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El miedo le recorría el cuerpo como veneno caliente.Darina forcejeaba con furia ciega, sus muñecas atadas ardían por la fricción, y su garganta era un eco reseco de tantos gritos… pero aun así, seguía intentándolo.—¡Suéltame! ¡Auxilio! ¡Por favor…!Pateaba el aire, se retorcía, lanzaba su cuerpo hacia atrás como un animal herido.Pero el hombre que la sujetaba no cedía. Sus manos eran grilletes de hierro, insensibles a su desesperación.—No luches, Darina —escupió con desprecio—. ¡Estás acabada! ¡Este es tu castigo!Un sollozo le desgarró el pecho.El terror le nublaba la vista, le punzaba las sienes como cuchillos invisibles.¿Por qué me está pasando esto? ¿Por qué nadie me escucha?Entonces, un alarido rompió el aire como cristal hecho trizas.—¡Señora! —gritó el chofer— ¡Nos están siguiendo!Alondra se giró con brusquedad hacia la ventana trasera.Y al ver las luces acercándose, la sangre se le heló.—¡Acelera! —rugió, con la voz temblando—. ¡No dejes que nos alcancen! ¡Piérdelos,
Hermes observó a Darina, tan débil, tan frágil…Sus piernas apenas la sostenían, su piel pálida y sus labios temblaban.Sin pensarlo, la alzó en brazos como si fuera de cristal.—Llévenos al departamento. Ahora —ordenó con voz firme, mientras el auto arrancaba.***En el departamento, todo era paz y risas infantiles.Los niños llegaron con la niñera. Al abrir la puerta, corrieron al interior buscando con sus ojitos curiosos.—¡Mami! ¡Papito! —gritó Rossyn, con un puchero en los labios—. ¿Por qué no están? Los extraño mucho… y también quiero un regalo.La niñera sonrió con ternura y acarició su cabello con suavidad.—Papá y mamá fueron a trabajar, pero volverán pronto.Mientras tanto, les dejaron dulces y pastel para que no los extrañen tanto.Rossyn, Helmer y Hernán dieron pequeños saltitos de emoción.Se sentaron en la mesa, y aunque los platos estaban llenos de sopa caliente y verduras, el pastel en la cocina era lo único que les interesaba.Rossyn miró las verduras como si fueran su
Los ojos de Alfonso temblaron con un atisbo de dolor y tristeza.No podía comprender cómo había llegado a este punto.Miró a Anahí con rabia, pero también con una profunda herida en el alma, como si ella fuera la culpable de que su hijo ya no lo quisiera. Como si ella hubiera hecho algo para que todo se desmoronara.El pensamiento de perder a Freddy lo devastaba por dentro, pero su orgullo era más grande que su dolor.—Mañana ve a trabajar, Anahí. Hablemos de esto, pero no me hagas perder la paciencia. No me culpes si soy despiadado. —Su voz era baja, gélida, una amenaza que no necesitaba ser dicha en voz alta para entenderse.Y con esas palabras, él salió de la habitación, dejando una estela de desolación a su paso.Anahí, con el corazón latiendo en un ritmo frenético, abrazó a su hijo.Freddy sollozaba en su pequeño pecho, y ella, con el alma rota, se forzó a ser fuerte.No podía permitir que su dolor lo afectara más.Se apresuró a llevar al niño a la cama, acurrucándose junto a él,
Al día siguiente.Cuando Hermes despertó, la sensación de lo sucedido la noche anterior todavía lo envolvía, un torbellino de deseo y culpa.Por un momento, pensó que todo había sido un sueño, una fantasía más placentera de su mente atormentada, pero no.Darina estaba ahí, dormida a su lado, su cuerpo cubierto por las sábanas, su respiración tranquila.La miró con una mezcla de adoración y preocupación.Era hermosa, perfecta en su vulnerabilidad, y en su corazón, ella se había convertido en una diosa.Sonrió, tocando suavemente su mejilla, y luego, sin hacer ruido, se levantó de la cama. Se puso los pantalones con rapidez; el tiempo no era su aliado.Debía llevar a los niños a la guardería, preparar el desayuno, y cumplir con sus responsabilidades.Pero justo cuando se disponía a levantarse de la cama, la puerta se abrió de golpe.Fue Rossyn, la pequeña, quien irrumpió en la habitación, frotándose los ojos somnolientos, abrazada a su inseparable osito de conejo.La niña lo miró confund
Azucena se acercó con pasos firmes, los ojos llameantes, y volvió a alzar la mano, dispuesta a golpear una vez más.Pero esta vez, Alfonso fue más rápido.La sujetó con fuerza por la muñeca, deteniéndola antes de que la bofetada alcanzara a Anahí.—¡Basta, madre! —gritó—. ¡No le pegues! ¡Es la madre de mi hijo!En la oficina todo se congeló. El tiempo pareció suspenderse por unos segundos eternos.Los ojos de Azucena se abrieron con un sobresalto genuino, el impacto la dejó sin aliento por un momento.—¿Qué… qué acabas de decir, Alfonso? —balbuceó, como si le hubieran arrebatado el aire—. ¿Cómo puedes decir algo así?Anahí, con la mejilla aun ardiendo por el golpe anterior, llevó la mano a su rostro. Sus dedos temblaban. Apenas podía contener las lágrimas, no por el dolor físico, sino por la humillación, la injusticia.Entonces Edilene alzó la voz, con una mezcla venenosa de cinismo y burla.—¿Y cómo estás tan seguro de que ese niño es tuyo, Alfonso? —dijo, como quien lanza una daga—.
Hermes salió del departamento con el ceño fruncido y el corazón palpitante.Tenía que ir a la mansión. Había algo que necesitaba enfrentar. Algo que había estado postergando por demasiado tiempo.Al llegar, cruzó los pasillos silenciosos con pasos firmes, pero al abrir la pesada puerta del sótano, lo que encontró lo detuvo en seco. Alondra estaba en el suelo, temblando como un animal herido.Tenía la mirada perdida, los labios resecos y los cabellos pegados al rostro por el sudor.Apenas lo vio, intentó incorporarse, arrastrándose hacia atrás con torpeza.—¡Tú...! —gimió ella, con una mezcla de horror y esperanza en los ojos.—Hermes... —balbuceó—. No le creas a Darina, por favor. Ella miente. Mató a tu hermana. Quiere destruirnos, separarnos. No lo permitas...Hermes no dudó. Dio dos pasos rápidos, la sujetó con fuerza del cuello y la levantó apenas del suelo.—¡Calla! —espetó con la voz ahogada de rabia—. ¡No creo en ti, Alondra! Si estás detrás de esto… si tuviste algo que ver con
—¡Llamen a la policía ahora mismo! ¡Ella es la asesina de Rosa Hang, debe ir a prisión! —gritó Azucena Morgan, señalando a Darina con el dedo tembloroso, pero firme como una lanza acusadora.Los niños comenzaron a llorar.El ambiente se volvió denso, irrespirable, como si el aire estuviera cargado de electricidad y miedo.Rossyn se abrazó a su madre con fuerza, sollozando, mientras Helmer y Hernán se abrazaban a la falda de mami.Darina sintió que el piso se le abría bajo los pies. Su corazón se aceleró, no solo por la gravedad de la acusación, sino por el terror de que sus hijos escucharan tales palabras.—¡Está loca, señora! ¿Cómo se atreve? —Anahí alzó la voz, su tono era una mezcla de indignación y miedo, como una madre leona protegiendo a los suyos.Azucena no se contuvo.—¡Claro! Tenían que ser amigas, ¿no? ¡Tal para cual! Una zorra… y una asesina.El insulto cayó como una bomba.Los ojos de Darina se llenaron de lágrimas contenidas, no por el dolor personal, sino por el miedo qu
Al día siguiente.El cielo estaba cubierto de nubes grises. Anahí apretaba con fuerza la pequeña mano de Freddy mientras caminaban hacia la clínica.El niño, iba en silencio, pegado a su madre. Había algo en el ambiente, una tensión que incluso él, tan pequeño, podía sentir.Al llegar, encontró a Edilene esperándola con una expresión de falsa cordialidad. A su lado estaba Azucena Morgan, sentada con el rostro tenso, como una estatua de mármol.Elliot jugaba con un carrito en la sala de espera, ajeno a todo el drama que se cocinaba a su alrededor.Azucena apenas miró a Anahí, pero clavó los ojos en Freddy con recelo.El niño se escondió detrás de su madre, asustado.—Hagamos esto de una vez —dijo Azucena con frialdad, sin molestarse en saludarla.Antes de que Anahí pudiera responder, Edilene intervino con voz aguda, como si saboreara cada palabra que iba a pronunciar.—¿Y Alfonso? ¿Dónde está mi prometido, suegra?Anahí se volvió hacia ella con una mirada perpleja.—¿Tú qué?Edilene son