Al aproximarse a la imponente residencia del señor Harrison, es evidente la ostentación de la riqueza que la define. La mansión, de dimensiones colosales, alberga numerosos sirvientes que se desplazan con diligencia, atendiendo a la distinguida colección de caballos. Para Carlos Limonta, esta escena no es del todo sorprendente; en la hacienda de su presunto padre se vivía un bullicio similar día tras día. Sin embargo, la opulencia de esta propiedad supera con creces la de la suya, empañada por una gestión deficiente y los excesos derrochadores. Avanzan por un corredor flanqueado por un jardín deslumbrante. El señor Harrison encabeza el grupo, seguido por su hijo Hans, Cindy y Carlos. Penetran en el santuario de la mansión, una estancia que irradia lujo y buen gusto en su decoración. Se dirigen hacia la biblioteca, un espacio amplio y acogedor que alberga una diversidad de volúmenes y una sección consagrada exclusivamente a la equitación y los caballos. Una vez dentro, Harrison los i
Manuel Limonta, arrastrado por una tormenta de pensamientos, se encontraba en el ojo de su propia tempestad interior. La noche se había convertido en un lienzo oscuro donde sus preocupaciones danzaban sin cesar, impidiéndole hallar la paz que tanto anhelaba. Su hija Lianet, la joya de su vida, estaba en peligro, y el origen de tal amenaza era una traición que le corroía el alma. Durante años, Manuel había acogido a Carlos como a un hijo, pero las recientes revelaciones habían desgarrado el velo de la ilusión. Carlos no era suyo; era el resultado de un pasado deshonroso que Rosario, quien hasta hace poco tiempo había sido su esposa que creía legal, había tejido en secreto con el capataz de la finca de su suegro. La verdad había emergido como una espina que ahora se clavaba en su corazón cada vez que respiraba.La ansiedad se apoderaba de Manuel al pensar en Carlos. El muchacho había partido a Alemania con intenciones desconocidas, pero lo que más atormentaba a Manuel era el juego peli
Nadir tomó suavemente el rostro de Lianet entre sus manos, obligándola a encontrarse con su mirada implorante. —Lianet, necesitas entender. Lo que acabas de decir sobre Carlos no es tan simple. Lo conozco desde siempre y sé que es peligroso; las compañías que frecuenta son igual de nefastas. Escúchame, por favor —le pide sentándose para mirarla de frente, necesita que Lianet comprenda el enorme peligro que representa Carlos. — . Si algo te pasara, mi mundo se desmoronaría. En ti he hallado mi gran amor, ese por el que tanto esperé. Ese amor que hace temblar mi cuerpo, acelera mi corazón y humedece mis palmas. Ese amor que me mantiene despierto en un sueño perpetuo. Y te juro, no estoy dispuesto a perderlo por nada en este mundo. El aire se cargó con la seriedad de su declaración, y en ese instante Lianet pareció comprender la magnitud del peligro que se cernía sobre ella, un peligro que amenazaba con arrasar el refugio de su amor incipiente. Nadir, con un gesto suave pero firme, al
Carlos Limonta salió de la mansión de Harrison con la seguridad de haber encontrado al socio perfecto para sus planes en Alemania. La codicia emanaba de ese hombre de manera palpable, alimentando las ambiciones de Carlos. Sabía que el robo de los envíos de esmeraldas de la finca de Josue Figueiro se alinearían con sus planes a la perfección. Inmerso en sus pensamientos y seguido por Cindy, quien caminaba a su lado sin emitir palabra alguna, Carlos maquinaba sobre cómo acercarse a Lianet, su única opción real para obtener información sobre los planes de envíos a Alemania. De repente, el sonido de su teléfono rompió el silencio. Carlos frunció el ceño, irritado por la interrupción. “Ah, es mamá", pensó con fastidio. "Seguro está en una de sus borracheras. No puedo con ella", masculló para sí mismo mientras rechazaba la llamada. A punto de guardar su teléfono en el bolsillo de su saco, este volvió a sonar. "¿Qué querrá ahora que insiste tanto?", se preguntó con molestia.Al contestar,
En la Universidad, el bullicio de los estudiantes llenaba el ambiente mientras todos se sumergían en sus estudios. El final del año escolar estaba a la vuelta de la esquina, y solo quedaba un examen antes de que pudieran dar por concluido el semestre. En la biblioteca, el frenesí de búsqueda de bibliografías era evidente, con cada estudiante intentando asegurarse de tener todos los recursos necesarios para prepararse adecuadamente.En un rincón apartado de una de las salas, Nadir se encontraba con sus amigos, inmersos en una sesión de repaso intensivo. Con determinación en su voz, Nadir instó a sus compañeros a dar lo mejor de sí mismos en el último examen. —Sabemos que es el último examen y todos hemos sacado excelentes notas hasta ahora. Así que tenemos que hacer este examen y también debemos sacar buenas notas. No podemos dejarnos caer—, enfatizó, su mirada reflejando la determinación de no bajar el ritmo. Dirigiéndose a cada uno de sus amigos, Nadir distribuyó las responsabilida
La emoción y el nerviosismo se mezclaban en el ambiente de la Universidad. Era el último examen del curso, y todos los estudiantes, incluido Nadir, se habían esforzado al máximo para asegurarse de lograr buenos resultados y cerrar con broche de oro el año académico. La habitación de Nadir ya estaba en silencio, sólo perturbado por el sonido metódico de la preparación final, cuando de repente, el timbre de su teléfono rompió la calma.Al responder, Nadir reconoció la voz del otro lado con alivio y un toque de sorpresa.—Mira Ismael, es papá —anunció, pasándole el teléfono a su compañero de cuarto.—Buenos días, padre, ¿cómo estás? —saludó Nadir con respeto y cariño.—Buenos días, hijo. Tu madre y yo estamos bien. ¿Cómo está Nadir? —La preocupación paternal era evidente en la voz del señor Josué.—Está bien, padre. Listo para nuestro último examen y así poder irnos a casa —respondió Ismael, con la vista puesta en los libros abiertos sobre la mesa. Hubo una pausa breve antes de que el p
Lianet asintió, guardando las frutas en su mochila con cuidado. La promesa de una celebración posterior era un buen incentivo para enfrentar los desafíos inmediatos. Con un último vistazo hacia donde Carlos había estado, se unió a la carrera hacia el aula, decidida a cerrar el capítulo académico con éxito. Carlos se alejaba por el pasillo con una sonrisa satisfecha que apenas podía disimular. Cada paso que daba estaba cargado de la confianza de quien cree tener el control de la situación. En su mente, la estrategia estaba clara: ganarse la confianza de Lianet era solo el comienzo. La venganza que había planeado era meticulosa y requería paciencia, pero el resultado, pensaba, valdría la pena. La idea de que Lianet cayera rendida ante sus encantos y buenas acciones le parecía un juego delicioso, un primer objetivo en su camino para desestabilizar el mundo de la hija de Manuel y a él mismo. Mientras se deleitaba en sus maquinaciones, no se percató de la presencia de Cindy hasta que
Cindy apresuró el paso, sus tacones resonando en el pasillo con una urgencia que reflejaba su estado de ánimo. La anticipación de una confrontación la había hecho vestirse con especial cuidado esa mañana, eligiendo un atuendo que la hacía parecer más una dama de sociedad que una estudiante universitaria. Al llegar al aula, su mirada se dirigió directamente hacia Hans, y sin vacilar, se sentó a su lado.Hans la observó, sus ojos recorriendo la figura de Cindy antes de hacer un comentario mordaz.—Vaya, si hasta pareces una señorita de la alta sociedad —dijo con sarcasmo, una sonrisa burlona asomando en sus labios.—Hans, no estoy para tus cosas. ¿Fue a ti que vino a ver Carlos? —preguntó Cindy con una mezcla de impaciencia y preocupación, ignorando su comentario.—¿Carlos? No, no lo he visto. ¿Dónde está? Me ofreció algo que me interesa —respondió Hans, su interés despertado al mencionar el nombre de Carlos.Cindy frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad mientras consider