16.

― ¿Cómo durmió ella? ―pregunto cuando noto su presencia.

―Pues no vomitó ni nada, pero sí se levantó en la madrugada para comer y tomarse una pastilla ―responde, tomando asiento frente a mí.

― ¿Migraña?

―No, un simple dolor de cabeza. ¿A qué hora van al cementerio? ―pregunta Dylan.

―Ahora mismo. Almorzaremos después, tengo que contarle algo muy personal que solo pensarlo me quita el apetito.

La muerte de mi hermana.

Ambos salimos de mi oficina y nos detenemos en la de Samantha. Toco la puerta y enseguida aparece con una sonrisa pequeña.

―Hola, Jer ―saluda. Puedo notar el vello de sus brazos erizarse ante la presencia del castaño y suspira―. Hola, Dyl.

No me pasa desapercibida la sonrisa del fantasma. Samantha hoy no trajo su carro, así que ambos nos trepamos al mío. Él va atrás, solo. Enciende la radio, esta vez a un volumen bajo, y no puedo evitar reír cuando Samantha brinca en su asiento. Cambia de emisora en emisora, hasta escuchar una canción de James Arthur: Say you won’t let go.
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