—¿Qué haces aquí, Cole? —preguntó. Su voz sonó ronca por el llanto, aunque trató de disimularlo, era imposible. Sentía la garganta en llamas; quería gritar y patalear, como aquella vez cuando recibió la noticia de la muerte de su hija; sin embargo, se obligó a serenarse.—Es lo mismo que te pregunto yo, Callista. ¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Por qué insistes en lastimarte? —preguntó. La preocupación en su voz molestó a Callista.—¿Por qué no debería estar en este lugar? Aquí descansan los restos de mi hija —respondió, apartándose de los cálidos brazos de Apolo, sintiendo el frío que la sacudió, golpeándola con tanta fuerza que se tambaleó.—¡Callista!Cole se apresuró a sostenerla, pero Apolo fue más rápido y la tomó entre sus brazos, pegándola a su pecho, ganándose una mirada de recelo por parte del hombre.—No sé qué intenciones tengas con Callista —dijo—, pero te recuerdo que ella y yo hemos sido amigos de toda la vida; no tienes más derecho que yo de estar aquí.
Theodoros ni siquiera se molestó en profundizar lo que sintió al ver a Penélope en los brazos de Alexis Katsaro, no cuando fue evidente que el hombre apenas logró sostenerla.—¿Qué le ha pasado? —preguntó, apartando a Alexis y arrodillándose junto a Penélope, desmayada sobre el sillón.—¡No lo sé! Me acerqué para conversar con ella; tenía el rostro pálido y le pregunté si se sentía bien —explicó, preocupado.—¡Llama a un médico! —gritó Theo, sosteniendo la mano de Penny entre sus fuertes manos, las mismas que temblaban con el temor de que algo le sucediera a ella o al bebé—. ¡Date prisa! —urgió al ver que Alexis continuaba parado a su lado, inmóvil como una estatua.El hombre se apresuró a dejar la terraza mientras Theo acariciaba el rostro de Penélope, fijándose en la palidez de su cara y la pérdida de color en sus labios. Verla así fue un déjà vu para Theodoros; fue inevitable recordar la primera vez que Nereida se desvaneció entre sus brazos. En aquel momento, ilusionado, creyó que
Los rayos del sol alumbraron el majestuoso mar Egeo, anunciando la llegada de un nuevo día, un nuevo comienzo.Penélope había tomado una difícil decisión mientras escuchaba a Theo hablarle al viento. Sus sollozos fueron como dagas abriéndole el corazón, llenándola de un dolor que no necesitaba sentir. Por ese motivo deseaba alejarse de Theodoros; era mejor para el bien de ambos. Necesitaba proteger su propio corazón.Penélope respiró profundo, su vista perdida sobre las aguas del mar que se movían suavemente, ajenas a la tormenta que ella liberaba en su interior. Debía volver a California cuanto antes y olvidarse de Theodoros Xenakis para siempre.—Estás despierta.Penélope cerró los ojos al escuchar la voz de Theo y los suaves pasos acercándose a ella, deteniéndose a una distancia prudente, lo cual agradeció.—Tenemos que hablar, Theo —dijo, armándose de valor.—También lo creo necesario —aceptó él, retomando su caminar.Penélope apretó los labios al sentir la presencia de Theo a su
Los rayos del sol se filtraban por el gran ventanal de la lujosa habitación. Callista se movió, enredada entre las suaves sábanas de seda, cubriéndose el rostro con la mano para evitar la intensa luz y las cálidas caricias del astro rey sobre su piel.La cabeza le zumbaba de dolor, como si miles de legiones marcharan dentro de ella, haciendo que cada pensamiento doliera. Y no era para menos: luego de salir del cementerio, no fue capaz de volver a casa ni de refugiarse en el trabajo, como tantas otras veces.No, esta vez había elegido emborracharse, buscando que el alcohol mitigara el dolor en su corazón. La traición de Cole no le dolía por lo importante que él había sido en su vida, sino porque él sabía cuánto significaba su hija para ella. Aun así, decidió mentirle y decirle que había muerto junto a su familia hacía veinte años.Los recuerdos reabrieron e hicieron sangrar de nuevo sus heridas. Callista habría perdonado todo, menos que le mintieran sobre su hija. Elena era sagrada.Vo
Penélope enarcó una ceja ante la efusividad de la mujer. Era guapa, de cabello corto y rubio, con unos ojos grises como el metal y una sonrisa perfecta. Los celos empezaron a germinar en su corazón al ver a Theo levantarse y sonreírle.—Hola, qué sorpresa encontrarte en Santorini —le dijo, tomándola del brazo para guiarla a una de las sillas.—La sorpresa es mía, Theodoros. Es raro verte tomando un descanso, luego de lo que pasó con Nereida… —ella se detuvo al darse cuenta de la presencia de Penélope. Se mordió el labio con cierta culpabilidad. ¿Había metido la pata? Por el rostro tenso de Theo, estaba segura de que sí.—Hola —murmuró, viendo a Penélope con un atisbo de vergüenza.—Hola —respondió Penny, viendo a Theo y preguntándole con la mirada: "¿Quién era la mujer?"—Penny, déjame presentarte a Evangelina Kyriaskis —dijo—. Eva, ella es Penélope Clark, mi novia y madre de mi hijo.Evangelina abrió la boca y la cerró sin decir nada. ¡Había metido algo más que la pata! Pero en su de
Callista salió de su habitación con pasos apresurados; su corazón latía entre el enojo y el dolor. Aquella pequeña cadena con la foto de su hija era su mayor tesoro, lo único que la unía a Elena. Lo único que hacía que su existencia se sintiera real, pues los años que estuvieron separadas superaban con creces los que la sostuvo entre sus brazos.¿Quién se había atrevido a entrar a su habitación y hurgar entre sus pertenencias?—¡Alena! ¡Dione! ¡Petra! —gritó desde lo alto de la escalera, llamando a su personal—. ¡Alena! ¡Dione! —Su desesperación crecía a pasos agigantados, y las mujeres brillaban por su ausencia. ¿Cómo podían demorar tanto? ¿Qué estaban haciendo que no la escuchaban? Callista iba a gritar de nuevo cuando, al bajar las escaleras con prisa, se encontró con las dos mujeres.—Señora, ¿qué sucede?—¿Quién ha sido? —preguntó, mirándolas fijamente—. ¿Quién de las dos ha entrado a mi habitación?—Siempre entramos a su habitación, señora Callista —respondió Dione un poco nervi
—Penélope, ¿quieres explicarme? —pidió Theo sin elevar la voz, viéndola casi suplicante.—Necesita explicar muchas cosas, señora Clark —sonrió Alana—. He encontrado algo más, uno de los collares de la señora Nereida —añadió, mostrando un precioso collar labrado en oro y diamantes negros; un diseño muy especial y único en el mundo.Las piernas de Callista amenazaron con ceder bajo su peso, y su cuerpo se tambaleó al ver aquel collar.—¡Ese collar es mío! —gritó Penélope, caminando hasta Alena para tomarlo de su mano.—¿Tuyo? —se burló Alena ante el silencio en el que se sumergió la habitación, alejándose para impedir que Penny lo tomara.—Sí —afirmó ella, decidida a no darle ninguna maldita explicación a Alena. El origen de su collar era algo muy personal. Nunca lo consideró de valor y pocas veces lo había visto desde que le fue entregado, pero la directora del orfanato le aseguró que había sido lo único que su “madre” había dejado luego de abandonarla.—¡Eres una ladrona! —gritó Alena
Callista se sostuvo de la silla más cercana al escuchar a Theodoros, no podía hacerle esto. No podía alejarla de Penélope y del bebé.—No puedes hacerme esto, Theo, por favor —suplicó con lágrimas en los ojos, sintiendo que el corazón se le desgarraba de dolor—. No puedes alejarme de…—¡Basta, Callista! No me hagas repetir las cosas y menos llamar a los empleados para que te ayuden a recoger tus cosas. Evítame la pena y evítate la vergüenza de que sepan por qué te vas.—¡No hice nada! —gritó, atrapando a Alena cuando intentaba alejarse—. ¡Diles la verdad! ¡Diles que has mentido! —le exigió, sacudiendo a la mujer con brusquedad.Alena se encogió ante el dolor en el brazo, pero no dio ni un solo paso atrás; no iba a desmentir sus palabras.—No diré nada más —respondió, liberándose del agarre de Callista y huyendo de la biblioteca.—Vete —repitió Theo.—Déjame hablar contigo, por favor. Si quieres una explicación, te la voy a dar —pronunció, dispuesta a revelar la verdad que le carcomía