«¡No se llevarán a mi otra hija!».
Ese grito desesperado es lo último que Elara escucha de su madre y lo último que su mente atormentada recrea antes de emerger del abismo de la inconsciencia. Despierta con un jadeo entrecortado, su pecho oprimiéndose como si aún sintiera el peso de aquel instante fatídico. Su cuerpo está entumecido, atrapado en un letargo extraño, y su mente se sumerge en una maraña de confusión.
—¿Otra hija? —murmura, con la voz rasposa, apenas un susurro entre la niebla de su desconcierto.
El eco de aquellas palabras resuena en su cabeza, pero la incertidumbre apenas tiene tiempo de asentarse cuando nota algo más inquietante. No está en su cabaña. Su respiración se entrecorta mientras la realidad la golpea con un vértigo helado.
Sobre ella se alza un techo alto, ornamentado con molduras doradas que capturan la luz con un resplandor etéreo. En el centro, un fresco celestial cubre la bóveda con figuras angelicales y cielos infinitos, una visión hermosa y perturbadora a la vez. Parpadea varias veces, intentando disipar la bruma de su inconsciencia, y con cada latido acelerado, el esplendor de la habitación se revela ante ella.
Está acostada en una cama inmensa con dosel, sus columnas de madera oscura finamente talladas con hojas y flores entrelazadas, como si la naturaleza hubiera sido atrapada en el arte de un maestro ebanista. Las pesadas cortinas de terciopelo carmesí cuelgan a los lados, atadas con gruesas borlas doradas que parecen sostener siglos de opulencia. Bajo su cuerpo, las sábanas de la más fina seda acarician su piel, su frescura un cruel contraste con la calidez sofocante que se expande en su pecho.
A su alrededor, la habitación es un despliegue de lujo inimaginable. Las paredes están cubiertas con un delicado papel tapiz en tonos marfil y dorado, con filigranas que parecen danzar bajo la tenue luz de un majestuoso candelabro de cristal. Sobre la chimenea de mármol blanco, un enorme espejo con un marco barroco refleja la imagen de la estancia, duplicando la sensación de grandeza. El fuego crepita suavemente en la chimenea, lanzando sombras titilantes sobre el suelo de madera pulida, donde una alfombra persa de exquisitos bordados suaviza el frío de las tablas. Un armario macizo con detalles dorados se alza en una esquina, junto a un tocador adornado con frascos de perfume de cristal y un cepillo de oro puro. Un biombo de madera lacada, con paneles pintados a mano que representan escenas bucólicas, resguarda un área privada de la habitación. Cerca de la cama, vestida con pesados cortinajes de brocado, un diván de terciopelo aguarda con cojines bordados.
Elara se levanta, temblorosa, sintiendo el frío del suelo de mármol bajo sus pies descalzos, mientras su respiración, aún errática, lucha por calmarse. La imagen de la bestia atravesando el frágil cuerpo de su madre se clava en su mente, y sus ojos se llenan de lágrimas al recordar cómo, después de asesinarla, la criatura se lanzó hacia ella, inmovilizándola y aplastándola con sus peludos brazos hasta dormirla con una sustancia que, extrañamente, le recuerda a las pociones que las brujas solían hacer en los cuentos de su madre… Los cuentos de su madre… Lo recuerda. Su madre también le mencionaba otros seres: los hombres lobo. Aquella criatura se parecía tanto a la de los relatos.
«¿Era eso un hombre lobo?». Un escalofrío recorre su cuerpo, helando su piel.
Intenta correr hacia la puerta principal de la habitación, y es entonces cuando nota el peso suave y sedoso de la tela que cubre su cuerpo de manera ajustada, impidiéndole moverse con agilidad. Baja la mirada y descubre que ya no lleva la ropa con la que fue capturada. En su lugar, viste una bata de dormir de una opulencia innegable: de un blanco perlado, con delicados bordados dorados en los puños y el dobladillo, y un delgado cinturón de seda que se ciñe perfectamente a su cintura. La tela es tan fina y ligera que parece deslizarse entre sus dedos como agua. Su desconcierto aumenta. ¿Quién la cambió? ¿Dónde está su ropa? Una sensación helada le recorre la espalda. Necesita entender dónde está. Sabe que la bestia la trajo aquí, pero no quiero volver a encontrarla.
«No creo que sea buena idea salir por la puerta principal; seguro hay alguien afuera vigilando para evitar que escape».
Sus pasos la guían hasta las cortinas que cubren la única ventana de la habitación. Con un movimiento decidido, aparta la pesada tela y descubre una gran puerta de vidrio. Su reflejo aparece distorsionado en la superficie brillante, pero su atención no está en eso, sino en lo que hay más allá. La claridad del día inunda la habitación. Ella abre la puerta y da un paso al exterior.
Lo que ve le roba el aliento.
Elara se encuentra en un amplio balcón con barandas ornamentadas de piedra tallada, desde donde se despliega una vista imponente. No es su casa. No está en su campo. Desde su posición, puede ver cómo el castillo se extiende a lo ancho, con sus muros de piedra integrándose de forma majestuosa en el paisaje del bosque vasto y frondoso que lo rodea. Su estructura, aunque amplia e imponente, no sobrepasa la altura de los árboles más altos, lo que le da una sensación de aislamiento casi místico.
Su corazón martillea en su pecho.
«¿Dónde estoy?».
Definitivamente, no puede saltar por la ventana. Es muy alto. Aterrada, da media vuelta y cruza la recámara apresuradamente. Su instinto le grita que necesita encontrar la forma de salir de ahí, pero antes necesita respuestas. Llega hasta la gran puerta principal de la habitación y la abre de golpe.
Un pasillo colosal se extiende ante ella, flanqueado por altas columnas de mármol blanco. Un Candelabros majestuosos cuelgan del techo abovedado, y no parecen haber más habitaciones cercanas. Ve a varios de sirvientes vestidos con impecables uniformes en tonos oscuros con detalles dorados. Hombres y mujeres, todos elegantemente arreglados, caminan con precisión y disciplina. Sin embargo, en cuanto la ven, la actividad se detiene. Uno a uno, los sirvientes se giran hacia ella… y acto seguido, todos se arrodillan.
Elara siente un escalofrío recorrer su columna. Su mente se niega a procesar lo que está viendo. ¿Por qué están haciendo eso? ¿Por qué se inclinan ante ella?
Su garganta se seca, pero logra articular la única pregunta que le viene a la mente:
—¿Qué está pasando?
Una carcajada ligera y despreocupada responde a su pregunta.
Elara se gira con rapidez y ve a un joven que aparece detrás de una de las columnas. Su piel pálida contrasta con su cabello negro azulado, que cae en mechones rebeldes alrededor de un rostro de rasgos asiáticos. Sus ojos oscuros brillan con un destello juguetón mientras la observa con una sonrisa amplia, casi divertida. Su atuendo es impecable: una chaqueta de tela fina, con bordados intrincados y puños decorados con hilos blancos, ajustada a su figura con una elegancia natural.
—Vaya, vaya… —dice el joven con un tono jovial, mientras avanza con calma, acortando la distancia entre ambos. Sus ojos la recorren con una mezcla de nostalgia y admiración, como si hubieran extrañado verla—. Eres tal como te recuerdo.
Se detiene justo frente a ella y, con una suavidad casi reverente, posa un dedo bajo el mentón de Elara y le hace levantar el rostro. Ella tiembla, aterrada.
—Esos ojos marrones tan profundos… Incluso el miedo en ellos sigue hablándome en el mismo idioma.
Elara siente un nudo en el estómago. Da un paso atrás.
—Eres la bestia de anoche, ¿verdad? —su voz suena más tensa de lo que pretende.
El joven ladea la cabeza, su sonrisa se desvanece.
—No estoy seguro de eso...
—¿Qué quieres decir?... ¡¿Quién eres?!
—Esa respuesta solo puede dártela el rey. Y créeme, ansía verte. Pero antes… —da un paso hacia ella y, con la misma naturalidad con la que trataría a una vieja amiga, le da un leve empujón en la espalda, guiándola con suavidad—, sería mejor que desayunes algo. Te espera una larga conversación.
Elara camina por el pasillo, guiada por el chico misterioso. La manera en que su mano se posa en su espalda le resulta inquietantemente familiar, como si ya hubiese sentido ese toque antes. La sensación le incomoda, por lo que se adelanta unos pasos y, sin voltear a verlo, dice con firmeza:—No hace falta que me toques, puedo caminar sola.—¿Acaso mi tacto y el calor de mi piel te han hecho recordar algo?Elara frunce el ceño y lo mira de reojo.—¿Recordar qué? Es la primera vez que te veo.Sin previo aviso, el chico corre hasta ponerse frente a ella, bloqueándole el paso. Elara se detiene bruscamente y lo observa con desconfianza. Con una reverencia elegante, él se presenta:—Tanaka Haruki, SuperAlfa de la manada Aoki, ubicada en un bosque del sur de Japón.Elara lo estudia con atención, tratando de encontrar algún indicio de broma en su expresión.—¿Manada Aoki? ¿Te refieres a una manada de lobos?... Entonces, es verdad, si existen... los hombres lobos.Haruki suelta una risa ligera
Elara termina su desayuno con rapidez, limpiándose los labios con una servilleta antes de levantarse de la silla. Sus ojos se clavan en la sirvienta, quien sigue de pie con la mirada baja, a la espera de nuevas órdenes.—Llévame con ese rey —ordena Elara con voz firme.La mujer inclina la cabeza en una reverencia sutil antes de asentir con respeto.—Sígame, por favor, SuperLuna.Elara frunce el ceño y gira la cabeza hacia Matías, quien la observa desde su asiento con una sonrisa enigmática.—¿Por qué me llama así? —pregunta, cruzándose de brazos.Matías mantiene su mirada fija en ella, su expresión indescifrable.—Porque eres nuestra SuperLuna.Elara exhala con frustración.—¿Eso se supone que debe significar algo para mí?—Todo, mi reina —responde él con una calma inquietante.Rodando los ojos, Elara se pone de pie. No entiende qué demonios significa ese título ni por qué insisten en llamarla así, pero una sensación de desconcierto se enrosca en su pecho. Matías no añade nada más, so
—¿Qué pasó con mi supuesta hermana? ¿Qué es de ella?El silencio que sigue a su pregunta es casi tan inquietante como la mirada impasible del rey Aleron. Finalmente, él suspira y responde con voz serena pero firme:—No tenemos información sobre ella. Es casi imposible que un licántropo encuentre el recinto de las brujas. Ellas han perfeccionado sus artes para borrar cualquier rastro de olor de su cuerpo. Ni siquiera la comunidad vampírica ha logrado dar con ese lugar.Elara frunce el ceño, sintiendo un nudo en el estómago.—¡¿Vampiros?!Aleron asiente lentamente, sin apartar la vista de ella.—Por supuesto, ¿o acaso no lo sabías? Siempre estuviste bajo el cuidado de uno de ellos. Siendo ellos menos vulnerables al poder de las brujas, eran los únicos que podían protegerte. Eres peligrosa para las brujas, porque eres nuestra fuente de energía. Ya las vencimos hace un siglo en la última batalla, y todo fue gracias a tu enorme poder. Pero recuerda..., eres poderosa solo si estas al lado d
El rey Alaron se acomoda en su trono, su expresión solemne reflejando el peso de la historia que está contando. Elara, de pie frente a él, siente cómo su corazón late con anticipación. La magnitud de lo que ha escuchado hasta ahora la deja sin aliento, pero no puede apartar la mirada del monarca. Él continúa relatando:—Un siglo después de la muerte de Alice, la superluna regresó. Pero esa vez, su aparición no fue una simple luz deslumbrante en el cielo. Su magia descendió con fuerza, bañando a una recién nacida. Las antiguas creencias de nuestra raza dicen que la superluna, en su regreso, vino al mundo con un único propósito: encontrar al hombre lobo cuyo aullido había alcanzado la cima del cielo, aquel que, con su grito, había despertado un poder ancestral en ella. Y cuando la joven Superluna alcanzó la adultez y comenzó su búsqueda, descubrió algo inesperado: no encontró uno solo, sino cuatro. Los más fuertes, los más aguerridos Alfas.»Vivió con ellos en la manada, buscando sin des
Elara se mantiene en silencio, su mente aún atrapada en la historia que el rey Aleron le ha relatado. Cada palabra, cada detalle se graba en su memoria como fuego ardiendo en su piel. Quiere negar la verdad de lo que ha escuchado, deshacerse de la inquietante posibilidad de que todo sea real. Pero el reflejo en el lago la noche anterior la persigue: sus propios ojos brillando con un resplandor blanco, la luz de la Superluna revelándose en su interior. Eso solo puede significar una cosa: su hermana también debió pasar por lo mismo. Alice está cerca de regresar. Levanta la vista y encuentra a los cuatro hombres frente a ella, los SuperAlfas que, según la historia, nacieron con unos ojos ámbar brillantes. Esos mismos ojos que aún la atormentan en sus recuerdos, los mismos que vio la pasada noche en que su madre murió. Su pecho se aprieta con una furia latente. Uno de ellos… uno de estos hombres es el asesino de su madre. Aprieta la mandíbula, sintiendo la tensión recorrer su cuerpo. S
Elara camina junto a Matías por los pasillos del palacio, dirigiéndose a los aposentos de la Madre Luna. A cada paso, su mente sigue atrapada en la conversación con el rey Aleron, en todo lo que ha descubierto y en lo que aún le cuesta aceptar. Su cuerpo está en movimiento, pero su mente sigue repasando una y otra vez la historia que él le ha contado. Al cruzar el salón del piano, el sonido del eco de sus pasos reverbera en las paredes altas y adornadas. Todo aquí parece tan majestuoso y antiguo, como si cada rincón estuviera impregnado de historias que aún no conoce. La tenue luz de la luz mañanera baña las esculturas y las pinturas con un resplandor dorado, dándole al lugar una atmósfera solemne. Siguen avanzando hasta el lado derecho del salón, donde se abre un pasillo que, a simple vista, parece idéntico al que lleva al salón del trono del rey. Sin embargo, al adentrarse en él, Elara percibe una diferencia crucial: las paredes de este pasillo están adornadas con retratos de las
Elara recorre la habitación con la mirada, sintiendo cómo la curiosidad le cosquillea bajo la piel. Si hubiera un pasadizo secreto aquí, ¿dónde estaría? Sus ojos se detienen en el gran armario de madera oscura, alto y robusto, con tallados antiguos en las puertas. ¿Podría una de esas tablas esconder una entrada? Luego, observa la alfombra tejida a mano que cubre parte del suelo; tal vez debajo de ella haya una trampilla. Se fija en la chimenea de piedra que apenas calienta la estancia. ¿Y si uno de los ladrillos, al presionarlo, activa un mecanismo? También contempla el tocador cubierto de frascos y perfumes, preguntándose si algún espejo se desliza para revelar algo más. Incluso la cortina pesada que cae desde el techo al rincón izquierdo le parece sospechosa por un instante. Este lugar parece construido para guardar secretos…, y ella no puede evitar sentir que, en cualquier momento, las paredes podrían abrirse y mostrárselos.—No está en esta habitación —dice Evelyn, interrumpiendo
Elara observa en silencio a la mujer que se sienta junto a ella, al borde de la cama. Evelyn mantiene los dedos entrelazados sobre el regazo, la mirada perdida en algún punto invisible, con una expresión ausente, casi melancólica. En ese instante, Elara lo comprende: Evelyn no está aquí por deber… está aquí por amor. Ella no. Ella está aquí porque fue arrancada de su mundo, arrastrada entre sombras y secretos, y ahora se aferra a esta venganza como única razón para respirar. No vino a buscar esposo, ni redención. Se quedó para descubrir quién asesinó a su madre y para hacerle pagar… de la peor forma. Ese escondite, ese pasadizo oculto bajo el palacio, no es un simple refugio. Es parte de su estrategia. Un lugar desde donde podrá observar sin ser vista. Planificar y concentrarse en sus estrategias, para luego atacar sin previo aviso. —No entiendo del todo —dice de pronto, rompiendo el silencio—. ¿Qué diferencia hay entre una Madre Luna y una SuperLuna? Evelyn gira el rostro hacia e