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Malas Noticias

Las horas de aburrimiento masivo con este señor horrendo y calvo se han vuelto agotadoras. No ha parado de hablar sobre los campos biológicos de la botánica, la zoología y la medicina. Ya me tiene harta con tanta palabrería. Mis parpados se han vuelto un problema puesto que lucho con ellos con cada segundo transcurrido.

Me levanto decidida a dejar la clase ignorando los llamados del profesor. Si me fuera de casa no tendría que lidiar con esto. No es como si me molestara estudiar, pero odio que todos me señalen como la chica rara. No encajo aquí, de hecho no encajaré nunca en ningún lado, eso lo tengo bastante claro.

Me encamino hasta las gradas de la cancha de baloncesto, y una vez allí me coloco los auriculares aumentando el volumen de mi ipod a su máxima capacidad. They Dont Know About Us se escucha en mi reproductor, y río con ironía ante lo absurdo que resulta el escuchar canciones de amor cuando no entiendo de que va tal sentimiento.

¿El amor? El amor no es más que un sentimiento pasajero y sobrevalorado que carece de razón y control, muy diferencia de la tristeza, ese si es un sentimiento eterno, uno que permanece recordándote infinidad de veces lo que con esfuerzo te has propuesto olvidar. De pronto mis parpados comienzan a cerrarse y por costumbre apoyo mi espalda en el material de hierro, convirtiéndolo así en mi sitio de reposo.

Mi cuerpo se tambalea, me sobresalto con el sonido de un silbato. Me toma unos segundos reponerme del adormecimiento de mi cuerpo. No me cuesta mucho tiempo notar que mis audífonos de alguna manera se han rodado de mis oídos, y que las canciones no han dejado de reproducirse. ¿Cómo rayos pudo pasar eso? Escucho los balones rechinar contra el piso de madera de arce, significando claro que es hora de salir.

Son casi las doce del día y puedo deducir que mis clases ya culminaron, en otro momento de mi vida eso me hubiera alarmado, pero tomando en cuenta que llevo haciendo esto la gran parte del transcurso escolar, no me preocupa ser sancionada por la directora. Esa bruja puede besar mi trasero―digo para mí misma.

    

El camino a casa se hace más rápido de lo habitual, y lo primero que hago al llegar es dirigirme a la cocina. Estoy muriendo de hambre y mi estómago no para de gruñir. Rápidamente devoro un plato de cereal y al terminar dejo pulcro el pequeño desorden que hice. No tengo ganas de discutir con Elizabeth por una tontería así.

Subo con prisa las escaleras rumbo a mi habitación, sin embargo me toma por sorpresa el ruido que proviene de la oficina de mi padre. No quiero creer que el hombre se encuentra allí, ese jodido despacho sólo permanece en funcionamiento cuando está en casa. Apresuro el paso tratando de evitar a toda costa toparme con él. No me apetece escuchar los reclamos y ataques de moralidad que olvidó darme esta mañana, pero me resulta imposible llegar a mi habitación una vez que logra dar conmigo y lo escucho gritar ¡Joder!

―¡Brittany Braun! ¡¿Dónde demonios estabas metida?! ―permanece a poca distancia del primer escalón con sus ojos inyectados de ira.

―En el instituto, ¿a dónde más supones que iba a ir?

―No me mientas ―reclama―. La directora llamó asegurando que sólo acudiste a tus primeras horas de clase, y que sin embargo, saliste de ella antes de culminar. Te exijo que me digas dónde demonios estabas.

No oculta su mal humor, y me quejo internamente por tener que aguantar las ganas de ignorarlo.

―Esta vez no me salté las clases porque quise ―me encojo de brazos tranquila―, me quedé dormida en la cancha de baloncesto.

―¡Maldita sea Brittany! Estoy cansado de tu comportamiento y de tu cinismo ―vocifera pasándose simultáneamente las manos por su cabello―. Hija, sé que desde que murió tu madre todo a cambió y que últimamente no permanezco mucho tiempo aquí, pero este comportamiento no te traerá nada bueno.

―¡A mamá no la metas en esto! ―bajo los escalones hasta llegar a su altura dispuesta a enfrentarlo―, tú no sabes nada, lo único que hacías era discutir con ella, no hacías más que gritarle todo el tiempo.

Estoy harta de que por todo quiera sacar a mamá.

―Su muerte para ti fue un alivio ―parpadea rápidamente y da dos pasos atrás como si lo hubiera empujado.

―¿Cómo te atreves a decir eso? Tu madre...

―Mi madre nada ―lo interrumpo―. Tú la mataste, por tu culpa está muerta y no va a volver jamás ―por esa m*****a pelea mamá sufrió ese ataque de epilepsia, él la mató― ¿También me matarás? Si tanto te cansa mi comportamiento deberías hacerlo, no sería muy difícil deshacerte de mí también ¿no es así?

Mi cara de rabia se convierte en una cara de sorpresa y de dolor una vez que su mano se cruza en mi mejilla

¡Joder! Nunca me había abofeteado, me había gritado, castigado, encerrado, pero nunca en toda mi jodida vida había ejercido la violencia física conmigo.

―Solamente esto te faltaba ―sonrío con decepción cubriendo mi mejilla con la parte exterior de mí muñeca―. Ahora puedes enterrarme junto con ella.

Subo a mi habitación a grandes zancadas azotando con fuerza la puerta de esta, gruñendo de frustración y acurrucándome en mi cama ¿Qué es lo que le sucede? ¿Cómo se atreve a golpearme? La mejilla me duele como nunca me había dolido. Mis manos presionan la tela bajo la almohada palpando algo más. La foto de mamá que siempre guardo debajo de esta. Contemplo la fotografía con nostalgia. Los pocos recuerdos de ella vuelan a mi mente como un flashback. Son muy pocas las memorias en mi cabeza pero son las suficientes como para no olvidarla.

Todavía puedo sentir el suave roce de sus manos sobre mi cabello cuando lo peinaba, y el olor a rosas del perfume que siempre usaba. Básicamente podrían ser detalles insignificantes para otras personas, pero no lo son para mí. Esos detalles son precisamente los encargados de mantener esa imagen viva y latente, así como lo son las notas musicales que de su guitarra.

¡Cómo la extraño! ¡Cómo me gustaría que estuviera aquí!

Las lágrimas descienden desde mis parpados hasta mis mejillas, y de allí ruedan hasta mi cuello humedeciendo las sabanas. Abrazo la foto llevándola a mi pecho intentando frenar el dolor de permanecer en una vida llena de angustia y sufrimiento. Siento que si de alguna manera la convivencia con mi padre fuera más tolerable, el sentimiento de pérdida no sería igual y su presencia y cariño podrían disipar un poco la soledad, pero eso es imposible, Harold nunca cambiará.

Tomo una larga respiración al sentir la falta de aire, con la mano en mi pecho intento regular los latidos de mi corazón. Lo que menos necesito ahora es un ataque de ansiedad.

Me levanto hacia el baño aun con las mejillas húmedas, me enjuago el rostro observando tras el espejo las ojeras que permanecen y se aferran a la piel bajo mis ojos. Están allí desde que tengo memoria. Normalmente tengo periodos como anoche en los que no duermo, a veces ni siquiera me esfuerzo en irme a la cama e intentar dormir, y otras, solo veo televisión o leo un poco hasta que amanece. Debido a eso suelo quedarme dormida en el instituto, creo que logro dormir un poco más allá porque todo en esta casa me recuerda a mi madre.

Recuerdo que le recomendaron a mi padre una rápida mudanza tras el fallecimiento de mamá, sugirieron que sería lo más práctico para evitar las pesadillas, pero se rehusó. Estuvo al pendiente de mis malos sueños hasta que cumplí los siete años, después de eso no volvió a aparecerse por aquí. Hasta donde sé, cree que ya no suelo tenerlas. Me encargué de eso cuando cumplí los once y le hice prometer a Elizabeth no mencionarlo.

El gruñido de mi estómago me distrae de mi laguna mental y por un momento siento la necesidad de bajar de nuevo a la cocina, pero la punzada de frustración me impide hacerlo. Podría estar ahí―añade mi subconsciente. Tiene razón, mi padre podría aparecer y no me apetece topármelo otra vez.

La tarde pasa con prisa y me distraigo leyendo "Cincuenta sombras de Grey" Esta trilogía sí que me ha enganchado, quiero imaginar que es causa del angustiante pasado de Christian que no deja a la vista en esta primera entrega, pero seguramente mi gusto por él se deba a su jodido carácter y su forma tan posesiva de amar a Ana.

    

Son pasadas las nueve y cuarto de la noche, estuve leyendo demasiado esta vez. Mis parpados se sienten adoloridos y mi estómago se rehúsa a permanecer sin alimentos.  No ha parado de gruñir y contraerse, de seguir así, comenzaré a pensar que tiene vida propia.

Me remuevo buscando alguna posición más cómoda ignorando el crujir de mi abdomen, y cuando creo encontrar la postura perfecta el rechinar de la puerta suena distrayéndome.

Nota mental: "Cerrar la puerta con seguro"

―¿Qué?

―Ah… mi niña, ¿no comerá? ―pregunta insegura.

―No lo haré Elizabeth.

Mi estómago gruñe expresando su disgusto, y sé que me arrepentiré de esto. Ya es bastante malo que no duerma como para que ahora deje de comer, pero no quiero lidiar con ella. La conozco demasiado bien, si vino a buscarme es porque pretende hablar y no quiero hablar con ella.

―Pero niña...

―Basta, ya vete... ―gruño.

Respira profundo y cierra la puerta un tanto afligida, eso basta para hacerme sentir mal. Sé que no tiene la culpa de mis traumas ni de mi frustración emocional, pero el simple hecho de querer inmiscuirse en mis asuntos me estresa.

Doy un último respiro antes de irme a la cama con la esperanza de dormir corrido y poder descansar; y con los parpados cerrándose solos me dejo envolver en los brazos de Morfeo.

Me remuevo, tiemblo sujetando fuertemente la suave tela que me envuelve. Me despierto aturdida y asustada. Otra pesadilla más―una de tantas―mis ojos se fijan en la noche sombría, y me levanto directo a la terraza con la intención de tocar un poco la guitarra de mamá, esa que se ha convertido en mi única alternativa para controlar mis ataques de ansiedad. Recuerdo que luego de fallecer comenzaron los ataques de pánico y la depresión, incluso la ansiedad se volvió más constante.

Trato de ignorar el frío que penetra mis huesos mientras me siento al borde del balcón, posiblemente el frío me mantenga despierta por las próximas horas. Hacer esto cada que tengo pesadillas se ha vuelto mi mecanismo de defensa, normalmente lo hago aquí o como ayer, voy al jardín y contemplo el amanecer durante un rato, lo que resulta un alivio. De no haber aprendido a tocar no sabría cómo enfrentarme al insomnio.

Luego de media hora me levanto hacia la ducha. Una vez lista bajo con cierta molestia hacia la cocina. Jadeo frenando mi camino y mi enojo acrece en cuanto me percato de la figura robusta y elegante que permanece sobre una de los taburetes bebiéndose un café.

Vuelvo a sentirme extrañada. Es raro que esté aquí, nunca desayuna en casa, ya van dos días seguidos que sucede esto y está empezando a preocuparme. Me concentro en ignorarlo y camino directo al refrigerador.

―Buenos días hija ―lo escucho decir.

Para ser honesta no tengo ganas de responder y no creo que sea muy inteligente comenzar una discusión teniendo el estómago vacío. Sigo enojada por el ataque de ego paternal que decidió tener después de trece años, sin contar que la mejilla aún me arde.

Siento su mirada seguir mis movimientos y tras varios segundos esperando mi respuesta que no llega, vuelve a hablar.

―¿No piensas hablar conmigo? ―continuo preparándome un sándwich.

Logro escucharlo levantarse de su lugar, y sintiendo el silencio inundar la habitación pienso que no dirá nada, pero continua.

―Brittany, esta noche te vas a  Londres.

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