fin —como si no pudiera creerlo y tuviera necesidad de escucharlo—. Veré a mamá. No había oído a su padre mencionar a Cecilia en los preparativos del viaje, y su conciencia pesaba como ancla ante la posibilidad de desilusionar a Lianet. —Amor —dijo con una voz que intentaba ser un bálsamo para su inquietud, sujetando con delicadeza las manos temblorosas de Lianet—, no estoy seguro de
Con el corazón desbocado, Lianet se adelantó queriendo correr hacia donde se abrían las puertas deslizantes que los dejarían salir hasta que los vio aparecer. Allí estaban, las figuras de Manuel y... ¡una desconocida que definitivamente no era su madre! Se detuvo en seco soltándose de la mano de Nadir que en su alegría al distinguir a sus adorables padres que corrían a su encuentro, no se percató y la dejó en medio de un torbellino de confusión, que se había apoderado de ella mientras sus ojos escudriñaban ansiosamente más allá de la figura de su padre, buscando a la mujer cuyo amor había sido su faro en la distancia. ¿Dónde estaba ella? ¿Por qué no había venido? Estas preguntas giraban en su mente como un carrusel desbocado, pero antes de que pudiera darles voz, Manuel ya estaba corriendo hacia ella con los brazos extendidos, su rostro iluminado por una sonrisa que contenía años de amor y añoranza.—¡Hija, cuánto te he extrañado! —exclamó con voz quebrada por la emoción. El abra
Carlos se paseaba de un lado a otro, impaciente porque Lianet no respondía a sus llamadas y su teléfono siempre estaba fuera de servicio. Había contactado a Cindy con la esperanza de que fuera a la universidad para averiguar qué sucedía, pero no había rastro de ninguno de ellos. —¿Estás segura de que todos desaparecieron? —preguntó nuevamente a Cindy, quien lo observaba con curiosidad desde su asiento en el sillón. La actitud de Carlos despertaba en ella un gran interés. —¿No vas a contarme qué es lo que te pasa con Lianet? Sé que la quieres para tus planes de acceder a esa finca donde se encuentran las minas de diamantes, pero ahora parece que hay algo más que no me has revelado —dijo, y de inmediato se arrepintió al ver la mirada furiosa de Carlos. Desde que lo había conocido en aquel lugar siniestro, al cual había sido vendida por su propia madre, Cindy se había acostumbrado a que a su "salvador" no se le podía cuestionar. ¿Cómo pudo haberlo olvidado? Por eso se apresuró a añadir
Lianet se dejó llevar por la corriente de afecto familiar y subió al vehículo. Mientras la limusina se alejaba del aeropuerto, Nina y Camila que también le había caído muy bien a Vania, le mostraba a Lianet fotografías de boutiques de lujo en su teléfono. En el interior del aeropuerto, un hombre observaba desde la distancia. Había recogido el bolso desechado por Manuel y lo examinaba cuidadosamente antes de tirarlo en un cesto de basura. Como jefe de la seguridad de los chicos no se le había escapado que había alguien los seguía y siempre aparecía con precisión dónde estaban. Eso los había llevado a la conclusión que uno de ellos llevaba un rastreador. Había dejado uno de sus hombres atrás, que ahora había comprobado que las sospechas de su jefe eran válidas, al verlo en el bolso de Lianet. Con una sonrisa satisfecha, marcó un número en su teléfono.—Misión cumplida, jefe —informó con voz baja—. El señuelo está en posición.—No lo pierdas esta vez y mira para quien trabaja —ordenó
Tras concluir una jornada de compras en el bullicioso centro comercial, donde Nadir, con la complicidad de Vania, su madre, se entregó al placer de seleccionar regalos para su encantadora prometida, Lianet, quedó hechizado al verla ataviada con un elegante conjunto de pantalones que realzaban su belleza natural. Exhaustos pero satisfechos, el grupo se encaminó hacia un restaurante para saciar su apetito y descansar. El restaurante que eligieron era un refugio de lujo y tranquilidad en el corazón de Berlín. Al entrar, la atmósfera cambiaba drásticamente: el bullicio de la ciudad se desvanecía, dando paso a un oasis de calma. El establecimiento, conocido por su exquisita cocina y su servicio impecable, ostentaba una decoración que fusionaba la elegancia clásica con toques modernos. —¡Vaya, Nadir! ¿Parece que hoy te has propuesto impresionarnos a todos, eh? —exclamó Nina con una sonrisa contagiosa, captando la atención del grupo al deslumbrar con su nuevo conjunto de pantalones a la úl
Raidel se encontraba inmerso en las miradas expectantes de las jóvenes que lo contemplaban, sus ojos brillaban con la chispa de la anticipación. A pesar de su deseo de unirse a la aventura que se avecinaba, una promesa ataba su destino al sur, donde las vastas propiedades de su familia se extendían como un reino terrenal. Había jurado a su padre que conocería a la prometida que le había sido asignada, una promesa que ahora colgaba sobre él como una espada de Damocles. Con un gesto de su mano, pidió paciencia a sus amigas, mientras su voz resonaba con determinación para responder a la llamada de su padre. Éste le pedía que regresara a casa debido a una visita de gran importancia que recibirían, y diciendo que el encuentro con su futura esposa podía posponerse. Con el rostro iluminado por una sonrisa resplandeciente, se giró hacia las jóvenes y con una voz que destilaba entusiasmo, aceptó la invitación a unirse a ellas. La reacción de Nina fue eléctrica, un torrente de alegría que