Esa mañana, a Lianet le estaban traicionando los nervios. Primero, la avalancha de estudiantes encima de ellos, preguntando y felicitándolos por la competencia ecuestre, le hizo recordar cuando era acosada de niña por los periodistas. La situación se volvía más caótica para ella al ver cómo todas las aspirantes a ser novias de Nadir la miraban como si se la quisieran comer. Podía escuchar los murmullos de cómo ella había logrado enamorar al chico más popular de la universidad.—De seguro se le metió en la cama —susurraba una lo suficientemente alto para que ella lo escuchara.—Seguro que se hizo la virgen para amarrarlo, estas campesinas son así —contestó otra de igual manera.—No se preocupen, de seguro Nadir se aburre de ella muy pronto. ¿Qué puede ofrecer ella que no tengamos nosotras? Si lo que le gusta es el delicioso, pues yo me le ofrezco en bandeja —dijo una más atrevida—. Oye Nadir, cuando te aburras de ella me tiene a mí, y sin aburrirte también, ja, ja, ja… —rieron todas a
Nadir se removía inquieto en su silla, la ausencia de Lianet comenzaba a pesarle como una eternidad. Con cada minuto que pasaba, la preocupación tejía una red más apretada en su pecho. Finalmente, la incertidumbre lo venció y, excusándose con un gesto, se levantó. Al salir del aula, sus ojos buscaron frenéticamente hasta que, a lo lejos, la figura de su novia se delineó en un abrazo ajeno. El corazón de Nadir se estremeció al considerar la posibilidad de que su dulce e inocente prometida pudiera ocultarle un secreto. Con pasos apresurados, Nadir se acercó a la pareja, sintiendo cómo la inquietud se convertía en una losa en su corazón. Al aproximarse, reconoció al hombre que abrazaba a Lianet: era Carlos, su medio hermano mayor. La sorpresa se reflejó en su rostro. ¿Qué hacía él allí, en la universidad? Nadir se detuvo frente a ellos, su mirada era un desafío silencioso. Lianet, percibiendo la tensión, se desligó de Carlos y se acercó a Nadir, cuyos ojos no dejaban de escrutar a Carlo
Camila asintió con rapidez, volviendo a buscar refugio en el pecho de Ismael. El ritmo de su corazón le ofrecía una sensación de seguridad y calma.—Quiero, sí, quiero. No hay nada que desee más en mi vida —afirmó, abrazando a Ismael con fuerza, quien sonrió satisfecho—. No te fallaré de nuevo, Ismael, es una promesa.—Eso espero, Camila, porque me gustas mucho y quiero que compartamos todo juntos —le susurró él al oído—. Pero antes de que avancemos, hay algo que debes saber: nunca me quedaré en Alemania. Mi destino está en la finca de mis padres adoptivos. Les debo mucho y no puedo abandonar a mi hermano; ellos cuentan con mi apoyo. Reflexiona sobre esto, sé que tu vida y tu carrera están aquí, en la ciudad, pero necesito ser honesto contigo. Camila se apartó ligeramente para mirar directamente a los ojos de Ismael y luego lo besó con una pasión que evidenciaba su decisión. Siempre había soñado con un hombre que le ofreciera sinceridad desde el comienzo, alguien que no estuviera ceg
Raidel se quedó mirando fijamente a Nina, quien le sostuvo la mirada con una mezcla de desafío e incomprensión. Sin embargo, no le ofreció ninguna explicación; él, menos que nadie, debía descubrir qué intentaba hacer que su prometido rompiera el compromiso para seguir con él. No quería alimentar falsas esperanzas ni ser la causa de su dolor. Así que, como era su costumbre, recurrió al humor para desviar la situación.—¡Deja de burlarte de mí, pelirrojo! No tiene gracia que te regodees en mi desgracia.—No me burlo, Nina. Lo digo en serio —respondió Raidel, su voz grave y sincera disipó la sonrisa en los labios de Nina y sus ojos parecieron llenarse de una luz acuosa. —Quiero verte feliz. Nina no articuló palabra, se quedó inmóvil por un instante, los ojos clavados en los de Raidel, quien se esforzaba por contener sus propias esperanzas. Luego, con un giro repentino, se marchó seguida por Lianet. Camila, testigo silenciosa de la escena, sacudió la cabeza con pesar y se acercó a Raide
Mientras tanto, en la habitación que compartían Lianet y Nina. Nadir abrazaba a su novia, quien aún estaba sacudida por la conmoción. Lianet alzó la mirada hacia él, sus ojos implorando una respuesta en su rostro.—Nadir, ¿cómo vamos a superar esto? —preguntó con una voz temblorosa.Nadir reforzó su abrazo, ofreciendo un silencio reconfortante antes de responder. Había percibido problemas desde el momento en que Carlos apareció.—Limpiaremos tu nombre, Lianet. No importa quién esté detrás de todo esto, no dejaré que te lastimen —afirmó con una convicción inquebrantable—. No tengas miedo, mi amor, sé que no has estado con nadie más, que eres solo mía. Confía en mí; encontraré una solución.—¿Pero cómo? ¿Cómo vas a restablecer mi reputación? Si mi padre se entera... —Lianet rompió a llorar.Nadir estrechó a Lianet entre sus brazos, buscando desesperadamente una manera de calmarla. Actuando por instinto, tomó el teléfono de su novia y marcó a Manuel, quien contestó de inmediato.—Lía, ca
Al aproximarse a la imponente residencia del señor Harrison, es evidente la ostentación de la riqueza que la define. La mansión, de dimensiones colosales, alberga numerosos sirvientes que se desplazan con diligencia, atendiendo a la distinguida colección de caballos. Para Carlos Limonta, esta escena no es del todo sorprendente; en la hacienda de su presunto padre se vivía un bullicio similar día tras día. Sin embargo, la opulencia de esta propiedad supera con creces la de la suya, empañada por una gestión deficiente y los excesos derrochadores. Avanzan por un corredor flanqueado por un jardín deslumbrante. El señor Harrison encabeza el grupo, seguido por su hijo Hans, Cindy y Carlos. Penetran en el santuario de la mansión, una estancia que irradia lujo y buen gusto en su decoración. Se dirigen hacia la biblioteca, un espacio amplio y acogedor que alberga una diversidad de volúmenes y una sección consagrada exclusivamente a la equitación y los caballos. Una vez dentro, Harrison los i
Manuel Limonta, arrastrado por una tormenta de pensamientos, se encontraba en el ojo de su propia tempestad interior. La noche se había convertido en un lienzo oscuro donde sus preocupaciones danzaban sin cesar, impidiéndole hallar la paz que tanto anhelaba. Su hija Lianet, la joya de su vida, estaba en peligro, y el origen de tal amenaza era una traición que le corroía el alma. Durante años, Manuel había acogido a Carlos como a un hijo, pero las recientes revelaciones habían desgarrado el velo de la ilusión. Carlos no era suyo; era el resultado de un pasado deshonroso que Rosario, quien hasta hace poco tiempo había sido su esposa que creía legal, había tejido en secreto con el capataz de la finca de su suegro. La verdad había emergido como una espina que ahora se clavaba en su corazón cada vez que respiraba.La ansiedad se apoderaba de Manuel al pensar en Carlos. El muchacho había partido a Alemania con intenciones desconocidas, pero lo que más atormentaba a Manuel era el juego peli
Nadir tomó suavemente el rostro de Lianet entre sus manos, obligándola a encontrarse con su mirada implorante. —Lianet, necesitas entender. Lo que acabas de decir sobre Carlos no es tan simple. Lo conozco desde siempre y sé que es peligroso; las compañías que frecuenta son igual de nefastas. Escúchame, por favor —le pide sentándose para mirarla de frente, necesita que Lianet comprenda el enorme peligro que representa Carlos. — . Si algo te pasara, mi mundo se desmoronaría. En ti he hallado mi gran amor, ese por el que tanto esperé. Ese amor que hace temblar mi cuerpo, acelera mi corazón y humedece mis palmas. Ese amor que me mantiene despierto en un sueño perpetuo. Y te juro, no estoy dispuesto a perderlo por nada en este mundo. El aire se cargó con la seriedad de su declaración, y en ese instante Lianet pareció comprender la magnitud del peligro que se cernía sobre ella, un peligro que amenazaba con arrasar el refugio de su amor incipiente. Nadir, con un gesto suave pero firme, al