(PARK ETHAN)Sonreí despidiéndome de los chicos con un apretón de manos y una palmada en el hombro para algunos, antes de salir del edificio de la empresa. El aire fresco y ligeramente húmedo de la noche se sintió como una bocanada de aire fresco después de la atmósfera enrarecida y tensa de la sala de juntas. Las luces de Seúl brillaban con intensidad, reflejándose en el asfalto mojado por la reciente lluvia. Los chicos se dispersaron hacia las camionetas negras que nos esperaban en la entrada, cada uno sumido en sus propios pensamientos, seguramente repasando mentalmente los detalles de la reunión. Vi a Jae-hyun encender un cigarrillo mientras hablaba por teléfono, probablemente con su novia. Ha-nuel se subió a una camioneta con Tae-yang, ambos con la mirada fija en sus teléfonos. Min-ho y Ji-woo se despidieron con un simple movimiento de cabeza antes de subir a otro vehículo. Antes de subir a la que me correspondía, le pedí al chofer un pequeño favor: que nos desviáramos un momento
(PARK ETHAN)Miré a Ariana, que me devolvió la mirada con una sonrisa dulce y llena de complicidad. Luego, volví a mirar a Sarah y le extendí la cajita de terciopelo azul oscuro.—Tengo algo que contarles —dije, con una sonrisa que me iluminaba todo el rostro. Sentí un ligero cosquilleo en el estómago, una mezcla de nerviosismo y emoción ante la inminente revelación.—¿Qué pasó? ¿Te vas a quedar en la casa a cuidarnos y atendernos como las reinas que somos? —bromeó Sarah, con una sonrisa pícara que suavizó la tensión inicial. Se acercó a mí y me abrazó por la espalda, depositando un suave beso en mi nuca. El calor de su cuerpo contra el mío me reconfortó al instante. Estiré mi brazo hacia ella, atrayéndola suavemente hacia nosotros. Sarah se inclinó hacia Ariana y le dio un beso en los labios antes de volver a mirarme.—¡Sarah! Mira esto —exclamó Ariana, con un brillo especial en los ojos, señalando la cajita abierta que sostenía en mis manos. Su voz temblaba ligeramente por la emoció
(PARK ETHAN)—Pero antes de que empecemos con los preparativos —dije, recordando de repente lo que había pasado en el restaurante—, creo que deberíamos… bueno… quizás… hacernos una prueba de embarazo.Sus sonrisas se desvanecieron por un instante, y me miraron con el ceño fruncido.—¿Prueba de embarazo? ¿Por qué? —preguntó Ariana, con una expresión de genuina confusión dibujada en su rostro. Sus cejas se arquearon ligeramente y sus ojos se abrieron un poco más.—¿Recuerdan a la mesera del restaurante de barbacoa? —dije, encogiéndome de hombros y haciendo un gesto con la mano, como quitándole importancia al asunto, aunque por dentro me sentía un manojo de nervios—. Bueno, le dio una sopa especial a Ariana, diciendo que era para… para calmar los síntomas que le da el bebé a la mamá.El silencio volvió a inundar la habitación, pero esta vez era un silencio diferente, un silencio cargado de una nueva posibilidad, una que hasta ahora solo había existido como un vago presentimiento. Sarah a
(ARIANA JÁUREGUI)Habían pasado algunas semanas desde que Ethan nos había dado los anillos, un gesto que selló nuestro compromiso de una forma tan íntima y especial. Sin embargo, en medio de la emoción y los planes que habíamos comenzado a tejer, la prueba de embarazo había quedado relegada a un segundo plano. Surgieron otras prioridades, pequeños incendios que requerían nuestra atención inmediata.En mi caso, el fuego se encendió en Los Ángeles. Silvia y mi madre, como un dúo implacable, intensificaron sus llamadas y mensajes, exigiéndome que regresara. «No tiene ningún sentido que te hayas mudado a Corea», me repetían, con un tono que oscilaba entre la preocupación fingida y la abierta hostilidad. «Estás tirando tu carrera por la borda. ¿Qué vas a hacer allá?». La presión era constante, asfixiante. Me sentía atrapada entre dos mundos: el amor que estoy construyendo en Seúl, junto a Ethan y Sarah, y el peso de una vida que me habían impuesto desde que era una niña. «Ya no más», me di
(ARIANA JÁUREGUI)—Por eso vine contigo —respondí, con una sonrisa sincera. Suspiré profundamente, sintiendo el peso de la responsabilidad que se avecinaba, pero también la emoción de compartirlo con mi amiga—. Tú viviste etapas muy importantes junto a mí, Keyla. Eres como una hermana para mí. Me encantaría que sigas acompañándome con mis próximos proyectos, pero eso significaría que tendrías que ir y venir entre Los Ángeles y Seúl. ¿Estás segura? Es un gran cambio.Keyla me miró a los ojos, con una determinación que me transmitió tranquilidad—. Muy segura —afirmó, con una sonrisa firme—. Quiero hacer este cambio contigo, Ariana. Yo trabajo para ti, al final del día. Por más que Silvia me pague mi sueldo, mi lealtad está contigo. Eres mi amiga, mi familia. Quiero estar ahí para ti, en las buenas y en las malas.Una oleada de gratitud me invadió. Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos, pero las contuve. —Entonces… —dije, con la voz entrecortada por la emoción—. Ven conmigo. A Seúl,
(ARIANA JÁUREGUI)—Lo sé —la interrumpí, con la voz temblando ligeramente, pero manteniendo la compostura. Bajé la mirada por un instante, observando mis manos entrelazadas en mi regazo—. Y te lo agradezco. Pero ya no puedo más. Necesito ser yo misma. Necesito vivir mi propia vida.—¿Y crees que vas a encontrar la felicidad con… con ellos? —preguntó, con desprecio en la voz, haciendo una clara referencia a Ethan y Sarah. Sus labios se curvaron en una mueca de disgusto.—Sí, mamá —respondí, levantando la mirada y encontrando sus ojos. Una oleada de determinación recorrió mi cuerpo—. Con ellos he encontrado el amor verdadero, la aceptación incondicional, la libertad de ser quien soy. Algo que tú nunca me pudiste dar.Un silencio tenso se apoderó de la habitación. El único sonido era el tic-tac del reloj de pared, que parecía medir el peso del silencio. Mi madre me miraba con una mezcla de furia y decepción en los ojos. Silvia, por su parte, se removió incómoda en su asiento, evitando mi
(ARIANA JÁUREGUI)—Elena, soy Ariana —dije, en cuanto escuché su voz al otro lado de la línea. Intenté que mi voz sonara firme, a pesar del nudo que tenía en la garganta—. Necesito tu ayuda. Creo que mi madre va a intentar… va a intentar quitarme todo. Necesito saber si puedo rescindir el contrato.Escuché la voz calmada de Elena al otro lado de la línea. —Ariana, cálmate. Cuéntame qué ha pasado exactamente.Respiré hondo y le conté todo, desde la discusión con mi madre hasta su amenaza de quitarme todo lo que había “construido a su costa”. Le expliqué la cláusula del contrato y le recordé la conversación que habíamos tenido sobre las posibles lagunas legales.—Entiendo —dijo Elena, después de escucharme atentamente—. Necesito ver el contrato de nuevo. Tráemelo a la oficina mañana a primera hora y lo revisaremos con detenimiento. Juntas encontraremos una solución, Ariana. No te preocupes.Colgué el teléfono, sintiendo un ligero alivio. La conversación con Elena me había dado una esper
(ARIANA JÁUREGUI)Finalmente, había llegado a casa. Al abrir la puerta, los encontré a ambos esperándome con los brazos abiertos. La luz cálida del atardecer inundaba el salón, creando un ambiente acogedor. El aroma a incienso y a las velas aromáticas que solían encender inundaba el ambiente, creando una atmosfera de paz y tranquilidad. El abrazo que nos dimos fue un bálsamo para mi alma, un refugio en medio de la tormenta. Sentí el calor de sus cuerpos, el latido sincronizado de nuestros corazones. En ese momento, en ese pequeño espacio seguro, supe que todo iba a estar bien, al menos por ahora.Les conté sobre la reunión, sobre mi decisión de retirarme y de romper el control que tenían sobre mí. Sarah me escuchó con atención, con los ojos llenos de comprensión. Ethan me abrazó con fuerza, transmitiéndome su apoyo incondicional.Les conté sobre la reunión, sobre mi decisión de retirarme y de romper, de una vez por todas, el control asfixiante que mi madre y Silvia habían ejercido sob