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Cuando bajaron del auto, un sol tenue bañaba las veredas del zoológico.Darina entrecerró los ojos al ver el lugar; no recordaba la última vez que había estado en uno.Un guardia apareció con tres triciclos coloridos, y los niños soltaron un grito de alegría tan espontáneo que Darina sintió que algo dentro de su pecho se ablandaba.Los pequeños corrieron hacia los carritos, subieron entusiasmados, pedaleando con torpeza mientras sus risas llenaban el aire como campanas felices.Hermes y Darina los empujaban suavemente, uno a cada lado, como una familia que siempre hubiera estado unida.—No tenías que comprarles todo esto —murmuró Darina, apenas audible entre el bullicio infantil.Hermes sonrió sin dejar de mirar a los niños.—Son mis hijos —dijo con suavidad y orgullo—. Si pudiera, les compraría el mundo entero.—Los vas a malcriar —sentenció ella, con ese tono que intentaba ser severo, pero en el fondo sabía que también hablaba desde el miedo de que los niños se hicieran ilusiones… o
Sus labios se rozaban con desesperación contenida, como si el pasado pudiera curarse con un beso. Se buscaban con urgencia, con hambre… pero justo cuando parecía que el deseo iba a consumirlos por completo, un sonido los detuvo en seco.Un llanto.Ambos se quedaron congelados.Hermes cerró los ojos, respirando hondo. Su corazón palpitaba desbocado, no solo por la pasión, sino por la conciencia de su responsabilidad.Se incorporó con un suspiro y caminó hacia la habitación de los niños, donde Helmer lloraba agitado.—Papito... —sollozó el niño mientras Hermes lo cargaba con ternura—. Soñé que mami se iba... No quiero que mami se vaya nunca.Hermes sintió un nudo en el pecho. Lo apretó contra su pecho con fuerza, como si con ese abrazo pudiera protegerlo del mundo.—Shh... mami no se va, mi amor —susurró, acariciándole el cabello—. Papi está aquí, y va a cuidarla. Vamos a estar juntos. Siempre.El pequeño se fue calmando poco a poco, su respiración se hizo lenta y sus ojitos se cerraron
Hermes llegó a la mansión.Sus pasos resonaron en el mármol con una mezcla de urgencia y desdén.Llevaba una maleta en mano, el corazón lleno de determinación y la mente anclada en otra mujer.Pero al entrar en su habitación, se detuvo en seco.—¿Qué demonios…?Alondra estaba ahí. Apenas cubierta por una bata de seda que dejaba poco a la imaginación, con el cabello suelto y los labios maquillados como si esperara una cita romántica.—Hermes… —susurró con voz melosa, dando un paso hacia él.Él frunció el ceño, incapaz de creer lo que veía.—¿Qué haces aquí? —gruñó—. ¿Acaso no fui claro cuando te dije que no quería volver a verte en esta casa?Lorna se detuvo, pero no retrocedió. Sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque no eran del todo honestas.Jamás lo había visto así, con tanto desprecio en la mirada.Lo conocía frío, sí… pero nunca tan ajeno, desde su traición descubierta nunca pudo recuperarlo y eso la ahogaba de rabia.—Escúchame, por favor… —susurró mientras se acercaba más y col
Edilene apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en la piel.El rencor ardía en su pecho, el orgullo herido la cegaba. Sacó el celular y marcó.Su voz fue una orden helada:—¡Ahora!En cuestión de segundos, los guardias de seguridad irrumpieron en la oficina. Anahí apenas pudo reaccionar.—¡Saquen a esta mujer de mi vista! —gritó Edilene, con el rostro deformado por la rabia— ¡No la quiero un segundo más en la empresa Morgan!Los guardias dudaron. Se miraron entre ellos, incómodos, como si la orden fuera demasiado.—¿Qué esperan? —vociferó Edilene— ¡Si no obedecen, les juro que Alfonso los despedirá a todos!La amenaza hizo efecto.Los hombres, con pesar en los ojos, se acercaron a Anahí.Ella retrocedió, incrédula.—¡No! ¡Esto es una locura! —gritó, resistiéndose— ¡No he hecho nada!Pero no le sirvió de nada.La sujetaron por los brazos. Edilene los siguió con paso triunfal, como si acabara de ganar una guerra.Al llegar a la sala común, donde todos los empleados e
El miedo le recorría el cuerpo como veneno caliente.Darina forcejeaba con furia ciega, sus muñecas atadas ardían por la fricción, y su garganta era un eco reseco de tantos gritos… pero aun así, seguía intentándolo.—¡Suéltame! ¡Auxilio! ¡Por favor…!Pateaba el aire, se retorcía, lanzaba su cuerpo hacia atrás como un animal herido.Pero el hombre que la sujetaba no cedía. Sus manos eran grilletes de hierro, insensibles a su desesperación.—No luches, Darina —escupió con desprecio—. ¡Estás acabada! ¡Este es tu castigo!Un sollozo le desgarró el pecho.El terror le nublaba la vista, le punzaba las sienes como cuchillos invisibles.¿Por qué me está pasando esto? ¿Por qué nadie me escucha?Entonces, un alarido rompió el aire como cristal hecho trizas.—¡Señora! —gritó el chofer— ¡Nos están siguiendo!Alondra se giró con brusquedad hacia la ventana trasera.Y al ver las luces acercándose, la sangre se le heló.—¡Acelera! —rugió, con la voz temblando—. ¡No dejes que nos alcancen! ¡Piérdelos,
Hermes observó a Darina, tan débil, tan frágil…Sus piernas apenas la sostenían, su piel pálida y sus labios temblaban.Sin pensarlo, la alzó en brazos como si fuera de cristal.—Llévenos al departamento. Ahora —ordenó con voz firme, mientras el auto arrancaba.***En el departamento, todo era paz y risas infantiles.Los niños llegaron con la niñera. Al abrir la puerta, corrieron al interior buscando con sus ojitos curiosos.—¡Mami! ¡Papito! —gritó Rossyn, con un puchero en los labios—. ¿Por qué no están? Los extraño mucho… y también quiero un regalo.La niñera sonrió con ternura y acarició su cabello con suavidad.—Papá y mamá fueron a trabajar, pero volverán pronto.Mientras tanto, les dejaron dulces y pastel para que no los extrañen tanto.Rossyn, Helmer y Hernán dieron pequeños saltitos de emoción.Se sentaron en la mesa, y aunque los platos estaban llenos de sopa caliente y verduras, el pastel en la cocina era lo único que les interesaba.Rossyn miró las verduras como si fueran su
Los ojos de Alfonso temblaron con un atisbo de dolor y tristeza.No podía comprender cómo había llegado a este punto.Miró a Anahí con rabia, pero también con una profunda herida en el alma, como si ella fuera la culpable de que su hijo ya no lo quisiera. Como si ella hubiera hecho algo para que todo se desmoronara.El pensamiento de perder a Freddy lo devastaba por dentro, pero su orgullo era más grande que su dolor.—Mañana ve a trabajar, Anahí. Hablemos de esto, pero no me hagas perder la paciencia. No me culpes si soy despiadado. —Su voz era baja, gélida, una amenaza que no necesitaba ser dicha en voz alta para entenderse.Y con esas palabras, él salió de la habitación, dejando una estela de desolación a su paso.Anahí, con el corazón latiendo en un ritmo frenético, abrazó a su hijo.Freddy sollozaba en su pequeño pecho, y ella, con el alma rota, se forzó a ser fuerte.No podía permitir que su dolor lo afectara más.Se apresuró a llevar al niño a la cama, acurrucándose junto a él,
Al día siguiente.Cuando Hermes despertó, la sensación de lo sucedido la noche anterior todavía lo envolvía, un torbellino de deseo y culpa.Por un momento, pensó que todo había sido un sueño, una fantasía más placentera de su mente atormentada, pero no.Darina estaba ahí, dormida a su lado, su cuerpo cubierto por las sábanas, su respiración tranquila.La miró con una mezcla de adoración y preocupación.Era hermosa, perfecta en su vulnerabilidad, y en su corazón, ella se había convertido en una diosa.Sonrió, tocando suavemente su mejilla, y luego, sin hacer ruido, se levantó de la cama. Se puso los pantalones con rapidez; el tiempo no era su aliado.Debía llevar a los niños a la guardería, preparar el desayuno, y cumplir con sus responsabilidades.Pero justo cuando se disponía a levantarse de la cama, la puerta se abrió de golpe.Fue Rossyn, la pequeña, quien irrumpió en la habitación, frotándose los ojos somnolientos, abrazada a su inseparable osito de conejo.La niña lo miró confund