—Me preocupa cómo estás fumando, primo. —Giró unos segundos a verlo—. ¿No estabas queriendo dejarlo?
—Sí, estaba —afirmó—. Llevó un mes con esta que se me acaba, pero la situación me está alterando. Necesito mi nicotina.
—Quizás deberías buscar un vicio más sano —comentó comillando las últimas palabras.
—No me regañes que no soy tu hijo —protestó.
—Mis hijos son más educados que tú —bromeó carcajeando—. Esa mujer acabará contigo.
La mujer se retiró sintiéndose orgullosa de su actuación, era eso o Milagros era demasiado ingenua para darse cuenta de lo que estaba sucediendo en esa casa. No quiso darle vuelta al asunto, así que decidió seguir interpretando su papel. Cortó los trozos de carne del platillo que había preparado y los llevó hacia el comedor donde ya se encontraba Alan esperando la cena. A Milagros no le gustó demasiado el hecho de tener que cenar los dos solos, y se lo hizo saber. —¿Por qué esta noche no cena tu personal con nosotros? —Porque no se me da la gana —espetó de mala manera. —O sea, que esto sigue siendo bajo tus reglas —espetó arqueando una ceja. Él simplemente calló—. Te dije que no quería volver a estar a solas contigo. —En
—¿Qué dices Alan? —preguntó la pintora.—Necesito… —Se escuchó la voz del joven en un hilo—. respiración… boca a… boca.—¡Qué imbécil! —Escupió molesta alejándose de él a la vez que palmeaba con bronca su hombro, por lo que el arquitecto se quejó—. Me habías asustado —indicó y al pestañear unas lágrimas cayeron de sus ojos—. No bromees con esas cosas. —Se levantó.—¿Qué sucedió? —inquirió Anne ingresando preocupada.—¡Ojalá se hubiese muerto! —masculló Milagros retirándose de la sala.<
—No puedo creer lo que me estás contando —espetó con las cejas elevadas—. ¿Estás segura que es real? ¿El arquitecto se enamoró de ti? —La pintora se mostró ofendida por las preguntas—. Solo te pregunto por lo que pasó hace casi una semana, él no quería irse.—Ya sé que Alan había dicho que no se iría bajo ningún motivo. —Mordió su labio inferior—. Pero se sintió sincero.—¿Entonces se besaron?—Sí, dos veces. —Bajó la mirada apenada.—¡Vaya! Cómo pueden cambiar las cosas.—Aún así dudo un poc
—Llevalos al parque, ya salgo —dijo coléricaLos tres salieron rápido del lugar.—Milagros —espetó el joven levantándose, mientras reía sarcástico—. ¿Qué sucede?—¿Cuál es la gracia? —inquirió mordiendo sus dientes totalmente molesta.—¡Lo siento! —Arqueó una ceja—. ¿Te avergoncé?—Ni siquiera intentes hacerlo —vociferaba mientras movía efusivamente sus brazos para todos lados.—¡Cálmate quieres! —ordenó tranquilo el hombre.
Cuando la pintora se quedó completamente sola, arrojó todo el peso de su cuerpo sobre el respaldo del sofá totalmente desinflada y con un sabor agridulce en todo su ser. No podía ser que Alan pudiera producirle sentimientos tan antagónicos, y por un momento se arrepintió de la estrategia que había utilizado, aunque ya era tarde.Lo único que la podría regresar a su eje luego de aquel intenso día, era pintar. Así que decidió ir hacia su atelier y encerrarse hasta lograrlo. Tomó un lienzo en blanco y comenzó a trazar algunas líneas con tiza negra para luego pintarlas. Hasta que no finalizó, no se alejó del cuadro y al hacerlo se dio cuenta de lo que había pintado, no era para nada su estilo.Un atardecer con sombras chinescas simulan
A la mañana siguiente el arquitecto regresó a la propiedad y el resto fin de semana pasó sin sobresalto, no porque se llevaran bien, sino porque cada uno hizo planes separados. Para Milagros fue un alivio que Sara se encontrara en la casa para poder distraerse con ella. Por otra parte Alan tampoco estaba solo, y no necesitaba dirigirle la palabra a la pintora. Supo los detalles del viaje por medio de Anne, de quien comenzaba a sospechar. Sin duda sabía mucha de cocina, pero a veces no se comportaba como empleada, sino como amiga del arquitecto.Esos pensamientos le generaban una cierta angustia y en el transcurso del domingo su amiga la vio distraída.—¿Qué sucede? —inquirió Sara mientras miraban una película en la sala.—Nada. —G
Cuando Alan despertó a la mañana siguiente se dirigió hacia la cocina pensando que podría ver a la pintora antes de que saliera en viaje, pero se enteró por Anne que se habían ido temprano.—¿La viste? —preguntó Alan tomando su taza de café.—No, solo dejó una nota. —Se la entregó y el hombre la leyó.—Gracias —musitó cabizbajo.—¿Qué sucede? —preguntó Anne en el momento en que entraban a la cocina David y Robert.—Nada —respondió sin ganas.—¡Buenos días! —saludó con sarca
Milagros sujetó con fuerza su bolso y subió las escaleras dejando al joven detrás. Sus pasos eran rítmicos porque no quería darle espacio a Alan de que pudiera alcanzarla y el momento se convirtiera en algo más, no sabría manejarlo. Lo vio por última vez de soslayo antes de perderse en el segundo piso.Apoyó la espalda contra la madera de la puerta y emitió un largo suspiro, que no supo si era por enojo, frustración o excitación. Sintió que el aire le faltaba. No podía negar que le gustaba sentir sus labios sobre los de ella, pero temía que si lo dejaba avanzar, él la convencería de que dejara la casa.«Está sin duda jugando el mismo juego que yo», pensó.En el fondo guarda