—La hija mayor del Grupo López, Adriana López…… —respondió, sin pensarlo, el representante de la asociación.Don Lorenzo, que hasta ese momento había mostrado total desconfianza, se relajó un poco.—Ah, ¿ella? Muy bien… Que venga a explicarme —ordenó.El representante de la asociación quedó sorprendido, pero no se atrevió a preguntar por qué. Rápidamente envió a alguien a buscar a Adriana. Cuando ella llegó, Don Lorenzo, giró su silla para darle la espalda. Qué inusual.Adriana no perdió la concentración y, con una ligera sonrisa, dijo:—Don Lorenzo, vine a hablarle con la mayor sinceridad. Sobre la inesperada presencia de periodistas, necesitaré tiempo para investigar qué sucedió exactamente, pero puedo asegurarle que no fue idea mía contactar a la prensa. Todo el mundo en la industria sabe que usted detesta las entrevistas. Si yo tuviera algo de sentido común, jamás habría tomado una decisión tan imprudente que me perjudicara a mí misma.Él sonrió sarcásticamente:—De tu sentido comú
Adriana analizó la expresión de Gracia, mientras pensaba en silencio.En Marépolis, a Gracia los mosquitos le habían picado la cara hasta dejársela hinchada. Teniendo en cuenta el temperamento de Gracia, no iba a olvidar eso fácilmente. Pero ahora, que se volvieron a encontrar, Gracia ni siquiera se atrevía a mencionarlo. ¡Eso solo podía significar que no tenía la consciencia limpia!Eso también confirmaba que quien había ordenado empujarla al agua había sido Gracia, entonces lo que le pasó en la cara se lo tenía bien merecido. Ahora la familia Guillermo y la familia Blanco seguían peleando entre ellos, agotados y en crisis.—Esta tienda de abrigos es de lo más exclusivo, todo vale un ojo de la cara. ¿Vienes solo a ver cosas que no puedas comprar? —Gracia intentaba transformar toda su frustración en burlas hacia Adriana.Aunque la familia López no eran unos don nadie en Costa Sol, desde la muerte del padre de Adriana, su empresa había empezado a caer en picada. Gracia apostaba que Adri
El viejo se calmó al ver a Adriana, y dijo:—Acabo de llegar, salí a dar una vuelta.Recordando que en el armario del viejo había varios abrigos, Adriana supuso que a alguien cercano a él probablemente le gustaban mucho. Se acercó y le dijo en voz baja:—Si necesita comprar un abrigo, puedo llevarlo a la tienda de un sastre de confianza. Las cosas aquí son lujosas, pero no prácticas. Yo solo estoy comprando para aparentar.El viejo se echó a reír y asintió.—De acuerdo, pero espéreme un tantico. Iré a probarme algo de ropa —dijo ella, y luego se volvió hacia la dependienta.—A este señor yo lo conozco, por favor, atiéndanlo bien.—Por supuesto.Al ver que Adriana resolvía el conflicto, las dependientas se sintieron aliviadas. Algunas comenzaron a atender al viejo y lo llevaron hasta un sofá afuera para que esperara.—¡Ja, ja, ja!Gracia estaba al lado, mostrando aún más desprecio mientras se burlaba:—¡Lo sabía! No puede pagar nada.Luego, se dio la vuelta y escogió algunos abrigos, di
Adriana abrió los ojos, algo intrigada.Pero sabía que, aunque los empleados quisieran hacer algo contra Gracia, no se arriesgarían a perder un cliente. Entonces, ¿en serio había alguien que había comprado todos los abrigos a su nombre?Eso debió haberle costado un ojo de la cara…Le pidió a la dependienta que envolviera el abrigo amarillo que tenía puesto para llevárselo. Aprovechó la ocasión para preguntar en voz baja al gerente qué había pasado, pero él solo respondió que un hombre había comprado todos los abrigos para ella, sin revelar su identidad.Después de empacar el abrigo, las dependientas y el gerente se despidieron respetuosamente de Adriana y el viejo.Aunque aún no entendía quién podía haber sido tan generoso, Adriana decidió no desperdiciar la buena intención de ese cliente anónimo frente a Gracia, por lo que salió con la cabeza en alto y una cara de presumida:—Esta compra se la anotas en la cuenta de esa dependienta que me atendió. —dijo señalando a la empleada amable
Adriana estaba atónita por la cantidad de abrigos, pidiendo ayuda a las sirvientas para organizar los abrigos y vestidos en el vestidor. Ni siquiera notó la expresión molesta de José.Media hora después.El vestidor estaba medio organizado. Adriana dejó que las sirvientas se retiraran para descansar, con la intención de continuar al día siguiente. Una vez sola, con las manos en la cintura, miró el espacio lleno de vestidos y abrigos, y suspiró con resignación.Antes de irse, el anciano le había dado su número de teléfono, diciendo que la buscaría. Pero ¿cuántas fragancias tendría que ayudarle a hacer para pagar semejante deuda?Dio la vuelta, pensativa, y de pronto se llevó un gran susto.—¡Ah!De no haber caminado despacio, habría chocado con José, que estaba como una estatua apoyado contra la puerta del vestidor, mirándola fijamente.Adriana dio un brinco y preguntó:—¿Qué haces aquí?—¿No puedo estar aquí o qué? —respondió él con otra pregunta.Era su casa, claro que podía estar all
Durante los veinte minutos en la ducha, Adriana estuvo bastante nerviosa.Pensó que si en verdad podía, escaparía por ahí y evitaría a José.Pero al final, abrió la puerta del baño y salió. Aunque sabía que en el dormitorio la esperaba un hombre aterrador, sabía que escapar no resolvería nada.Sin embargo, cuando caminó al cuarto con el corazón acelerado, no encontró a José en la cama. En su lugar, en el banco a los pies de la cama había una nota:Te lo recuerdo: mi paciencia no es infinita.Adriana leyó la nota y no pudo evitar sonreír.José siempre decía que no tenía paciencia con ella, pero estaba siendo el hombre más paciente del mundo.Ella lo sabía bien; si esa noche él hubiese insistido en dormir juntos, no habría tenido razones para rechazarlo.Pero al final, él respetó su decisión.Adriana se sentó en la cama, sonriente y un poco sonrojada. De alguna manera, él la hacía sentirse demasiado dramática...Al día siguiente por la noche.La conferencia de prensa del concurso de frag
Elena acababa de alejarse cuando varias personas se acercaron para saludarla. Adriana los observó; parecían ser empleados del Grupo Blanco.Javier, el padre de Elena, nunca había logrado establecer una conexión con el Grupo Blanco, entonces, ¿por qué sus empleados parecían respetar tanto a Elena? ¿Será que quizás…?Adriana se sintió extraña, recordando aquella noticia sobre la amante de Christian. La mujer en la foto, que se parecía mucho a ella, ¿podría ser Elena?Ahora entendía cómo Elena había logrado infiltrarse en un evento tan importante en la industria de la perfumería.Adriana empezó a comprender la situación.Fue con prisa hacia la puerta del salón, sacando su teléfono para pedir ayuda. Pero, de repente, sintió un mareo intenso y su teléfono se le cayó de las manos.Su cuerpo tambaleó y casi se desplomó. Una camarera atenta corrió hacia ella y le preguntó:—Señorita, ¿se encuentra usted bien?Adriana miró a la camarera, pero no se atrevió a explicar lo que le ocurría. No estab
Adriana estaba echa un manojo de nervios y no sabía qué hacer.No tenía fuerzas. Aunque pudiera trepar por la ventana, si saltaba desde esa altura, sin duda moriría.Pero en la habitación había un maldito pervertido decidido a no rendirse.Era una situación de la que no podía ir ni para adelante ni para atrás.Adriana apretó los puños. Justo en ese momento, Christian, que se había levantado otra vez del suelo, volvió a lanzarse hacia ella, murmurando:—¡Uy mamacita! ¡Eres la mujer más bella que he visto! Vamos, sé que quieres.Esta vez, Christian tenía bien calculado su movimiento, y Adriana apenas pudo esquivarlo.En ese momento crítico, la puerta de la habitación fue derribada con un estruendo.Una figura alta y esbelta entró como un relámpago. En un instante, llegó junto a ella. Antes de que Adriana pudiera alzar la vista para ver quién era, vio cómo Christian era derribado de una patada, chocaba contra la pared y caía al suelo como un costal de arena.Un segundo después, otras pers