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Los ojos de Alfonso temblaron con un atisbo de dolor y tristeza.No podía comprender cómo había llegado a este punto.Miró a Anahí con rabia, pero también con una profunda herida en el alma, como si ella fuera la culpable de que su hijo ya no lo quisiera. Como si ella hubiera hecho algo para que todo se desmoronara.El pensamiento de perder a Freddy lo devastaba por dentro, pero su orgullo era más grande que su dolor.—Mañana ve a trabajar, Anahí. Hablemos de esto, pero no me hagas perder la paciencia. No me culpes si soy despiadado. —Su voz era baja, gélida, una amenaza que no necesitaba ser dicha en voz alta para entenderse.Y con esas palabras, él salió de la habitación, dejando una estela de desolación a su paso.Anahí, con el corazón latiendo en un ritmo frenético, abrazó a su hijo.Freddy sollozaba en su pequeño pecho, y ella, con el alma rota, se forzó a ser fuerte.No podía permitir que su dolor lo afectara más.Se apresuró a llevar al niño a la cama, acurrucándose junto a él,
Al día siguiente.Cuando Hermes despertó, la sensación de lo sucedido la noche anterior todavía lo envolvía, un torbellino de deseo y culpa.Por un momento, pensó que todo había sido un sueño, una fantasía más placentera de su mente atormentada, pero no.Darina estaba ahí, dormida a su lado, su cuerpo cubierto por las sábanas, su respiración tranquila.La miró con una mezcla de adoración y preocupación.Era hermosa, perfecta en su vulnerabilidad, y en su corazón, ella se había convertido en una diosa.Sonrió, tocando suavemente su mejilla, y luego, sin hacer ruido, se levantó de la cama. Se puso los pantalones con rapidez; el tiempo no era su aliado.Debía llevar a los niños a la guardería, preparar el desayuno, y cumplir con sus responsabilidades.Pero justo cuando se disponía a levantarse de la cama, la puerta se abrió de golpe.Fue Rossyn, la pequeña, quien irrumpió en la habitación, frotándose los ojos somnolientos, abrazada a su inseparable osito de conejo.La niña lo miró confund
Azucena se acercó con pasos firmes, los ojos llameantes, y volvió a alzar la mano, dispuesta a golpear una vez más.Pero esta vez, Alfonso fue más rápido.La sujetó con fuerza por la muñeca, deteniéndola antes de que la bofetada alcanzara a Anahí.—¡Basta, madre! —gritó—. ¡No le pegues! ¡Es la madre de mi hijo!En la oficina todo se congeló. El tiempo pareció suspenderse por unos segundos eternos.Los ojos de Azucena se abrieron con un sobresalto genuino, el impacto la dejó sin aliento por un momento.—¿Qué… qué acabas de decir, Alfonso? —balbuceó, como si le hubieran arrebatado el aire—. ¿Cómo puedes decir algo así?Anahí, con la mejilla aun ardiendo por el golpe anterior, llevó la mano a su rostro. Sus dedos temblaban. Apenas podía contener las lágrimas, no por el dolor físico, sino por la humillación, la injusticia.Entonces Edilene alzó la voz, con una mezcla venenosa de cinismo y burla.—¿Y cómo estás tan seguro de que ese niño es tuyo, Alfonso? —dijo, como quien lanza una daga—.
Hermes salió del departamento con el ceño fruncido y el corazón palpitante.Tenía que ir a la mansión. Había algo que necesitaba enfrentar. Algo que había estado postergando por demasiado tiempo.Al llegar, cruzó los pasillos silenciosos con pasos firmes, pero al abrir la pesada puerta del sótano, lo que encontró lo detuvo en seco. Alondra estaba en el suelo, temblando como un animal herido.Tenía la mirada perdida, los labios resecos y los cabellos pegados al rostro por el sudor.Apenas lo vio, intentó incorporarse, arrastrándose hacia atrás con torpeza.—¡Tú...! —gimió ella, con una mezcla de horror y esperanza en los ojos.—Hermes... —balbuceó—. No le creas a Darina, por favor. Ella miente. Mató a tu hermana. Quiere destruirnos, separarnos. No lo permitas...Hermes no dudó. Dio dos pasos rápidos, la sujetó con fuerza del cuello y la levantó apenas del suelo.—¡Calla! —espetó con la voz ahogada de rabia—. ¡No creo en ti, Alondra! Si estás detrás de esto… si tuviste algo que ver con
—¡Llamen a la policía ahora mismo! ¡Ella es la asesina de Rosa Hang, debe ir a prisión! —gritó Azucena Morgan, señalando a Darina con el dedo tembloroso, pero firme como una lanza acusadora.Los niños comenzaron a llorar.El ambiente se volvió denso, irrespirable, como si el aire estuviera cargado de electricidad y miedo.Rossyn se abrazó a su madre con fuerza, sollozando, mientras Helmer y Hernán se abrazaban a la falda de mami.Darina sintió que el piso se le abría bajo los pies. Su corazón se aceleró, no solo por la gravedad de la acusación, sino por el terror de que sus hijos escucharan tales palabras.—¡Está loca, señora! ¿Cómo se atreve? —Anahí alzó la voz, su tono era una mezcla de indignación y miedo, como una madre leona protegiendo a los suyos.Azucena no se contuvo.—¡Claro! Tenían que ser amigas, ¿no? ¡Tal para cual! Una zorra… y una asesina.El insulto cayó como una bomba.Los ojos de Darina se llenaron de lágrimas contenidas, no por el dolor personal, sino por el miedo qu
Al día siguiente.El cielo estaba cubierto de nubes grises. Anahí apretaba con fuerza la pequeña mano de Freddy mientras caminaban hacia la clínica.El niño, iba en silencio, pegado a su madre. Había algo en el ambiente, una tensión que incluso él, tan pequeño, podía sentir.Al llegar, encontró a Edilene esperándola con una expresión de falsa cordialidad. A su lado estaba Azucena Morgan, sentada con el rostro tenso, como una estatua de mármol.Elliot jugaba con un carrito en la sala de espera, ajeno a todo el drama que se cocinaba a su alrededor.Azucena apenas miró a Anahí, pero clavó los ojos en Freddy con recelo.El niño se escondió detrás de su madre, asustado.—Hagamos esto de una vez —dijo Azucena con frialdad, sin molestarse en saludarla.Antes de que Anahí pudiera responder, Edilene intervino con voz aguda, como si saboreara cada palabra que iba a pronunciar.—¿Y Alfonso? ¿Dónde está mi prometido, suegra?Anahí se volvió hacia ella con una mirada perpleja.—¿Tú qué?Edilene son
Azucena sostuvo el sobre entre sus manos temblorosas.Sabía que aquel instante no tendría vuelta atrás. El silencio era casi sepulcral cuando extendió el documento hacia Alfonso.—Tienes que ver esto —dijo con voz apagada.Alfonso tomó la prueba sin sospechar. Rompió el sobre con cierta indiferencia… pero esa expresión le duró apenas unos segundos.Sus ojos se abrieron con un espasmo de horror al leer el encabezado.La sangre pareció salírsele del cuerpo. La hoja le temblaba entre los dedos.Leyó… volvió a leer… y entonces alzó la mirada, con una frialdad que congeló la habitación.—Salgan de aquí —ordenó con voz firme, contenida por la furia.Azucena frunció el ceño.Edilene frunció los labios, confundida, dio un paso hacia él.—Alfonso, ¿por qué…? —intentó hablar, pero él la interrumpió.—¡He dicho que se larguen! —gritó, con los ojos inyectados de rabia.Ambas mujeres se quedaron inmóviles por un instante. Era como ver a un volcán a punto de estallar. Finalmente, salieron sin decir
Freddy lloraba desconsolado, con el rostro escondido en el cuello de su madre. Anahí lo sostenía con fuerza, como si abrazarlo pudiera protegerlo del dolor del mundo.—Mami… —sollozó el niño entre hipidos—, ¿no tengo papito?Anahí cerró los ojos. Le temblaba la voz al responder, pero acarició su cabello con ternura y besó su frente empapada.—Lo siento, mi amor… —susurró—. Soy tu mami y también puedo ser tu papi. ¿Eso puede ser suficiente para ti?El niño negó lentamente con la cabeza, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.—No, mamita… —dijo con su vocecita frágil, quebrada—. Yo voy a buscar un nuevo papito para mí… y un novio para ti. Uno que nos quiera mucho, mucho… ¡Y vamos a ser muy felices, siempre por siempre!Anahí no pudo evitar llorar en silencio al escucharlo. Lo abrazó con fuerza, apretándolo contra su pecho, como si su amor pudiera reparar esa herida. Su hijo era tan dulce, tan puro… el único que no merecía ninguna de las mentiras, traiciones ni odios de los adu