Mientras tanto, en un rincón de la ciudad, dentro de una de las vans que se desplazaba silenciosamente, Izan abría los ojos, lentamente temiendo ser visto. No estaba inconsciente, porque apenas vio a los hombres entrar y colocarle un trapo en la nariz a su hermanita y hacerla desmayar. Supuso que eso tenía alguna sustancia para dormir, por eso retuvo la respiración.Miró a su alrededor y vio a Dante, su primo, dormido junto a él, y de inmediato sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que algo no iba bien. Había escuchado los murmullos de los hombres a su alrededor, y la sensación en el aire lo hizo contener la respiración.El niño empezó a sentirse más alerta. El par de hombres a su alrededor parecían distraídos, ajenos a la lucidez creciente en Izan.Con un esfuerzo visible, Izan se incorporó lo suficiente como para observar mejor. Con un giro de cabeza, vio a los dos hombres que los acompañaban: uno estaba sentado en el asiento delantero, el otro detrás de ellos. La sensaci
Enrico sintió que el aire se le escapaba de los pulmones ante la declaración de Liliana. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una salida a esta situación imposible.El aire parecía pesado y denso, como si la misma tensión que envolvía a Enrico y Liliana hubiera solidificado el espacio entre ellos. Enrico mantenía los puños apretados, sintiendo cómo la rabia y la impotencia hervían en su interior. Pero tenía que mantenerse controlado, por sus seres queridos. La situación había alcanzado su punto más crítico, y no podía perder la cabeza ahora.Liliana observaba cada uno de sus movimientos; su sonrisa arrogante nunca se desvanecía. Para ella, todo esto era solo un juego. Un juego con reglas que ella misma había impuesto y que Enrico, como siempre, debía seguir si quería que su familia sobreviviera.“Una noche”, pensó Enrico, su mente trabajando frenéticamente. “Una noche para salvar a mi familia”. La oscuridad parecía tragarse sus pensamientos. Sabía que no tenía m
Enrico, con su corazón palpitando fuertemente en su pecho, pensó en lo que tendría que sacrificar si las cosas se complicaban. “Nada de esto tendría sentido si Liliana no cumplía su parte del trato”, pensó.—Voy a matarte, Liliana —murmuró, casi en un susurro, sin que ella lo escuchara. Pero en ese momento, Enrico sabía que solo tenía un camino hacia la redención, luchar con todo lo que tenía. Aunque las cartas estuvieran en su contra.Cuando lo empujaron dentro. Las puertas se cerraron detrás de él, y en ese momento, Enrico se dio cuenta de algo: este juego estaba a punto de tomar un giro aún más oscuro. Sabía que esa mujer era capaz de todo. ¿Qué estaba dispuesto a hacer por venganza? Las preguntas eran muchas, y el reloj estaba corriendo en su contra.Entretanto, en la finca de Enrico, la casa estaba a punto de estallar en caos. Mientras tanto, la verdadera trampa de Liliana se cerraba, y nadie sabía a ciencia cierta cuántos pagarían el precio de haber subestimado a Liliana King.
Enrico intentó calmarse, pero sus palabras salieron entrecortadas, casi doloridas.—Están bien, Inés, están a salvo por ahora —dijo rápidamente, pero sus palabras no pudieron aliviar la tensión en su voz. —Solo… necesito hacer algo para liberarlos, algo que Liliana exige.Inés no respondió de inmediato, pero Enrico pudo escuchar cómo su respiración se volvía más pesada, más acelerada, a medida que procesaba lo que acababa de decir.“¿Qué es lo que ella quiere, Enrico?”, preguntó, ahora más ansiosa, casi exigiendo respuestas. “¿Qué te ha hecho prometerle?”Enrico sintió un nudo en el estómago, como si las palabras se le atragantaran. Sabía que no podía mentirle a Inés, pero también sabía que las consecuencias de su confesión no serían fáciles de asumir.“¿Por qué te quedas callado, Enrico? Habla de una vez por todas”, exigió en un tono que no admitía discusión.—Quiere que me acueste con ella, Inés —dijo finalmente, con voz grave, como si cada palabra le costara una parte de su alma. —
Carolina Laredo se encontraba en la puerta de la iglesia, vestida con un traje de novia blanco inmaculado que brillaba bajo el sol. Su cabello castaño estaba recogido en un elegante moño, pero a pesar de su apariencia perfecta, una oleada de ansiedad la invadía. Sus dedos temblaban como hojas otoñales a punto de caer, sosteniendo a duras penas el delicado ramo de rosas blancas. El sol de la tarde proyectaba un halo sobre su cabello oscuro, simbolizando una pureza que ahora parecía más una burla que una bendición. Al lado de ella, su madre, María, la miraba con preocupación, su ceño fruncido, revelando la inquietud que ambas compartían, después de tener más de una hora esperando al novio, al punto de que los invitados salieron de la iglesia impaciente para observarla. —¿Por qué no llega mamá? ¿Y tampoco Lina? — Su voz tembló, cortando los susurros que se arremolinaban a su alrededor. El sudor brillaba tenuemente en su frente, delatando su agitación interior. Lina era su mejor a
La angustia y la confusión se entrelazaban en la mente de Carolina mientras revisaba la aplicación que había instalado. Se había registrado como "Rina", un seudónimo que le proporcionaba una sensación de protección, y seguridad. Su corazón latía con fuerza, y cada nueva pregunta que respondía en su teléfono y le daba a siguiente, le hacía saltar de nervios.Tomó un respiro profundo, intentando calmarse antes de tomarse una foto. Sin embargo, al verla, la realidad la golpeó: su rostro cansado y las profundas ojeras hablaban de la tormenta emocional que había estado atravesando. “No puedo subir esto”, pensó, sintiéndose un completo desastre. Si lo hacía, nadie le daría una segunda mirada, porque se veía realmente fatal.Decidió buscar en su galería una imagen adecuada. Finalmente, encontró una donde sonreía, con la luz del sol reflejándose en sus ojos azules. Esa imagen capturaba la esencia de la Carolina que alguna vez fue, antes de que la traición de su novio y el accidente de su mad
Carolina se quedó mirando fijamente la pantalla de su teléfono, el contrato firmado, pesando como una losa sobre su conciencia. Las horas pasaban lentamente, cada minuto acercándola más a su cita con Leo. Intentó dormir, pero el sueño la eludía. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de su madre en la cama del hospital, mezclado con imágenes de un hombre desconocido esperándola en una habitación de hotel. El miedo y la anticipación se arremolinaban en su estómago. Cuando finalmente amaneció, Carolina se levantó exhausta. Se miró al espejo, notando las profundas ojeras bajo sus ojos. —¿Qué estoy haciendo? —, se preguntó por enésima vez. Pero la imagen de su madre, vulnerable y necesitada, la impulsó a seguir adelante. Pasó el día en un estado de ansiedad constante, alternando entre el hospital y su casa. Cada vez que miraba a su madre inconsciente, sentía una mezcla de determinación y culpa. "Todo esto es por ti, mamá", pensó, acariciando suavemente la mano inerte de María.
Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones ante la orden directa de Lisandro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mezcla de nervios y anticipación. Sus manos temblaron ligeramente mientras llevaba sus dedos al cierre de su vestido. Con movimientos lentos e inseguros, comenzó a bajarlo, revelando centímetro a centímetro su piel. El aire frío de la habitación la hizo estremecerse, o quizás era la intensidad de la mirada de Lisandro sobre ella. Sus ojos verdes la recorrían con un hambre que la hacía sentir expuesta y vulnerable.Cuando el vestido cayó a sus pies, Carolina se quedó de pie frente a él, cubierta solo por su ropa interior de encaje. Instintivamente, cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de ocultar su desnudez.—No te cubras —dijo Lisandro con voz ronca—. Eres hermosa.Sus palabras la hicieron sonrojar intensamente. Lentamente, Carolina bajó los brazos, permitiéndole admirarla por completo.Lisandro se acercó en su silla de ruedas, hasta quedar justo frente