Elara camina por el pasillo, guiada por el chico misterioso. La manera en que su mano se posa en su espalda le resulta inquietantemente familiar, como si ya hubiese sentido ese toque antes. La sensación le incomoda, por lo que se adelanta unos pasos y, sin voltear a verlo, dice con firmeza:
—No hace falta que me toques, puedo caminar sola.
—¿Acaso mi tacto y el calor de mi piel te han hecho recordar algo?
Elara frunce el ceño y lo mira de reojo.
—¿Recordar qué? Es la primera vez que te veo.
Sin previo aviso, el chico corre hasta ponerse frente a ella, bloqueándole el paso. Elara se detiene bruscamente y lo observa con desconfianza. Con una reverencia elegante, él se presenta:
—Tanaka Haruki, SuperAlfa de la manada Aoki, ubicada en un bosque del sur de Japón.
Elara lo estudia con atención, tratando de encontrar algún indicio de broma en su expresión.
—¿Manada Aoki? ¿Te refieres a una manada de lobos?... Entonces, es verdad, si existen... los hombres lobos.
Haruki suelta una risa ligera, su sonrisa revelando un destello de colmillos apenas asomados.
—¿Eres amante de los canes?
Elara no aparta la mirada de él, intrigada y a la vez en guardia. Haruki vuelve a caminar, esta vez delante de ella, y ella aprovecha para seguir cuestionándolo.
—¿Qué hago en este lugar? —pregunta, observando su porte impecable—. ¿Qué quieren de mí?
Haruki sonríe con cinismo y se gira apenas lo suficiente para mirarla.
—Calma, hermosa —dice con un tono presuntuoso—. Ya verás por ti misma de qué trata todo esto. Ahora, a desayunar.
Señala con un ademán una puerta a su derecha.
—Adelante.
Elara avanza con cautela, llevando la mano al picaporte, pero Haruki se adelanta y lo toma antes que ella. En ese instante, sus miradas quedan peligrosamente cerca. La proximidad es sofocante, un roce de alientos que la deja atrapada en la negrura de sus ojos. Haruki la observa con una intensidad indescifrable, su mirada descendiendo fugazmente a sus labios antes de volver a fijarse en sus ojos. Un breve, pero tenso momento se estira entre ambos, cargado de algo que Elara no sabe nombrar.
Entonces, con una leve sonrisa ladina, Haruki abre la puerta por ella. Sin esperar más, Elara da un paso dentro y se encuentra con un amplio comedor iluminado por la cálida luz de una lámpara de araña. En el centro, una larga mesa de madera oscura se extiende con varias sillas a su alrededor. Sobre la superficie reluciente, un festín digno de una reina aguarda: una elegante vajilla de porcelana enmarca platos rebosantes de frutas frescas, panes artesanales aún tibios, embutidos finamente cortados y una variedad de dulces glaseados. Jarras de cristal contienen jugos de colores vibrantes, y una tetera de oro humea suavemente, liberando el delicado aroma de un té especiado. Todo dispuesto con un esmero casi ceremonial, como si el desayuno no fuera solo una comida, sino una bienvenida.
De pie junto a la ventana, con la luz de la mañana delineando su silueta, hay un hombre de presencia imponente. Su piel, de un cálido tono canela, resplandece bajo los primeros destellos del sol que se filtran entre las copas de los árboles. Sus brazos, cruzados sobre su pecho amplio, realzan su porte dominante, mientras su mandíbula ancha y bien definida se tensa en una expresión de tranquila observación. Una barba meticulosamente arreglada enmarca su rostro varonil, acentuando su atractivo rudo pero refinado. Sus ojos, de un dorado intenso como la miel a contraluz, recorren el paisaje con calma hasta que un leve sonido lo hace girar hacia la puerta. Su mirada, antes serena, se ensancha en sorpresa al encontrarse con la figura de Elara. Un cuerpo se tensiona, y su respiración se entrecorta por un segundo. Luego, como si su instinto tomara el control, inhala con profundidad, llenando sus pulmones con su aroma, como si necesitara asegurarse de que ella es real.
—Elizabeth… —su voz es grave, rica en matices y cargada de una emoción insondable.
Elara se queda inmóvil, sintiendo cómo su corazón da un vuelco en su pecho. Confusión y alarma se mezclan en su mente. Haruki suspira con fastidio y, sin poder contenerse, suelta una risa burlona.
—Por todos los cielos, Matías… —chasquea la lengua y lo mira con sorna—. No es Elizabeth. De hecho, ni siquiera se ha presentado todavía.
—No tengo por qué presentarme frente a las personas que, posiblemente, han matado a mi madre.
Los ojos de Matías se agrandan, reflejando un miedo que no logra ocultar a tiempo. Elara lo capta al instante y su mirada se endurece aún más cuando avanza un paso hacia él.
—¿Fuiste tú? —su voz es un filo de acero, helado e implacable—. ¿Tú me atacaste anoche? ¿Tú mataste a mi madre?
Lo observa de arriba abajo, recorriendo con la vista su complexión robusta, la altura que se asemeja demasiado a la silueta que la acechó en la oscuridad.
—Eres tan alto como la bestia.
Matías da un paso al frente, su expresión ensombrecida por el peso de sus emociones. Sus ojos dorados, cálidos y turbados a la vez, se clavan en los de Elara con una intensidad abrumadora. Su voz es un murmullo profundo, teñido de una dulzura inesperada.
—Mi reina…, yo jamás haría algo que la lastimara, ni siquiera permitiría que una sombra de tristeza tocara su alma. Prefiero ser condenado antes que ser la causa de su dolor.
El silencio que sigue es suave, envolvente, casi como el aire tibio antes del amanecer. Hay algo en la quietud que no resulta incómodo, sino íntimo, como si el tiempo se hubiera ralentizado solo para que ella entendiera cada palabra.
Entonces, Haruki, con su sonrisa torcida, rompe la calma con un comentario que gotea cinismo:
—La bestia sí lo haría, ¿ah, Matías?
—¿Qué cosa? —Matías frunce el ceño, su mandíbula se tensa.
Haruki inclina ligeramente la cabeza, como si su diversión aumentara con cada segundo.
—Lastimarla a ella o a cualquiera que se le interponga.
Elara se gira bruscamente hacia Haruki, su mirada encendida con sospecha y rabia contenida.
—¡Tú sabes quién es la bestia! —exclama, su voz vibrando con una mezcla de ira y desesperación.
Haruki, lejos de inmutarse, alza las manos en un gesto burlón de rendición. Su sonrisa cínica se amplía mientras da media vuelta, alejándose con paso despreocupado, como si toda la tensión en la habitación no fuera más que un simple juego para él.
Y así, la deja sola con Matías.
—Mi reina, ¿será que usted no teme a la bestia? ¿Por qué se atrevería a buscarla?
Elara bufa y se sonríe con cinismo antes de girarse hacia Matías.
—¿Quién te crees para decirme «mi reina»?
Matías no responde de inmediato. En cambio, su sonrisa se ensancha con una ternura desconcertante, su mirada cálida y profunda la envuelve como un susurro al oído.
—Uno de estos días recordará el porqué de mi forma de llamarle así.
Elara siente un estremecimiento recorrer su piel. Hay algo en la manera en que él la mira, en la suavidad de su tono, en la seguridad con la que pronuncia cada palabra, que la desarma. Es demasiado romántico, demasiado íntimo, demasiado... peligroso. Pero no, no va a dejarse enredar con cursilerías. Su única prioridad es encontrar la razón de su captura, encontrar a la bestia.
Se sienta en una de las sillas del comedor, rodeada por la calidez del aroma a pan recién horneado, a embutidos y fruta fresca. Su estómago protesta en un retortijón silencioso, pero su mente, aún en guardia, le susurra que tenga cuidado. Sus ojos recorren el desayuno servido frente a ella: un banquete digno de una reina. Pero, ¿y si está envenenado?
Agarra un trozo de pan, llevándolo cerca de su nariz. Su fragancia es embriagadora, y por un instante, la necesidad de comer supera la lógica. Pero duda. ¿Debería arriesgarse?
Entonces, la razón golpea su mente. La bestia tuvo la oportunidad de matarla, pero no lo hizo. La trajo hasta aquí, la dejó con vida. Eso solo puede significar una cosa: la necesitan viva.
Con esa certeza, respira hondo y lleva el primer bocado a sus labios, mordiéndolo con cautela. La textura suave y la calidez del pan se deshacen en su boca, y, contra su voluntad, su cuerpo se relaja. Prueba un pedazo de embutido, y el sabor exquisito, salado y lleno de especias, la golpea como una revelación. El hambre, contenida por el miedo, finalmente se libera. Elara come con más prisa, su cuerpo traicionándola mientras se rinde al placer de los sabores.
Frente a ella, Matías la observa con calma, una leve sonrisa en su rostro. No dice nada, simplemente disfruta del momento, del simple acto de verla comer.
—¿Tú sabes dónde está la bestia? —pregunta entre bocado y bocado, su voz firme, aunque en el fondo aún sienta un ligero temblor de miedo.
—No sé quién fue la bestia que la atacó anoche, lo siento… Pero dígame, ¿por qué quiere encontrarla?
Elara deja el pan en su plato y lo mira fijamente.
—Porque voy a hacerle pagar por lo que le hizo a mi madre.
Matías ladea la cabeza, apoyando un codo sobre la mesa mientras la contempla con interés.
—Disculpe la pregunta, mi reina, pero… ¿cómo pretende enfrentarla?
Elara aprieta los labios. Ni siquiera lo había pensado. Un escalofrío recorre su cuerpo al recordar la brutalidad de la criatura, la forma en que su sola presencia impregnaba el aire de miedo.
—No lo sé…, pero supongo que tendrá alguna debilidad.
—La plata.
—Cierto… la plata. —Lo observa con curiosidad, entornando los ojos—. ¿Por qué me dices la debilidad de un hombre lobo? ¿Acaso no eres uno?
Matías sonríe, con esa misma expresión que la descoloca.
—Entonces usted ya sabe de nuestra maldición.
—¿Eres o no un hombre lobo?
—Lo soy. Mi nombre es Matías Valverde, soy el SuperAlfa de la manada Azona, una gran comunidad de licántropos que habita en el centro de la Amazona.
Elara no responde de inmediato. Mastica despacio, no solo la comida, sino también sus pensamientos. Matías sigue mirándola, disfrutando de ver cómo se saborea, de la forma en que su ceño se frunce cada vez que algo en su mente no encaja. Hay paciencia en los ojos de él, una quietud que la inquieta y la reconforta a la vez. Pero ella no está ahí para confiar en nadie. Solo tiene una misión: cazar a la bestia.
—El asiático también mencionó eso de ser «SuperAlfa», que supongo, son líderes... ¿Hay más hombres lobos aquí?
— Todos los que estamos aquí, excepto tú y la Madre Luna.
—¿Madre Luna?
Antes de que Matías pueda responder, alguien llama a la puerta con un par de golpes firmes. Él desvía la mirada por un instante y con voz serena ordena:
—Entre.
La puerta se abre y una mujer vestida con un sencillo pero elegante atuendo entra en la habitación. Su postura es respetuosa, pero su expresión permanece impasible.
—Disculpe la interrupción, SuperAlfa —dice con una leve inclinación de cabeza—. El rey espera ver a la SuperLuna después de que termine de desayunar.
Elara termina su desayuno con rapidez, limpiándose los labios con una servilleta antes de levantarse de la silla. Sus ojos se clavan en la sirvienta, quien sigue de pie con la mirada baja, a la espera de nuevas órdenes.—Llévame con ese rey —ordena Elara con voz firme.La mujer inclina la cabeza en una reverencia sutil antes de asentir con respeto.—Sígame, por favor, SuperLuna.Elara frunce el ceño y gira la cabeza hacia Matías, quien la observa desde su asiento con una sonrisa enigmática.—¿Por qué me llama así? —pregunta, cruzándose de brazos.Matías mantiene su mirada fija en ella, su expresión indescifrable.—Porque eres nuestra SuperLuna.Elara exhala con frustración.—¿Eso se supone que debe significar algo para mí?—Todo, mi reina —responde él con una calma inquietante.Rodando los ojos, Elara se pone de pie. No entiende qué demonios significa ese título ni por qué insisten en llamarla así, pero una sensación de desconcierto se enrosca en su pecho. Matías no añade nada más, so
—¿Qué pasó con mi supuesta hermana? ¿Qué es de ella?El silencio que sigue a su pregunta es casi tan inquietante como la mirada impasible del rey Aleron. Finalmente, él suspira y responde con voz serena pero firme:—No tenemos información sobre ella. Es casi imposible que un licántropo encuentre el recinto de las brujas. Ellas han perfeccionado sus artes para borrar cualquier rastro de olor de su cuerpo. Ni siquiera la comunidad vampírica ha logrado dar con ese lugar.Elara frunce el ceño, sintiendo un nudo en el estómago.—¡¿Vampiros?!Aleron asiente lentamente, sin apartar la vista de ella.—Por supuesto, ¿o acaso no lo sabías? Siempre estuviste bajo el cuidado de uno de ellos. Siendo ellos menos vulnerables al poder de las brujas, eran los únicos que podían protegerte. Eres peligrosa para las brujas, porque eres nuestra fuente de energía. Ya las vencimos hace un siglo en la última batalla, y todo fue gracias a tu enorme poder. Pero recuerda..., eres poderosa solo si estas al lado d
El rey Alaron se acomoda en su trono, su expresión solemne reflejando el peso de la historia que está contando. Elara, de pie frente a él, siente cómo su corazón late con anticipación. La magnitud de lo que ha escuchado hasta ahora la deja sin aliento, pero no puede apartar la mirada del monarca. Él continúa relatando:—Un siglo después de la muerte de Alice, la superluna regresó. Pero esa vez, su aparición no fue una simple luz deslumbrante en el cielo. Su magia descendió con fuerza, bañando a una recién nacida. Las antiguas creencias de nuestra raza dicen que la superluna, en su regreso, vino al mundo con un único propósito: encontrar al hombre lobo cuyo aullido había alcanzado la cima del cielo, aquel que, con su grito, había despertado un poder ancestral en ella. Y cuando la joven Superluna alcanzó la adultez y comenzó su búsqueda, descubrió algo inesperado: no encontró uno solo, sino cuatro. Los más fuertes, los más aguerridos Alfas.»Vivió con ellos en la manada, buscando sin des
Elara se mantiene en silencio, su mente aún atrapada en la historia que el rey Aleron le ha relatado. Cada palabra, cada detalle se graba en su memoria como fuego ardiendo en su piel. Quiere negar la verdad de lo que ha escuchado, deshacerse de la inquietante posibilidad de que todo sea real. Pero el reflejo en el lago la noche anterior la persigue: sus propios ojos brillando con un resplandor blanco, la luz de la Superluna revelándose en su interior. Eso solo puede significar una cosa: su hermana también debió pasar por lo mismo. Alice está cerca de regresar. Levanta la vista y encuentra a los cuatro hombres frente a ella, los SuperAlfas que, según la historia, nacieron con unos ojos ámbar brillantes. Esos mismos ojos que aún la atormentan en sus recuerdos, los mismos que vio la pasada noche en que su madre murió. Su pecho se aprieta con una furia latente. Uno de ellos… uno de estos hombres es el asesino de su madre. Aprieta la mandíbula, sintiendo la tensión recorrer su cuerpo. S
Elara camina junto a Matías por los pasillos del palacio, dirigiéndose a los aposentos de la Madre Luna. A cada paso, su mente sigue atrapada en la conversación con el rey Aleron, en todo lo que ha descubierto y en lo que aún le cuesta aceptar. Su cuerpo está en movimiento, pero su mente sigue repasando una y otra vez la historia que él le ha contado. Al cruzar el salón del piano, el sonido del eco de sus pasos reverbera en las paredes altas y adornadas. Todo aquí parece tan majestuoso y antiguo, como si cada rincón estuviera impregnado de historias que aún no conoce. La tenue luz de la luz mañanera baña las esculturas y las pinturas con un resplandor dorado, dándole al lugar una atmósfera solemne. Siguen avanzando hasta el lado derecho del salón, donde se abre un pasillo que, a simple vista, parece idéntico al que lleva al salón del trono del rey. Sin embargo, al adentrarse en él, Elara percibe una diferencia crucial: las paredes de este pasillo están adornadas con retratos de las
Elara recorre la habitación con la mirada, sintiendo cómo la curiosidad le cosquillea bajo la piel. Si hubiera un pasadizo secreto aquí, ¿dónde estaría? Sus ojos se detienen en el gran armario de madera oscura, alto y robusto, con tallados antiguos en las puertas. ¿Podría una de esas tablas esconder una entrada? Luego, observa la alfombra tejida a mano que cubre parte del suelo; tal vez debajo de ella haya una trampilla. Se fija en la chimenea de piedra que apenas calienta la estancia. ¿Y si uno de los ladrillos, al presionarlo, activa un mecanismo? También contempla el tocador cubierto de frascos y perfumes, preguntándose si algún espejo se desliza para revelar algo más. Incluso la cortina pesada que cae desde el techo al rincón izquierdo le parece sospechosa por un instante. Este lugar parece construido para guardar secretos…, y ella no puede evitar sentir que, en cualquier momento, las paredes podrían abrirse y mostrárselos.—No está en esta habitación —dice Evelyn, interrumpiendo
Elara observa en silencio a la mujer que se sienta junto a ella, al borde de la cama. Evelyn mantiene los dedos entrelazados sobre el regazo, la mirada perdida en algún punto invisible, con una expresión ausente, casi melancólica. En ese instante, Elara lo comprende: Evelyn no está aquí por deber… está aquí por amor. Ella no. Ella está aquí porque fue arrancada de su mundo, arrastrada entre sombras y secretos, y ahora se aferra a esta venganza como única razón para respirar. No vino a buscar esposo, ni redención. Se quedó para descubrir quién asesinó a su madre y para hacerle pagar… de la peor forma. Ese escondite, ese pasadizo oculto bajo el palacio, no es un simple refugio. Es parte de su estrategia. Un lugar desde donde podrá observar sin ser vista. Planificar y concentrarse en sus estrategias, para luego atacar sin previo aviso. —No entiendo del todo —dice de pronto, rompiendo el silencio—. ¿Qué diferencia hay entre una Madre Luna y una SuperLuna? Evelyn gira el rostro hacia e
Año 1890 La noche se viste con un manto azul profundo, y el cielo de Australia se transforma en un lienzo de luz mágica y sobrecogedora. Sin previo aviso, un fenómeno lunar sin parangón se desvela: una superluna azul se eleva en todo su esplendor, bañando el mundo con un resplandor radiante. Su presencia es un espectáculo raro y majestuoso, desplegando matices plateados y azules que parecen susurrar secretos antiguos al viento. En su fase más grandiosa, la luna derrama una luz luminosa y suave que acaricia cada rincón del paisaje, convirtiendo el bosque y las colinas en un tapiz vibrante de sombras y destellos. Bajo este cielo inusual, una pequeña cabaña de madera se encuentra aislada en la serenidad del campo. Las paredes de la cabaña, de madera envejecida y rugosa, parecen abrazar la luz lunar, reflejando un brillo cálido, casi sagrado. En el corazón de esta cabaña, una madre se encuentra en las últimas etapas de un parto arduo. A su lado, una partera de rostro sereno y manos expe