Tomábamos vino en el salón, sentados en el sofá, mientras hablábamos de cosas varias, de las actuaciones, de cómo habíamos continuado nuestras vidas, aunque siempre sin meternos en conversaciones muy íntimas.
Él, por ejemplo, se había dedicado en cuerpo y alma a componer, a su trabajo, a sus conciertos, a su gira, sus proyectos, y apenas le quedaba tiempo para nada más.
Le conté sobre como la relación con mi madre había mejorado, y en aquel momento le hablaba de Juan (mi mánager) y lo cercano que se había convertido en los últimos meses.
Tan pronto como escuché que la puerta de la habitación se cerraba levanté la vista para mirar hacia él, con la intención de decirle que no había peligro y podríamos salir de allí, pero tan pronto lo hice quedé hipnotizada por sus labios, que se mantenían abiertos, mientras sus ojos me miraban con atención.
Le miré aterrada por lo que todo aquello me estaba haciendo sentir, aunque levanté la mano para acariciar su barba, añoraba hacer aquello, añoraba…
Acercó su boca a la mía, y la mantuvo ahí unos segundos, sintiendo mi aliento sobre el suyo, tan sólo unos segundos, antes de besarme. Bajé el brazo y me dejé llevar por sus besos durante un minuto, y entonces él, se separó de mí, abrió los ojos y me miró.
Nuestro beso volvió a terminar, y él apoyó su cabeza sobre la mía, acariciando su nariz con la mía, aún con ojos cerrados, podía sentir su respiración agitada sobre la mía. Creo que ninguno de los dos sabía que decir sin fastidiar nuestra amistad, creo que ninguno de los dos quería admitir que lo que sentíamos el uno por el otro seguía ahí, creo que el miedo que sentíamos por volver a sufrir no nos dejaba aferrarnos al otro.
Mis lágrimas volvieron a caer, lo que provocó que él se separase un poco, limpiase estas con el dorso de la mano, y me acariciase la mejilla para intentar calmarme. Y lo hizo, no os podéis imaginar como lo hizo. Él acercó su rostro a mi frente y la besó con suavidad, para luego abrazarme, aferrándose a mí, sin querer dejarme ir aún.Nos mantuvimos así por varios minutos, dejándonos embriagar por el olor del otro, sin querer pensar en nada más, disfrutando de aquel momento por última vez, mientras mi corazón comprendía algo, la razón por la que él no podía aferrarse a mí, y entonces lo entendí todo: su negativa de vernos con la llegada de Camile, el insistir en que Camile podía hacerle olvidar, el fingir que ese beso no había pasado, el aferrarse a la idea de volver a separarnos, &eacu
Mantenía su mano entrelazada a la mía, mientras caminábamos con sigilo por los pasillos de mi casa, intentando evitar a mi madre, que estaba sentada en el salón viendo la tele, con una amplia sonrisa en nuestros rostros, sin dejar que nada más nos afectase. Acabábamos de aceptar continuar con aquella locura, comenzar una relación juntos, aferrarnos el uno al otro sin que importase nada más. No podía evitarlo, estaba feliz y no me importaba nada más.Reímos al llegar al jardín, cerca de la puerta de la calle, y nos miramos con complicidad. Y entonces se acercó a mí, besó mi mejilla, sonrió con calma, y se despidió:Te llamaré mañana – aseguró, para luego separarse de mí un poco, abriendo la puerta de la calle, aún sin soltar mi mano – ten dulces sueñ
Pablo.El mundo se volvió loco al día siguiente, cuando una fotografía en la que aparecía con Camile en Barcelona se filtró a los medios, y se hizo viral en cuestión de minutos.Temía por ella, por lo que pudiera estar pensando de mí, pero no tenía tiempo de pararme para avisarla, para calmarla. Tenía miles de periodistas en los alrededores del hotel, y mi mánager no hacía otra cosa que hablar por teléfono junto a mí, mirándome de vez en cuando con cara de malas pulgas.¿No podías haber sido un poco más precavido con esta situación? – preguntó molesto, cuando hubo colgado el teléfono – te dije que liarte con esa bailarina te traería problemas.¿Quién ha filtrado la fotografía? – fue lo &ua
Apreté la mano de aquella mujer que se aferraba a la mía, haciendo que esta dejase de llorar y mirase hacia mí, que abría y cerraba los ojos, despacio, intentando acostumbrar mi vista hacia aquella luz resplandeciente de hospital.Alicia – me llamó mi madre, mientras el dolor llegaba a mí, y comenzaba a sentir como me quemaba el pecho y la cabeza, además del resto del cuerpo que le tenía muy dolorido – no – rogó mi madre al ver mi intención de moverme – no te muevas, llamaré al doctor – aseguró, para luego pulsar un botón sobre la cama, para indicar que necesitábamos algo.¿qué ha pasado? – pregunté extrañada, intentando recordar cómo había llegado allí, pero por más que lo intentaba no podía, mi cabeza dolía
Al fin estaba en casa, había logrado convencerlos a todos de volver a mi hogar. Odiaba el hospital, aquel olor fuerte, la comida, e incluso la forma tan deprimente en la que la gente me tratase, como si tuviese un problema, como si estuviese enferma.Lo primero que hice al llegar a mi habitación fue cerrar la puerta y llorar, con fuerza, con todo el dolor de mi corazón. Pero no sirvió de nada, no podía escucharme, no podía oír absolutamente nada.El silencio me golpeaba duramente y apenas podía respirar, pero no podía morir, tan sólo vivir en un mundo sin sonidos, un mundo sordo donde aquel aplastante silencio me ahogaba.Pasé la mayor parte del día encerrada en mi habitación, y cuando salí a comer algo, mi madre me estaba esperando sentada en el sofá, y me hizo una señal para que me acercase.He pensado tomarme
Mis abuelos vinieron a verme en esa semana, a dos días antes de la operación y se quedaron conmigo todo el día, intentando animarme, pero se sorprendieron bastante al verme de tan buen humor.Hablé con Pablo ayer – me informaba mi abuela, mientras mi abuelo hablaba con el enfermero que acababa de entrar en la habitación, haciendo que le mirase extrañada, pues sabía que aquel día le tocaba a Joel, pero no había ni rastro de él ¿le habrían cambiado el turno – me dijo que intentaría escaparse para estar presente en la operación.No debería hacerlo – reconocí hacia mi abuela – si hablas con él dile que no le necesito aquí, su trabajo y el paripé con su novia deben ser más urgentes para él – mi abuela me miró sorprendida, no por mis
Volví a casa al día siguiente, con una enorme sonrisa en el rostro, y miles de flores que me había enviado Pablo.Aun así, el médico quería que le visitara en una semana para asistir a una revisión pro-operación.Ese chico – comenzó mi madre, mientras almorzábamos junto a mis abuelos, en el salón – parece que realmente le importas.Puede que tengas razón – afirmé, mientras tragaba el trozo de lechuga que me había metido en la boca – pero por mucho que le importe, ante los ojos de todos los demás, ahora mismo, sólo sería la otra. – puntualicé – y no pienso volver a ser eso nunca más.La situación ahora mismo es complicada, Alicia – me aseguró mi abuela, que parecía ser la &uacu
Aquel día era especial, me había vestido con una camiseta negra y una falda marrón, mi cabello estaba corto (pues lo había arreglado la tarde anterior), y llevaba poco maquillaje, ya que no quería asustar a mi nuevo amigo: Luis. Era su cumpleaños, y le había comprado un ebook para que pudiese leer todos los libros que quisiese en digital, pues él era una persona muy respetuosa con el medio ambiente, y solía decir que odiaba que le regalasen libros por el tema de que para hacerlo habían talado un árbol. Era todo un encanto.El cumpleaños era en su casa, y parecía que eran pocas personas las que asistirían, aun así, me sentía afortunada de haber sido invitada.Llamé al timbre de ese dúplex, situado a las afueras de la ciudad, en uno de esos pueblos dormitorio que arropaban la capital, que casualmente era el mismo en el