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CAPÍTULO 4. EN LOS BRAZOS DE MORFEO

Valentino observó el camino, esperando verla, pero no se veía el mínimo rastro de ella, iba a salir a buscarla, cuando su hermano lo tomó de la mano y lo detuvo.

—¿Quién es ella? ¿Por qué se asustó tanto cuando me vio? —indagó Gian Paúl, tratando de encontrar una justificación lógica a la reacción de la mujer.

—Seguro, se sintió sorprendida al ver a un extraño en nuestra puerta y se asustó, no está acostumbrada a las visitas, quizás se cohibió —respondió con tranquilidad, sin embargo, un sentimiento de intranquilidad se alojó en su interior y la duda empezó a carcomerle.

“¿Será posible?”, se preguntó, no obstante, desechó esos pensamientos, sería hacerse falsas ilusiones, ella no podía ser Macarena, porque ella había muerto por su causa.

—Voy a ir a buscarla, espérame aquí —pidió a su hermano mientras se encaminaba a casa de Itzae, cuando apenas llevaba recorrido veinte pasos, apareció Meredith.

—Valentino, la niña está llorando, no quiere nada con nadie ¿Puedes venir? —El hombre vio con añoranza una vez más, hacia el lugar donde quedaba la cabaña de Itzae, pese a ello, sabía que también su pequeña lo necesitaba y debía estar con ella.

—Ya voy —se giró y caminó a la casa, cuando entró, los lamentos de Meliena se escuchaban en toda la casa.

Al ver a su padre, se levantó en la cama y le extendió los brazos, de inmediato él la cargó.

—¿Por qué lloras mi niña? ¿Cuál es la causa de estos berrinches? —preguntó mientras ella pasaba sus manos por el cuello y le recostaba la cabeza en el pecho.

—Tengo sueño, no quiero dormir, porque deseo ver a Itzae, me prometiste traerla —expresó la niña con su voz infantil.

—Esa no es una razón, para comportarte de esa manera, no es necesario llorar, debes entender, no todo el tiempo podrás ver a Itzae y cuando no la veas no puedes comportarte de forma berrinchuda y caprichosa, no se ve bien, te ves fea —reprendió a la niña, quien comenzó a llorar con sentimiento, mientras él trataba de consolarla.

—Tengo miedo de no volver a verla, que se vaya como se fue mi mamita y más nunca pude verla, solo en una foto, pero no es lo mismo —pronunció mientras hipaba.

Las palabras de la pequeña le causaron pesar en el corazón, por un momento se encontró sin poder decir nada, entendía su miedo, sin embargo, a la vez le preocupaba el hecho de que su hija pudiera sentirse de esa manera.

—Itzae te quiere mucho, no va a dejarte, siempre la vas a ver —respondió mientras caminaba con ella.

Cuando la fue a acostar, la niña estaba aferrada a él, no quería soltarlo, por eso debió recostarse junto a ella.

—¿Mamá me dejó porque no me quería? —preguntó la pequeña en un tenue tono de voz.

—No mi niña, mamá te amaba con toda su alma, tanto que no cerró los ojitos hasta verte a salvo, escogió tu nombre, fue capaz de enfrentar las peores circunstancias por ti, sin dejar de protegerte en ningún momento, ella fue la mejor mujer del mundo, una guerrera, valiente, grandiosa, lo dio todo por amor —mientras pronunciaba esas palabras, no pudo evitar las lágrimas silenciosas salir de sus ojos.

Le dio un beso en la frente, al escucharla emitir un leve suspiro, la acostó en la cama y se levantó, la conversación con Meliena, le había causado una profunda tristeza, reabriendo esas heridas incurables en su interior; caminó a la habitación que convirtió en un santuario para Macarena y se encerró allí, viendo los álbumes de fotos, oliendo sus prendas y a llorar una vez más esa ausencia, por esos remordimientos indetenible, que se le incrustaban en el alma carcomiéndola de manera dolorosa.

No pudo aguantar más esos recuerdos, de su sonrisa, sus abrazos, besos, caricias, pero también de los momentos cuando la vio en su departamento y la inculpó, le dijo palabras tan duras e hirientes.

Salió de la casa y comenzó a correr como loco, tratando de huir de la conciencia, de esos pensamientos originados por su crueldad, la lluvia comenzó a caer, su cuerpo empezó a ser empapado por gruesas y frías gotas que se le colaban por la ropa y calzado, sin embargo, el abatimiento y dolor de su alma, era más grande a cualquier malestar físico; sin darse cuenta, en la carrera llegó a la cabaña de Itzae, se sentó en un columpio ubicado a un lado de la casa, sin buscar la manera de guarecerse del inclemente clima, permaneció allí, los minutos se convirtieron en horas y estas fueron pasando, la lluvia amainó y volvió a arreciar y se mantuvo inmovible, sumergido en esos tormentosos recuerdos, completamente ajeno al mundo exterior.

La temperatura del cuerpo se le elevó, y comenzó a temblar no solo producto de la fiebre, sino también del llanto, ya en la oscuridad lo encontró Itzae, se bajó de la motocicleta, se acercó a él, le habló.

—Valentino, ¿Qué le sucede? ¿Está bien? —Sin embargo, él se mantuvo en silencio, repitió la pregunta y esperó su respuesta.

De nuevo, parecía abstraído, ajeno a sus palabras, ido por completo, como si solo estuviese su cuerpo más no su espíritu, lo escuchó castañar sus dientes, eso la hizo fruncir el ceño con preocupación. Lo tocó, no solo estaba mojado, sino también hirviendo de la fiebre, sin pérdida de tiempo, lo ayudó a levantarlo del columpio, lo movió con dificultad, lo guió hasta la casa, al encender la luz, lo observó, sus ojos estaban vidriosos, atormentados, como si un profundo dolor lo estuviese atravesando, no pudo evitar sentir el corazón encogérsele, al punto de sentir unas ganas inexplicables de consolarlo y ayudarlo a sanar sus heridas.

Lo encaminó hacia el cuarto de huéspedes, por unos segundos tuvo duda de desnudarlo, luego de debatir internamente consigo misma, llegó a la conclusión de que no podía acostarlo sin quitarle la ropa, porque entonces enfermaría más, pues incluso podría pescar una neumonía. Empezó a desabrocharle la camisa, no pudo evitar ruborizarse, cuando le vio el torso desnudo, intentó apartar la vista de su cuerpo, mas al parecer la atraía como un imán al hierro o al acero, seguidamente le quitó el pantalón dejándolo con el bóxer, su corazón comenzó a palpitarle en pecho de manera vertiginosa, su boca se secó y una creciente excitación le recorrió el cuerpo.

“Cálmate Itzae, ¿Acaso estás loca? El hombre muriéndose con un resfriado y tú no dejas de mirar su cuerpo como si fuese un bistec y tú una pobre hambrienta”.   

Después de aconsejarse, terminó de acostarlo, lo arropó, buscó un vaso de agua natural con una pastilla de acetaminofén, quiso dársela, aunque era una tarea bastante difícil, luego de varios intentos, por fin lo logró, pero cuando intentó alejarse, el hombre se movió dejándola atrapado entre sus brazos, diciendo palabras ininteligibles.

Su respiración se aceleró ante la cercanía, se mantuvo inmóvil, en espera de verlo dormir, para buscar la manera de liberarse de su agarre, sin embargo, los minutos fueron transcurriendo, Valentino se mantenía inquieto, mientras ella se sumía en la calma antes de quedarse por completo dormida.

En horas de la madrugada, Valentino se movió, aún adormitado sintió un cuerpo junto al suyo y el corazón le brincó en su pecho emocionado, olió el largo cabello de la mujer junto a él y enseguida los recuerdos del pasado lo inundaron.

—Macarena, mi amor ¿Eres tú? —preguntó sin poder dejar de sentirse feliz, la joven respondió con un leve gemido —. Te extrañé  mi princesa.

Sin esperar ni un segundo más, se giró sonriente, unió sus labios con los de ella, sumiéndose en las profundidades de su deseo, la besó con delicadeza, embebiéndose de ese sabor y de esas sensaciones enloquecedoras, descendió por la garganta saboreando su piel y grabando con su lengua a fuego, sus besos en el cuerpo. 

Descendió por la clavícula, se encontró con la prenda como obstáculo para seguir con su avance, le levantó los brazos y la despojó del vestido, dejó un reguero de besos desabrochó el brasier, palpando y acariciando con sus manos esas dos cúspides, voluptuosas, provocadoras, se deleitó delineándolas con la punta de la lengua, de la boca de Itzae salían pequeños gemidos.

Valentino llevó una mano a la tanga, donde acarició la zona más erógena de su cuerpo, a través de la fina tela masajeó provocando que del cuerpo de la joven brotara su esencia, sin dejar de bebé del dulce néctar de sus pechos, ella comenzó a menear sus caderas, al ritmo marcado por las manos del hombre.

Sus cuerpos se envolvieron en una especie de capullo ardiente, elevando su temperatura a niveles inimaginables, devorándolos, haciéndoles sentir la fuerza de la excitación, en su desespero, él le arrancó la única prenda que le impedía fundirse por completo con ella, se apartó un poco liberándose del bóxer para segundos después enterrarse en su cavidad vaginal de una sola estocada, un pequeño grito mezcla de dolor y placer, salió de los labios de Itzae.

Sus cuerpos comenzaron una danza primero lenta, para después irse intensificando a medida que fueron transcurriendo los segundos, las acometidas fuertes, certeras, adentro y afuera, el vaivén de sus caderas sincronizadas, compenetrados por completo uno con el otro, los elevaba, a la cúspide más sublime del placer, hasta hacerlos explotar en un caleidoscopio de sensaciones, donde solo eran ellos y ese infinito goce, catapultándolo al más profundo éxtasis que dos cuerpos pudieran experimentar, para minutos después abandonarse de nuevo a los brazos de Morfeo completamente satisfechos.  

“Las pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes.” Bernard Le Bouvier de Fontenelle.

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