Los tres se dividieron al entrar al interior de la casa, revisando cada habitación, cada rincón. La tensión era palpable mientras avanzaban. Cuando Lisandro entró a una de las salas, sintió el frío acero de un arma presionando contra su sien. Lisandro detuvo su respiración por un instante.Él se movió, sus manos todavía apretaban con fuerza el arma que acababa de bajar tras disparar al abuelo Armone. Sentía la tensión en el aire, como un cable a punto de romperse.—Suelta el arma —repitió King la voz grave y cargada de amenaza —, te mueves un milímetro y te volaré los sesos. Lisandro levantó lentamente las manos en señal de rendición, al mismo tiempo que dejaba el arma en el suelo. Su mente trabajaba frenéticamente, evaluando cómo girar las cosas a su favor.—No hagas nada, estúpido —dijo King, empujándolo hacia la pared.—El único que hizo algo estúpido fueron ustedes al secuestrar a los niños.—Y ustedes, por matar a mi hija —refutó el hombre—, ahora tendrás que pagar.En ese mome
Dominic salió de la habitación con pasos pesados, su mente aún resonando con las últimas palabras de su padre. El eco de la promesa que acababa de hacerle se repetía como un mantra en su mente. “Vengar a la familia. Destruir a los Armone y los Quintero”.Mientras avanzaba por los pasillos, escuchaba los ecos lejanos de disparos y gritos provenientes del exterior. La mansión, que alguna vez fue un símbolo de poder y autoridad para su familia, ahora se desmoronaba bajo el asedio. La sangre y los escombros cubrían el suelo, pero Dominic no se detuvo. Sus pasos lo llevaron al despacho de su padre, el lugar donde tantas veces lo había visto orquestar los movimientos estratégicos que mantenían a su familia en la cima.Cerró la puerta detrás de él y se dirigió al escritorio. Sabía que allí su padre guardaba documentos importantes, contactos y recursos que ahora serían esenciales para cumplir su juramento. Abrió los cajones con manos temblorosas, sacando carpetas y un pequeño maletín que cont
Dominic mantuvo la mirada fija en su tío Salvatore, quien se acercaba lentamente con una presencia imponente y peligrosa. Sentía su garganta seca, pero no podía mostrar miedo; sabía que cualquier señal de debilidad sería un error fatal.—Tío Salvatore —repitió Dominic, intentando sonar más firme—. No estoy huyendo. Estoy buscando la manera de arreglar todo esto.Salvatore soltó una carcajada seca, sin calidez alguna, mientras cruzaba los brazos frente a su pecho.—¿Arreglarlo? ¿Y cómo planeas hacerlo? ¿Con más traiciones? —su tono era sarcástico y cargado de desprecio—. Sabemos lo que hiciste, Dominic. Ayudaste a escapar a la niña, y ahora mi hermano está muerto por tu debilidad. De esa manera no podrás dirigir a esta organización cuando crezcas… Dominic dio un paso atrás, sintiendo cómo las palabras de su tío caían sobre él como golpes. Sabía que su acción había desencadenado el caos, pero lo hizo porque creyó que era lo correcto salvar a Trina.—Lo hice porque… —comenzó, buscando
Los hombres lo sacaron a la fuerza, y Dominic se tambaleó ligeramente antes de enderezarse. A pesar del dolor, levantó la cabeza con orgullo, decidido a no mostrar debilidad.—¿Qué planean hacer ahora? —preguntó con un tono desafiante, sus ojos fijos en uno de los hombres.El guardia soltó una carcajada.—No estás en posición de hacer preguntas, chico. Entra.Lo empujaron hacia el interior de la casa. El lugar estaba oscuro y olía a humedad y metal oxidado. Las paredes estaban manchadas, y el eco de sus pasos resonaba en el espacio vacío. Lo llevaron hasta el centro de la sala, donde Salvatore lo esperaba de pie junto a una mesa llena de herramientas.—¿Sabes, Dominic? —dijo Salvatore, girando un cuchillo en sus manos—. Lo que hice hace un rato fue un simple recordatorio. Pero ahora quiero saber si tienes lo necesario para ser un King. No solo un nombre, sino un verdadero heredero.Dominic lo miró con odio, pero no respondió. Sabía que cualquier palabra que dijera solo empeoraría su s
El viaje de regreso a casa transcurrió en un silencio tenso. Trina, agotada por la experiencia traumática, se había quedado dormida en los brazos de su padre. Lisandro la sostenía con fuerza, su mirada fija en el paisaje nocturno que pasaba velozmente por la ventana del auto.Leandro, sentado en el asiento del copiloto, se giró para mirar a su hijo con preocupación.—Hijo, lo siento, te juro que hice todo lo posible por mantenerte lejos de este mundo, para que no te tocara enfrentarte a nada de esto, y sé que tu decisión era mantenerte al margen de todo esto, Enrico y yo podemos protegerte… no es necesario que entres a este mundo —dijo con preocupación.Lisandro lo miró con una expresión amarga. —Después de lo de hoy... no creo que sea posible papá, ya no hay vuelta atrás. Aunque he querido alejarme de este mundo, parece que el destino tiene otros planes. Si tengo que convertirme en alguien que no quería ser para proteger a los míos, que así sea y ya no lucharé contra eso.Enrico asi
Enrico respiró profundamente, esperando respuesta, hasta que de pronto escuchó la voz de Inés en el interior.—Adelante.Al entrar, encontró a Inés sentada en la cama, con la mirada perdida en la ventana. Se veía pálida y cansada, como si no hubiera dormido en días. Enrico sintió una punzada de culpa al verla así.—Inés —dijo suavemente, acercándose a ella. —¿Cómo te sientes?Ella lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de preocupación, alivio y tristeza. —Son tantos los sentimientos que en este momento siento, que no te sabría decir cuál prevalece. Siento alegría porque Trina está con nosotros, tristeza por toda la situación que vivimos… miedo por el futuro que pueda esperarnos. No quería que mi hijo estuviera cerca de actos violentos, pero ahora hasta yo terminé involucrada y enamorada de un mafioso.A todas las palabras dichas por Inés, una sola frase captó la atención de Enrico.—¿Estás enamorada de mí? Inés desvió la mirada, sus mejillas sonrojándose ligeramente.—Yo... sí, Enr
Enrico no necesitó más invitación. Con delicadeza, pero firmeza, comenzó a explorar el cuerpo de Inés con sus manos y labios. Cada caricia, cada beso, estaba cargado de deseo contenido.Inés se arqueó bajo su toque, pequeños gemidos escapando de sus labios. Sus manos recorrían la espalda musculosa de Enrico, deleitándose con la fuerza que sentía bajo sus dedos.—Enrico... —suspiró Inés, su voz cargada de deseo.Él levantó la mirada, sus ojos oscurecidos por la pasión, encontrándose con los de ella.—¿Estás segura? —le preguntó.Sin palabras, Inés asintió, dándole permiso para continuar. Con un movimiento fluido, Enrico se posicionó sobre ella. Por un momento, se quedaron así, mirándose a los ojos, sus respiraciones agitadas, mezclándose.Luego, lentamente, Enrico comenzó a entrar en ella; sin embargo, pronto sintió la resistencia en su cuerpo, se detuvo, mirando a Inés con preocupación.—¿Estás bien? ¿Quieres que pare? —preguntó suavemente.Inés negó con la cabeza, sus mejillas sonroj
Lisandro entró a su habitación con pasos pesados. El agotamiento no era solo físico; lo sentía en el alma. Había recuperado a Trina, pero la tensión de los últimos días había drenado cada gota de energía que le quedaba. Se dejó caer en el borde de la cama, quitándose la camisa y arrojándola al suelo. Sus zapatos y pantalones siguieron el mismo destino. Sin preocuparse por recoger nada, se dirigió al baño, donde el ruido del agua de la ducha comenzó a llenar la habitación.El vapor pronto invadió el espacio, envolviéndolo en un calor que contrastaba con el frío que sentía en su interior. Se apoyó contra el azulejo, dejando que el agua caliente cayera sobre su cuerpo. Cada gota parecía lavar parte de la tensión acumulada, pero también lo enfrentaba con la realidad: estaba cansado, más de lo que estaba dispuesto a admitir, no sabía si era por la enfermedad o por todo lo que se había esforzado para recuperar a su hija.Cerró los ojos, permitiéndose unos minutos de vulnerabilidad, algo qu