La llamada terminó y el silencio se apoderó de la sala de vigilancia. Inés no podía dejar de escuchar las últimas palabras de Enrico resonando en su cabeza. Su pecho estaba apretado, como si una presión insoportable la hubiera invadido por completo. Sabía lo que tenía que hacer, lo que Enrico había elegido hacer, pero eso no significaba que aceptara el precio que estaba dispuesto a pagar.Al cortar la llamada, Inés miró a Lisandro y Leandro, quienes estaban en el otro extremo de la sala, observando en silencio. La incertidumbre llenaba el aire.—¿Dime que lo tenemos? —preguntó Inés, su voz más áspera de lo que pretendía. Necesitaba una respuesta, algo que la hiciera sentir que, a pesar de lo que había escuchado, las cosas no estaban perdidas.Lisandro, que hasta entonces había permanecido inmóvil, se levantó del asiento con una sonrisa triunfal, un destello de satisfacción en su mirada. Parecía haber estado esperando este momento.—Lo tenemos, Inés, ¿Dudaste de mí? —dijo con segurida
El equipo se preparó, y salieron al vehículo, sin mirar atrás. La noche era la cómplice de su desesperación, y cada kilómetro que recorrían les acercaba un poco más a lo que tenían que hacer. En sus corazones, la única verdad era que tenían que hacer todo lo posible por salvar a Enrico y a los niños. No importaba lo que costara.Los dos equipos se movieron silenciosamente hacia sus objetivos. Inés, con el corazón latiendo frenéticamente, se acercaba al hotel donde Enrico estaba retenido. Carolina, por su parte, se dirigía con Tomasso hacia la casa donde tenían a los niños.El rescate estaba en marcha, y el tiempo corría en su contra.En el hotel, Liliana se acercó lentamente a Enrico, sus ojos brillando con una mezcla de triunfo y deseo. Sus dedos recorrieron el pecho de él, con deliberada lentitud. Enrico permaneció inmóvil, su rostro una máscara de frialdad que ocultaba la tormenta de emociones en su interior. Cada roce de los dedos de Liliana sobre su piel le provocaba repulsión,
El silencio que siguió al disparo fue ensordecedor. Enrico miró a Inés, sus ojos abiertos por la sorpresa y el alivio. Ella permaneció inmóvil en la puerta, el arma aún en sus manos temblorosas.—Inés... —comenzó Enrico, su voz ronca por la emoción.Pero antes de que pudiera decir más, el sonido de pasos apresurados llenó el pasillo. Leandro apareció detrás de Inés, su rostro una mezcla de shock y preocupación.—¡Maldita sea, Inés! ¡Te dije que esperaras! —exclamó, entrando rápidamente en la habitación y evaluando la escena.Inés finalmente bajó el arma, sus ojos nunca dejando los de Enrico.—No podía esperar —dijo, simplemente, su voz cargada de emociones contenidas.Enrico se levantó rápidamente, su torso, bañado en sangre, agarró una sábana y se cubrió. Se acercó a Inés con cautela, como si temiera que ella pudiera desaparecer en cualquier momento.—Gracias —susurró, extendiendo una mano hacia ella.Inés dudó por un momento antes de tomar su mano, permitiendo que Enrico la atrajera
La noche en el bosque era un abismo oscuro que parecía tragarse a Izan y a Dante a cada paso que daban. Las hojas crujían bajo sus pies, y sus corazones latían desbocados, impulsados por el miedo y la adrenalina.El aire frío les cortaba los pulmones, pero no se detuvieron. Izan, a pesar de ser el menor, lideraba la marcha tan solo con la guía de la luna, apretando la mano de Dante con fuerza mientras el bosque se volvía más denso.Sin embargo, unos minutos después, detrás de ellos, los gritos de los hombres resonaban cada vez más cerca. Sus linternas iluminaban el entorno, proyectando sombras alargadas y fantasmales que se movían con rapidez entre los árboles.—¡Por aquí! —susurró Izan, guiando a Dante hacia un arbusto denso. Se dejaron caer detrás de él, jadeando y tratando de contener el ruido de sus respiraciones.—¿Crees que nos encontrarán? —preguntó Dante, su voz temblorosa. Izan negó con la cabeza, aunque no estaba seguro. —No si nos quedamos callados y quietos. Solo espera.L
—Encárguense de ellos. Asegúrense de que no puedan seguirnos ni advertirle a nadie —ordenó Tomasso.Los hombres de Tomasso los desarmaron rápidamente y los ataron.—Yo iré al bosque —declaró Carolina—. Necesito encontrar a mis hijos.Tomasso no discutió. Sabía que no había fuerza en el mundo que pudiera mantener a Carolina alejada de la búsqueda de sus hijos.—Está bien. Dejaré con Lucio y Mason con un par de hombres más, para que se aseguren de que estos hombres hablen y nos mantengan informados sobre cualquier cosa que descubran sobre Trina.Carolina asintió, y se volvió hacia el bosque. La oscuridad parecía más amenazante que nunca, pero ella no vaciló. Sus hijos estaban ahí fuera, y ella necesitaba encontrarlos.La oscuridad del bosque parecía engullir todo a su paso, mientras Carolina y Tomasso avanzaban con cautela, sus linternas iluminando el camino frente a ellos. El silencio era opresivo, roto solo por el crujir de las hojas bajo sus pies y el ocasional ulular de un búho en
Tomasso lideró el camino de regreso, asegurándose de que el grupo se moviera rápidamente, pero con cuidado. Carolina no soltaba a Izan ni a Dante, como si temiera que desaparecieran si aflojaba su agarre.Cuando finalmente llegaron al punto de encuentro, encontraron a los hombres de Tomasso con los prisioneros amarrados y bajo vigilancia.—¿Alguna novedad? —preguntó Tomasso, mientras ayudaba a los niños a subirse a uno de los vehículos.—Nada todavía, todos dicen que la niña no vino con ellos. Lo tenemos vigilados de cerca, esperando que alguien los contacte —respondió uno de los hombres.—Llévenlos a donde ustedes saben y háganlos hablar como sea. Y tu Carolina, ven conmigo.Carolina subió al vehículo con Izan y Dante, abrazándolos mientras se dirigían a la casa segura. Su corazón aún latía con fuerza, pero por primera vez en horas, sentía que podía respirar apenas un poco más, porque la preocupación por su hija no dejaba que su alegría fuera definitiva. El viaje de regreso a la cas
Trina parpadeó lentamente mientras sus ojos se ajustaban a la tenue luz de la habitación. El techo desconocido la hizo fruncir el ceño. No estaba en su casa, ni en ningún lugar que reconociera. Al moverse, sintió el suave colchón bajo ella y el peso de una gruesa manta que la cubría. Miró a su alrededor, encontrándose en una habitación decorada de forma lujosa, pero fría, con muebles oscuros y cortinas pesadas que bloqueaban cualquier rastro de luz exterior.Su corazón comenzó a latir con fuerza al darse cuenta de que estaba sola. Trató de recordar qué había pasado, pero todo era confuso. Lo último que recordaba era estar con Izan y Dante, y luego... alguien le puso algo en la nariz y de allí nada. Un nudo de miedo se formó en su pecho mientras se incorporaba lentamente de la cama.—No te preocupes, aquí estas a salvo, nadie te hará daño —dijo una voz masculina que venía de una esquina de la habitación.Trina giró bruscamente hacia el sonido, encogiéndose instintivamente contra el ca
Dominic asintió con seriedad ante las palabras de Trina. Algo en su determinación lo conmovió, aunque sabía que lo que estaba a punto de hacer le costaría una reprimenda muy grande, incluso podía ser acusado de traición, pero después de todo, él no estaba de acuerdo con los secuestros de niños ni mujeres. Así que la miró a los ojos y dijo.—Está bien, espérame aquí. Voy a ver cómo está todo para encontrar una forma de sacarte de aquí sin que nos descubran.Trina lo miró con alivio y esperanza, asintiendo con entusiasmo.—Gracias, Dominic. Nunca voy a olvidar lo que estás haciendo por mí —dijo con una sonrisa tímida.Él no respondió, pero sus ojos reflejaron un leve destello de emoción. Se levantó del sillón y salió de la habitación con pasos silenciosos, cerrando la puerta tras de sí. Mientras caminaba por los pasillos, su mente trabajaba frenéticamente, evaluando cada detalle que había aprendido en la casa y buscando la mejor manera de llevar a Trina a salvo.Dominic recorrió cada ri