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Escape Fallido

Mi padre le da las gracias por última vez y vuelve a pedirle disculpas por la hora antes de salir de allí. Una vez fuera mis ojos buscan a la tal Emily, quien creo se encuentra sentada frente al escritorio que hace media hora se encontraba vacío ¿Acaso esta gente no duerme?

―El director me dijo que te pidiera mi horario y mi uniforme ―me acerco tratando de sonar lo más educada posible.

―Por supuesto ―ella se levanta dándole una rápida mirada a mi padre quien permanece un poco alejado tecleando en su celular, vuelve su atención a mí y sonríe antes de irse al estante de gabinetes cerca de una de las plantas enormes al final del pasillo.

Mientras se toma su tiempo la observo sin expresión alguna. Alta, con cabello negro muy corto, viste una falta ajustada color carmín que llega más abajo de sus rodillas, su camisa blanca por otro lado se ciñe a su cuerpo con suavidad.

―Por la llave de tu habitación no te preocupes, los únicos que tienen esas llaves son miembros autorizados, ya que no se les permite a los estudiantes tener las puertas con seguro ―me extiende dos paquetes envueltos de papel tisú y vuelve a su asiento resonando sus tacones de aguja.

Camino sin darle las gracias pasando frente a papá que me sigue desde atrás mientras intento localizar mi habitación, habitación que compartiré con siete desconocidas según lo que dice el documento pegado sobre el primer paquete―vaya suerte.

Ignoro la incomodidad que se siembra sobre mi piel y continuo buscando la dichosa habitación. Minutos después doy con ella y al llegar a la puerta mi padre no pierde tiempo para abordarme.

¿Después de esto se acabó? ¿No lo veré más?

―Hija enserio hago esto por tu bien, es lo mejor para ti.

―¿Lo mejor para mí o para ti? ―sus ojos no se inmutan, no expresan nada de emoción.

―No comiences, ya no hay marcha atrás. Te estaré llamando para ver cómo va todo ¿sí?

―No te preocupes por mí, lárgate. Después de todo no tengo que importarte mucho como para que me dejes en este maldito internado a miles de kilómetros de ti.

―Eso no es así ―se acerca un poco provocando que mi cuerpo se tense―.  Si tan solo te pusieras en mis zapatos por un instante, entenderías que esto me duele también a mí. Eres mi hija ¿Cómo crees que me siento con esto?

―Pues feliz ¿no? Al fin y al cabo para ti no fui más que un estorbo durante años ―digo molesta.

―Brittany por favor, eres lo más hermoso que tengo ¿Cómo puedes decir eso?

―¡Oh! Entonces todas las veces que jamás fuiste a mi habitación a darme las buenas noches ¿me las imagine? Las veces que pasabas horas en el estudio y no salías a cenar para no verme ¿También fueron imaginaciones mías? Cuando te ibas a los cócteles y me dejabas en casa sola porque te avergonzabas de tenerme como hija ¿Me las estuve imaginando? ―niego con la cabeza y con ojos llorosos―. No mereces que te llame padre, la única que ha estado conmigo en todos estos años ha sido Elizabeth. La única que ha soportado mis pataletas e incluso las humillaciones ha sido ella, no tú.

El hombre retrocede como si estuviera herido, intenta decir algo pero vuelve a callar y camina hacia Richard que se mantiene lo suficientemente alejado como para no haber escuchado. Sin esperar más tomo los paquetes con fuerza contra mi pecho y entro sin volver la mirada.

Respiro entrando a la flamante habitación que permanece a oscuras. Resoplo por lo bajo contando las ocho camas que ocupan la mayor parte del espacio. Ocho chicas permanecen aún dormidas sin darse cuenta de mi presencia. Mis maletas continúan a un pie de la escalera y enarco una ceja sorprendiéndome de la eficacia de los empleados de este lugar. Dejo los paquetes encima de ellas, doy un largo suspiro y finalmente me siento sobre uno de los sillones de color salmón. La probabilidad de permanecer aquí más de veinticuatro horas es totalmente nula. La ansiedad nubla mi juicio, y la constante agitación de mi pecho me obliga a reaccionar.

Nadie además el director me conoce, si me voy ahora nadie se dará cuenta y para cuando lo noten seguramente estaré muy lejos de aquí. Tomo mi mochila nuevamente satisfecha de haber empacado lo necesario y camino con ella fuera de la habitación.

Si el director y su secretaria están despiertos a esta hora, el personal también lo estará. Para mi suerte aún es de madrugada.

Con rapidez bajo las escaleras al primer piso. Paseo mi vista hacia los lados con cuidado de no ser vista por nadie, y freno en seco al llegar a las escaleras tras vislumbrar a un hombre uniformado pasear a unos pasos de mí. Retrocedo de inmediato y el tropiezo con mi propio pie me hace caer

¡Diablos! Por poco y me ve, debo tener más cuidado―me digo reincorporándome.

El bombeo de mi corazón comienza a normalizarse, y es cuando mis ojos dan con un ventanal que me acerco a él con intenciones de salir por allí. Verifico la distancia que hay entre el jardín y la ventana,  maldigo para mis adentros por lo peligroso que se ve.

¡Demonios! No se supone que entre un piso y otro haya mucho distancia, ¿verdad? ―me quejo mientras dudo durante un rato. De pronto me tenso, y jadeo al escuchar el sonido de un silbido acercarse. Sin pensar abro el ventanal, arrojo mi mochila y cómo puedo comienzo trepar. No mires abajo, no mires abajo―me repito sosteniéndome del umbral con cuidado de no soltarme. Intento llevar mi pie hacia la ventana de abajo, eso hasta que siento el mismo resbalarse y mis manos se sostienen del borde dejando mis piernas en el aire. Mis dedos sudan y mi pecho se comienza a hinchar. Respiro tratando de no soltarme pero los nervios y la ansiedad de ser descubierta me impide mantener el equilibrio. Caigo percibiendo un frio colarse sobre mi pecho. Tapo mi cara con temor.

Ya morí―es lo único en mis pensamientos. Doy un respiro y espero el golpe pero nunca llega, contrario a eso me encuentro en perfectas condiciones. Mi piel erizarse.

¡Joder! Basta de locuras, casi muero por mi estúpida imprudencia―me riño a mí misma.

Mi respiración comienza a regularse y tras varios segundos una oleada de electricidad penetra sobre mis huesos. Jadeo abriendo mis ojos y sintiendo la presión de unos brazos fuertes sobre mi cintura me alarmo.

Poco a poco el dueño del agarre me deja en el suelo permitiéndome sentir la grama bajo mis zapatos. Intento deshacerme de la ansiedad y el constante ardor que se asoma en la boca de mi estómago, pero no puedo. No con la ligera respiración desconocida sobre mi cuello. Ese cálido aliento sobre el lóbulo de mi oreja hace que mi piel se estremezca seguida del temblor de mis piernas que luchan por mantenerse en equilibrio.

―¿A dónde cree que iba señorita? ―la voz gruesa tras provoca una electricidad que nunca antes había experimentado, mis manos sudan.

Los nervios toman el control de mi cuerpo. Mi primera opción es salir corriendo, pero sus manos todavía sujetan mi cintura. Refunfuño al darme cuenta que no tengo más opción que volverme. Con la poca valentía que me queda y las putas ganas de huir giro nerviosa. Al hacerlo de inmediato me arrepiento. Abro mis labios ligeramente quedando estática sobre mis pies percibiendo así un ardor invadir mis mejillas.

Son de un verde Kelly, unos hermosos ojos color verde Kelly me observan  expectantes. Son los ojos más bonitos que alguna vez haya visto. Mi mirada se concentra en los rasgos de su rostro. Sus labios son de un color rosa y de aspecto carnoso, su barbilla varonil es cubierta por una ligera capa de vellos y su cabello castaño oscuro y lacio se mantiene despeinado, combinando a la perfección con ese semblante fresco y masculino. Su nariz ¡Diablos! Su nariz es perfecta, es recta y perfilada; y del tamaño perfecto procedente de ese rostro que no dejo de ver. Una sensación que no había experimentado antes me recorre de los pies a la cabeza. Me transformo en un manojo de nervios.

Es el hombre más guapo que he visto.

Estoy literalmente tiesa, no dejo de observarlo. Inconscientemente muerdo mi labio inferior con la mirada puesta en esos ojos profundos que no dejan de mirarme curiosos ¡Joder! Juro que mi cara arde, esto nunca me había pasado y el parece también notarlo porque al intentar decir algo y volver a cerrar mis labios, su sonrisa se extiende con arrogancia haciendo que me aparte empujándolo.

―¡¿Qué demonios crees que haces?! ―intento ocultar mi rubor y el nerviosismo que me recorre.

―Vocabulario señorita, y eso debería preguntarle yo ―sus ojos hermosos logran distraerme un poco, pero me concentro nuevamente.

―Bueno… yo ah… ―de la nada comienzo a tartamudear y maldigo quejumbrosa. Eso no es procedente de mí, nunca había estado tan nerviosa.

¿Qué te pasa Brittany trata de concentrarte? ―me pregunto a mí misma desconcertada.

―Estaba viendo por la ventana… y… ah resbalé. Resbalé, eso fue lo que pasó.

¿En serio Britt eso fue lo mejor que se te ocurrió? ―mi subconsciente se asoma burlona.

El fruncir de su ceño se ensancha, es obvio que no me cree, sus labios por otro lado se estiran en una pequeña sonrisa divertida luego de varios segundos.

―Bueno, estas no son horas de estar despierta, de hecho, esa es una de la normativas.

―Soy nueva, no lo sabía ―me justifico de inmediato notando algo diferente en su tono de voz, algo en él parece diferente, su acento no es británico.

―Siendo nueva con más razón debería saberlo ―espera unos segundos y me inspecciona de arriba abajo―. Su nombre.

―Brittany Braun ―digo enseguida sin poder evitarlo. Logra ponerme los vellos de punta.

Arruga su frente aún más y vuelve a mirarme con detenimiento. Tiemblo bajo su mirada. Se detiene en mi rostro, lo inspecciona como queriendo encontrar algo para luego retomar su posición inicial.

―Debería irse a dormir, como ya dije no puede estar fuera de su habitación a estas horas ―fija la mirada en el reloj de oro en su muñeca dándome un excelente vista de sus brazos, esos que hace nada me cargaron.

―Dígame la verdad ¿Qué hace a esta hora afuera de tu habitación? ―pregunta.

Vellos, también tiene vellos en sus antebrazos. Su camisa de botones está perfectamente remangada hasta sus codos: es una camisa de tela fina, lo sé porque mi padre también suele usarlas. Es de color blanco y el cuello de esta está perfectamente doblado, le queda ajustada. Podría deducir sin equivocarme que está en forma y las venas en sus manos no hacen más que comprobármelo. Es alto, es mucho más alto que yo. También lleva un pantalón negro no tan ajustado y calza unos zapatos negros de agujetas.

Está buenísimo―sonrió ante aquel pensamiento. Nunca había pensado así de un chico, mucho menos de un hombre, debe de tener unos veintisiete o veintiocho años a lo mucho.

―¿No me piensa responder? Le hice una pregunta ―parpadeo un poco ante la impresión

¿Cuánto tiempo llevo observándolo? De pronto me doy cuenta de mi ignorancia, llevo no más de veinte minutos con este hombre y no sé quién es.

―¡¿Y tú quién eres para darme ordenes?! ―el no parece contento con mi repentino cambio de tono pero me importa una m****a, le di mi nombre, estuvo inspeccionándome cuanto tiempo quiso, me estuvo regañando y yo sigo sin saber quién es.

―Soy Blake Campbell: Mano derecha del director de este instituto, miembro de la junta directiva, profesor de historia y ahora tu profesor.

¡Diablos!

"Ahora tu profesor" Esas palabras se repiten en mi cabeza una y otra vez. No es posible que de todas las posibilidades existentes, hubiera sido atrapada precisamente por un profesor.

Nada de lo que planee está resultando como esperaba.

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