El público sigue aclamando su nombre. Las exclamaciones que siguen los hace separarse al ver la máxima puntuación. El aplauso estalla en la multitud como una ola rompiendo contra la orilla. Lianet mira a Nadir tomar su posición con Ébano. La majestuosidad del animal, su pelaje oscuro brillando al sol como si estuviera espolvoreado con diamantes, el animal nervioso se encabrita, es un espectáculo digno de admiración.Nadir no tiene un ápice de duda en su mirada; está completamente enfocado, la imagen de un jinete y su caballo en perfecta armonía. Cuando inician su recorrido, es claro que no están aquí solo para competir, sino para conquistar.Ébano se mueve con una gracia que desafía su poderoso tamaño, cada salto es una demostración de fuerza controlada y precisión. Nadir lo dirige con una seguridad que solo puede venir de la confianza absoluta en su compañero y en sí mismo. Otra vez los fuegos y ruidos estallan en una esquina cada vez que pasa Ébano, incluso hasta algo lanzan al rec
En la finca “Los Limonta”, Rosario ha bajado toda ojerosa hasta el salón, seguida por su hijo Carlos. Las palabras de él le hicieron recordar su infancia, cuando su padre maltrataba a su madre y le profería todo tipo de insultos. Protesta furiosa mientras se dirige al bar, con él todavía detrás, increpándola. Se sirve un trago de tequila y responde:—Acaba de decirme rápido a qué viniste y lárgate. ¡Eres tan malo conmigo como lo fue tu abuelo! —exclama y lanza el vaso, que Carlos esquiva.—Mamá, deja la locura y escúchame. Es muy importante que sepas que voy a viajar a Alemania porque tengo que asegurarme de que Cindy cumpla con todo lo que le ordené. No voy a vivir en la miseria; sabes que me gusta la buena vida, y la fortuna de Manuel está a punto de ser mía —dice Carlos, atrapándola por los brazos—. Solo necesito que me ayudes a que firme esos papeles donde me cede todo. ¿Me escuchas? Necesitamos esta finca, mamá.—¿Para qué la quieres? La finca de papá ya es tuya —replica Rosario,
Un silencio abrumador se apodera del set. Todos los ojos se posan en Lianet, cargados de una curiosidad intensa y repentina. Nadir, sentado a su lado, le aprieta la mano con un gesto silencioso de apoyo, mientras que el entrenador asiente con la cabeza de manera sutil, alentándola a develar la verdad. El subcampeón, con una expresión que mezcla sorpresa y reconocimiento, se gira hacia ella.—¿Eres la pequeña Lía? —pregunta el subcampeón, asombrado—. ¿Dónde está Cecilia? ¿Por qué no la he visto en tanto tiempo?En ese instante, Lianet siente cómo el peso del mundo se cierne sobre ella. La mirada del subcampeón le trae recuerdos de su infancia, tiempos en los que su identidad era un secreto a voces, un susurro que la perseguía como una sombra. Las palabras de su madre resuenan en su mente con una claridad cristalina: "¡Jamás digas que eres mi hija!".Lianet es consciente de que admitir la verdad podría cambiarlo todo. Los medios se abalanzarían sobre ella como aves de rapiña, tal como l
La confianza, esa valiosa actitud que une a los humanos tan difícil de ganar y tan fácil de perder. Es un vínculo muy frágil, pero profundo entre dos almas. Requiere vulnerabilidad, apertura del corazón, la disposición a poner tus más íntimos secretos en manos de otro.Cuando confiamos en alguien, le damos un poder inmenso sobre nuestro bienestar emocional. Le entregamos la delicada llave de nuestra autoestima y sentimiento de seguridad. Confiar es creer, tener fe en la bondad fundamental de otro ser humano.Y cuando esa confianza se traiciona, el dolor puede ser infinito. Es una puñalada directa al corazón, una violación de los lazos más sagrados entre dos personas. No solo se rompe la fe en el otro, sino también en uno mismo y la propia capacidad de discernir quién es digno de credibilidad.Reconstruir la confianza es un camino largo y tortuoso. Requiere comprender la falibilidad humana, pero también afirmar que algunos límites no deben cruzarse. Cuando la traición viene de un ser q
Carlos Limonta tiene ya todo preparado para viajar después de haber esquivado el otro vaso que le arrojara su madre, Rosario. Sube a su habitación, recoge su maleta y baja. Se monta en su auto deportivo y sale a toda velocidad hacia el aeropuerto, ya que solo faltan dos horas para su vuelo y no quiere perderlo. Va planeando cuidadosamente cómo deberá acercarse a la hija de quien funge como su padre, Manuel Limonta. Hace mucho que conoce que no es su hijo; escuchó a su abuelo discutiendo con su madre cuando tenía cinco años. Y es por eso que odia a Lianet, la única que le puede arrebatar todo lo que con gran esfuerzo le ha costado ganar.Su abuelo materno ya puso la finca a su nombre, pero está muy lejos de la ruta fluvial que utiliza para su contrabando de drogas y otras actividades ilícitas. Manuel es duro de convencer. No sabe aún cómo su abuelo logró engañarlo y hacer que se casara con su madre cuando estaba embarazada de él, incluso dándole su apellido. Tiene que seguir haciéndos
En Alemania, la casa rodante avanzaba por la carretera silenciosa, más despacio de lo normal por ir detrás del tráiler que transportaba a los caballos. No querían dejarlos atrás por temor a que les pasara algo. Un silencio ensordecedor acompañaba a todos, que estaban sentados mirando una película en la gran pantalla. Pero la alegría que sentía Lianet por creer que había hablado con su madre Cecilia, la certeza de que no le había pasado nada, que no estaba muerta como habían anunciado, era demasiada para permanecer callada. Le quitó el control remoto a Nina y buscó en internet una competencia de su mamá.—Mi mamá es la mejor —dijo con orgullo—. Sé que se preguntan por qué no digo que soy su hija. Fue muy traumático para mí de pequeña, por eso soy así, hasta me desmayo y entro en pánico cuando me veo rodeada de gente o debo hablar en público. —¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Nina curiosa.Lianet comenzó su relato con la voz temblorosa y la mirada gacha. Revivir esos dolorosos recuerd
Las bromas y risas continuaron, mientras Lianet en vano trataba de defenderse. En el fondo, estaba feliz de ver la alegría en el rostro de sus amigos tras tanta tristeza compartida. Eran su familia, su hogar. Y Nadir...bueno, con Nadir las cosas parecían fluir de forma natural y mágica. Pero eso no pensaba admitirlo frente a todos. Todavía no.—Bueno chicos, para ser honesto le seguí la farsa del compromiso en verdad como dice ella, para protegerla de ese grupo, pero…, ja, ja, ja. No voy a negarlo, ¡aproveché la oportunidad! Y…, seguí el consejo de mi hermano aquí presente que aseguraba que yo estaba enamorado de Lianet y me la llevé a solucionar todo el malentendido que ella tenía conmigo. Pero con precaución… —dice y se pasa la mano por la mejilla—. No quieran saber lo que me ha hecho mi novia, ja, ja, ja..—¡Nadir! Fue un malentendido...—se defendió Lianet, muerta de vergüenza.—Eso es cierto —intervino Ismael, soltando una carcajada—. ¿Pueden creer que Trencita, apenas nos vimos e
Nadir y Lianet apenas entraron a la residencia estudiantil, una avalancha de felicitaciones y bromas les llovieron de parte de sus compañeros por el recién ganado campeonato. Solo atinaban a sonreír, ruborizados y tomados fuertemente de las manos, como si temieran soltarse.Cuando por fin lograron zafarse del alboroto colectivo, cada uno se dirigió a su respectiva habitación, aún sin terminar de procesar los vertiginosos acontecimientos de los últimos días. ¿Cómo era posible que el mismo viernes se hubieran declarado una guerra encarnizada, de profundo odio y desprecio mutuo, para terminar el domingo comprometidos y profundamente enamorados? Parecía un sueño, una fantasía maravillosa. Pero no, era real. Los sentimientos que se desbordaban en sus corazones eran genuinos, una mezcla embriagadora de dicha, ternura y pasión descontrolada cada vez que se miraban a los ojos. Cada uno en su cuarto, suspiraron al mismo tiempo, con una sonrisa de oreja a oreja. La vida les había dado una opo