Fénix quiso reírse de sí misma. Alexis Katsaro no era un hombre para ella, era primogénito de una importante familia. Un hombre de dinero que podía tener a sus pies a cualquier mujer soltera y sin compromisos.Las pequeñas caritas de sus niños borraron el rostro perfecto y hermoso de Alexis. Ellos eran su única preocupación en la vida, y aunque, no podía darles un papá. Los amaría con todo su corazón.Las manos de Penélope sobre su hombro la sacaron de sus cavilaciones. Apartó la mirada del ramo entre sus manos y levantó la mirada para encontrarse con los ojos verdes de su amiga. Tan expresivos y emocionados, que el corazón le dolió.—Lily saltará en un pie cuando te vea llegar con el ramo —dijo.Fénix sonrió, pero la felicidad no llegó a sus ojos. La tenue luz de la pista le ayudó bastante a disimular el gesto de dolor que le atravesó el rostro. Ella estaba casi segura de que no conocería a su amor bonito. No se arrepentía de tener a Dominick en su vida, pero vivía con el miedo const
«¡Están llegando!»Apolo se quedó quieto al escuchar las palabras de Callista. Penélope se acercó a su madre mientras Theo salía con prisa de la sala para buscar el auto.—¿Qué? —preguntó Apolo. Podía ver lo que sucedía delante de sus ojos. Callista sostenía su vientre, su rostro, de repente, se perló de sudor; sin embargo, seguía quieto como una estatua.—¡Tus hijos, Apolo! ¡Los bebés están de camino! —gritó Penélope, ayudando a su madre a ponerse de pie.Callista dejó escapar otro grito, había olvidado lo doloroso que era traer un hijo al mundo. Apretó los labios con fuerza cuando otra contracción le atravesó el cuerpo. Los bebés no podían nacer de manera natural. Tenía que llegar al hospital cuanto antes.—¡Muévete, cariño! —gritó Callista para hacerlo reaccionar.—Respira, mamá. Theo ha ido por el coche —habló Penélope—. Llama a la doctora, Apolo, y avísales a tus padres para que lleven las pañaleras —añadió.Apolo asintió, pero seguía casi sin reaccionar hasta que Callista se dob
Los deseos de Penélope se hicieron realidad, aunque no se confiaban. Durante la estadía de Callista y los niños en el hospital, estuvieron custodiados día y noche por los guardaespaldas de Elián. Dentro de la habitación, Apolo montó guardia y solo aceptó ir a casa a darse un baño cuando Theo y Penélope se quedaban para acompañar a Callista.—Por fin, en casa —musitó Callista, luego de su épica salida del hospital. Como si fuera una celebridad de Hollywood, salió bajo una fuerte custodia.—Sí, no hay lugar más seguro para ustedes y los niños que estar en casa, rodeados de personas de confianza y familia —respondió Fay. Ella cargaba a Andrew en brazos, el pequeño tomaba la mamila mientras Callista alimentaba a Diana. La pequeña cerraba y abría los ojos, como si quisiera y no dormirse.—Lo sé, Fay. Y te agradezco por todo lo que haces por nosotros. Por aceptarme como esposa de tu hijo.Fay dejó de mecer a Andrew y miró a Callista.—¿Por qué no iba a hacerlo? —le preguntó. Su mirada fija
—¡No voy a convertirme en tu ratón de laboratorio, Sokolov! Si lo quieres de vuelta, usa cualquier otro método. ¡Somételo de otra manera! —gritó Cole enfurecido.El ruso lo observó con fría y calculadora calma.—No voy a discutir mis métodos contigo, Diamantis. Ya has hecho demasiado atrayendo la atención de la policía sobre nosotros. ¡Hemos pasado los últimos años con un bajo perfil y de repente todo se va a la mierda gracias a ti!Cole apretó las manos en dos fuertes puños, deseaba ir más allá y tal vez, golpear al hombre; pero no era tonto. Garry Sokolov podía eliminarlo en cuestión de segundos, ni siquiera le daría tiempo de tener un último suspiro.—Reconozco que fue un acto impulsivo…—Fue una reverenda estupidez, Cole —le interrumpió Garry. Sus ojos azules como el ártico, su rostro frío y cincelado a la perfección hablaban del peligro que era llevarle la contraria. Era el menor de la dinastía y había estado oculto durante tanto tiempo, que era imposible no sentirse amenazado ju
Penélope miró a Theo, luego la pequeña caja entre sus dedos y el brillante anillo dentro. Un nudo se le formó en la garganta. Una mezcla de emoción y sorpresa. Realmente, no lo esperaba.—Sé que es sorpresivo, pero no quería esperar más —musitó Theo, sin moverse—. Todos los días que he pasado a tu lado no son suficientes; sin embargo, he aprendido que la vida es más hermosa cuando la compartimos juntos. ¿Qué me respondes, Penélope Galanis?Los ojos se le llenaron de lágrimas, cerró los pocos centímetros que los separaban y tendió su mano izquierda frente a Theo.—Sí, acepto. Quiero compartir todos los días de mi vida a tu lado y formar una familia junto a Antulio y los hijos que aún faltan por llegar —respondió.Los aplausos se escucharon y el resto de las luces se encendieron, revelando la presencia de la familia—¡Dios! ¡Se han confabulado muy bien! —exclamó Penny al ver a su madre acercarse con un ramo de flores.—Felicidades, hija. Te deseo toda la felicidad del mundo —musitó junt
El estruendo de la tempestad iluminó la sala de la mansión Mavros aquella fría noche de noviembre, revelando dos figuras en la penumbra. Los relámpagos destellaban a través de las ventanas, dejando ver el rostro pálido de Eryx y la mirada severa de su esposa, Callista.—¿Qué has hecho, Eryx? —preguntó Callista con voz contenida sosteniendo una nota de deuda increíble.Eryx, con el semblante desencajado, parecía un hombre acorralado, como si lo persiguiera una manada de lobos. El color había abandonado su rostro, y su cuerpo temblaba levemente.—Lo siento, Callista, te juro que no fue mi intención —balbuceó mientras echaba una mirada nerviosa hacia la puerta, como si esperara que en cualquier momento la derribaran—. Intenté dejar el juego, pero fallé.—¿De qué estás hablando? —Callista retrocedió un paso, alejándose de su esposo cuando intentó tomarle la mano.Ellos no eran una pareja unida por amor, sino por un acuerdo comercial impuesto por su padre apenas unos meses antes de su muer
Theodoros escuchó el sonido de los pasos acercándose por el pasillo. No tuvo que esperar mucho; Callista se detuvo muy cerca, haciéndole saber que su tiempo privado con Nereida había terminado.—¿Cuánto tiempo más vas a continuar de esta manera? —La pregunta hizo arder su sangre. Apretó su mano en un puño, conteniendo el impulso de mandar a Callista lejos de allí.—Lo que haga o deje de hacer no es asunto tuyo —replicó, girándose lentamente. Su rostro era perfecto, como si los mismísimos dioses del Olimpo lo hubieran tallado en mármol. Así de pétreo.—Han pasado semanas...—¡Y podrán pasar años! ¡Nada cambiará! —gritó, perdiendo el control. Su esposa había muerto hacía dos meses, pero el dolor seguía tan vivo como el día en que el médico le informó de su deceso.Ese dolor lacerante le atravesaba el pecho como un puñal, la misma sensación que lo había invadido al descubrir que Nereida le había ocultado su enfermedad. La impotencia y el enojo corroían su corazón; no se había dado cuenta
La mirada de Theo cambió, y su rostro se encendió, mostrando la ira que las palabras de Callista habían despertado en él.—¿Qué has dicho? —preguntó, con un tono ronco y frío que anunciaba peligro. Callista dio un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejarse intimidar. Había hecho lo que tenía que hacer para que el nombre de su familia no se perdiera.Había sobrevivido para cuidar de Nereida, y haría lo mismo por su hijo. Haría todo lo que no pudo hacer por su pequeña, a quien perdió aquella fría noche de noviembre, por culpa de Eryx.—Lo que has escuchado, Theo. Si no quieres cumplir con el deseo de Nereida, no te sientas ofendido porque yo sí lo haga.—¡No tienes ningún maldito derecho a tomar esa decisión! —gritó enardecido. Theo se obligó a alejarse de Callista para controlar el deseo de matarla. La sangre le hervía de indignación.—Por supuesto que tengo todo el derecho a tomar esta decisión. Nereida lo hubiese querido así.Theo apretó los dientes hasta sentir que iban a partir